Rob Riemen
Autor de Para combatir esta era. Sobre fascismo y humanismo, publicado en 2017 por la editorial Taurus
El escritor francés y premio Nobel de literatura Albert Camus publicó en 1947, La peste, que debería leer cualquiera que quiera entender “el eterno retorno del fascismo”. El fascismo, como deja claro Camus en su novela, es como un bacilo que nunca muere ni desaparece para siempre, y que permanece agazapado para regresar y destruir a la democracia desde dentro.
En 1938, otro novelista y premio Nobel, Thomas Mann, dio un importante ciclo de conferencias en varios puntos de Estados Unidos con el título “La próxima victoria de la democracia”. Desde su ciudad natal, Múnich, y desde comienzos de los años veinte, fue testigo del ascenso de Adolf Hitler y de cómo el movimiento fascista se hacía con el poder en Europa. Había visto desvanecerse el espíritu de la democracia en una sociedad de masas en la que los demagogos eran aplaudidos por su política del resentimiento, de incitación a la ira y al temor, a la xenofobia, de necesidad de chivos expiatorios, y de odio por la vivacidad de la mente.
El nuevo líder fascista se presentará a sí mismo como el antipolítico, el fuerte, capaz de curar a la sociedad de todos sus males
Como él o ella conoce su propia mentira, no tendrá otra opción que engañar también a sus millones de partidarios con eslóganes, con la falsa promesa de un retorno a un pasado inexistente, con una rica e interminable serie de enemigos, explotando su resentimiento y sus temores y, por último, pero no menos importante, utilizando continuamente la propaganda para manipular sus hábitos y opiniones.
Solo perseguirá sus propios intereses, e intentará expiar su carencia de ideas y de visión culpando a toda clase de chivos expiatorios. Presentará su desinterés por el resto del mundo como una suerte de brillante estrategia encaminada a hacer que su país sea grande de nuevo. Verá el mundo a través de un prisma profundamente materialista y favorecerá un nacionalismo extremo.
Esta política “de mentiras” dará la razón a Thomas Mann cuando, en una conferencia pronunciada en 1940 en Los Ángeles y titulada “La guerra y la democracia”, advertía a su audiencia que: “si alguna vez llega el fascismo al poder a América, lo hará en nombre de la libertad”. Así, quien liderará el retorno del fascismo será un antidemócrata, que despreciará la libertad de prensa y convertirá en sospechoso a todo aquel que no comparta sus juicios.
Exigirá una lealtad incondicional, y su incapacidad para aceptar cualquier tipo de crítica, más la imagen que tiene de sí mismo como un genio, le caracterizará como un tipo autoritario.
Y sin embargo, la mayor parte de los medios de comunicación, los expertos, los académicos y los políticos permanecerán en un estado de negación. La “palabra que empieza por efe” (fascismo) seguirá siendo el gran tabú, y tratará de evitarla. Lo que tendremos a cambio es una serie completa de eufemismos y neologismos como putinismo, trumpismo, trumpocracia, etcétera, que ya hoy dificultan ver las conexiones históricas y globales de lo que está sucediendo de nuevo.
En Estados Unidos, Hungría, Polonia y otros países occidentales parece que el neofascismo está en auge, sin embargo, todavía no son estados policíacos; todavía hay libertad política para luchar contra el retorno del fascismo y para restaurar la civilización democrática.
Y la pregunta certera es: ¿cómo? Una vez más, Thomas Mann nos da una serie de pistas importantes: una auténtica democracia empieza con una auténtica educación; necesitamos propiciar una nueva contracultura que se base en la idea del hombre como eje del humanismo. La dignidad del hombre es el espíritu humano. Toda nuestra vida es y debe ser un largo esfuerzo, una educación práctica y continuada para desarrollar el instinto y la conciencia de lo que tiene calidad, de lo que permanecerá porque es inmortal; para adquirir la sabiduría que da la experiencia de la vida; para sentir compasión; para mantener todos nuestros sentidos alerta a la poesía secreta de la vida; y para practicar un diálogo abierto y honesto con personas de diferentes puntos de vista, y procedentes de diferentes tradiciones. En esto consiste exactamente una civilización democrática.