Judy Dempsey
Sénior Fellow de Carnegie Europe y editora jefe de Strategic Europe, Bruselas
El orden liberal global nunca ha existido. Lo que existió era un orden liberal occidental basado en los valores democráticos, los derechos humanos y el imperio de la ley. Este orden se basaba principalmente en la relación transatlántica. Más allá de esto, se extendió a Japón, Corea del Sur, Australia, Canadá y unos cuantos países de América Latina. Era una especie de faro para los países no democráticos de todo el mundo.
Aquel orden liberal se asentaba sobre las instituciones multilaterales establecidas después de 1945: la UE, la OTAN, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, las Naciones Unidas y la —cada vez más debilitada— Organización Mundial del Comercio. Estas instituciones, dominadas por Occidente, estaban diseñadas para llevar a otros países al redil del orden liberal. Esto no fue posible antes de 1989. La lucha ideológica de la Guerra Fría dividió al mundo en dos campos. Pero Occidente ejercía la atracción dominante. Y Occidente era ambicioso.
Si Occidente creyó ver su propia justificación en el colapso de la Unión Soviética en 1991, se equivocaba. Sí, la OTAN y la UE admitieron e integraron a la mayor parte de los antiguos países comunistas del este y del centro de Europa, así como a algunos países balcánicos occidentales. Pero cualquier idea de que esto llevaría a un orden liberal global era descabellada por varias razones. En primer lugar, las complejidades de la globalización han puesto en cuestión los valores liberales. La velocidad del cambio, del comercio, de la información contrastaban fuertemente con la lentitud intelectual con la que respondían las élites liberales. Para ellos, el orden liberal era una obviedad. La globalización echó por tierra esta presunción. La reacción en contra de la globalización, atestiguada muy recientemente por la decisión del presidente Donald Trump de aplicar aranceles a la importación del acero y de otras materias primas, puso de manifiesto que el líder del orden liberal occidental se está batiendo en retirada de las instituciones que, después de 1945, crearon laboriosamente los países occidentales para garantizar la previsibilidad y la estabilidad. También era una forma de atraer a otros países al campo de los valores liberales. En segundo lugar, el orden liberal está asediado por los ciberataques, por la propaganda que circula creciente por las redes sociales, y por China. Fijémonos en los ciberataques. El parlamento alemán ha sido atacado por Rusia. Esto no es nada sorprendente si tenemos en cuenta las duras sanciones políticas contra Rusia ordenadas por la canciller Angela Merkel. El gobierno alemán ha impuesto recientemente fuertes multas a varias redes sociales —desde Facebook a Twitter— y amenaza con imponerles más si difunden noticias falsas o divulgan propaganda racista o terrorista.
Si Occidente quiere rescatar el orden liberal, tendrá que redescubrir su ambición perdida
Pero esto no es defender el orden liberal. Las élites liberales, en vez de ponerse a la defensiva tendrían que pasar al ataque. Tendrían que comprometer a los partidos populistas de Europa en vez de demonizarlos. Si los partidos establecidos no solucionan el problema del paro juvenil ni ponen en práctica una política justa y sistemática para los refugiados y los inmigrantes, ¿cómo diablos esperan ser reelegidos?. Hoy, orden liberal significa explicarse, dirigirse a las escuelas, a los centros de trabajo, a las universidades. Significa implicarse y no simplemente defender la corrección política. También significa que los gobiernos occidentales pongan en práctica un régimen regulador sistemático, igual que lo tienen para los medios de comunicación impresos, para la radio y la televisión. Los gigantes tecnológicos —Google, Facebook, Yahoo— tendrían que someterse a las mismas prácticas reguladoras que los medios de comunicación convencionales.
En cuanto a Rusia, es tan amenazadora como insegura. Sin embargo, el orden liberal global, o más bien el orden liberal occidental, está asediado por China, no por Rusia. La nueva superpotencia es China, que cuestiona a Occidente. No se trata solo de su colosal tamaño, de su enorme población y de su gigantesca proyección exterior. Se trata de su sed de recursos. De su hambre de influencia. Por encima de todo, la China del presidente Xi Jinping está sedienta de ambición. Después de 1945 también Occidente era ambicioso. Y si quiere rescatar el orden liberal tendrá que redescubrir aquella ambición.