Madawi Al-Rasheed
Profesora visitante en el Middle East Centre de la London School of Economics
En junio de 2017 el rey Salmán de Arabia Saudí nombró a su hijo Muhammad como príncipe heredero, formalizando el rol central del joven príncipe, que de hecho era ya el orquestador de la política exterior saudí. Desde su paso adelante, Muhammad ibn Salmán ha conseguido reforzar la relación con el presidente Donald Trump y con su administración gracias a inversiones notables en empresas de relaciones públicas, a los grupos de presión de Washington y a la promesa de inyectar fondos en la economía estadounidense.
Las relaciones con Europa parecen haber entrado en un período de prueba con los líderes europeos, todavía inseguros respecto a cómo valorar al joven príncipe. Sin embargo, no son pocos los que cortejan los afectos del joven Muhammad con la perspectiva de recompensas financieras y de alianzas militares más fuertes por razones económicas, estratégicas y de seguridad.
En la región árabe, el joven príncipe saudí ya ha cimentado nuevas aunque precarias alianzas con países como Egipto y Emiratos Árabes Unidos con el objetivo de aislar aún más a su archienemigo, Irán. La vieja amistad de Arabia Saudí con otras monarquías de la región —como por ejemplo Marruecos y Jordania— sigue gozando de buena salud. Un reenfoque de las relaciones con Irak ha dado lugar a visitas diplomáticas, como la del primer ministro irakí Haiydar al-Abadi, o la del influyente clérigo chií irakí Muqtada al-Sadr, ambas vistas como gestos prometedores de una nueva etapa en las relaciones bilaterales tras décadas de distanciamiento entre los dos países.
En junio de 2017, sin embargo, asistimos a la peor crisis hasta la fecha entre Arabia Saudí y Qatar. Los saudíes, junto con sus aliados en Bahréin, EAU y Egipto, causaron una fractura en el Consejo de Cooperación del Golfo de naturaleza irreparable. Era la reacción a las discrepancias de Qatar con Arabia Saudí en varios temas: desde Irán al papel de los movimientos islamistas en el mundo árabe y sus políticas relativas a los medios de comunicación. Los meses de sanciones impuestas por Arabia Saudí a Qatar han tenido como consecuencia una grave pérdida de confianza. La actitud saudí refleja un actitud autoritaria en el contexto regional, que pondrá sin duda en una situación comprometida a sus aliados internacionales, entre ellos a los gobiernos europeos, que finalmente se verán obligados a tomar partido en este nuevo conflicto del Golfo; un posicionamiento que es posible que contravenga su propio interés nacional. El joven príncipe se muestra resuelto a la hora de recompensar a sus aliados y de castigar a los reticentes a apoyarle en todas sus decisiones de política exterior.
La política exterior [saudí] se basa en una sola doctrina, a saber, lograr la supremacía de la Arabia Saudí y que el país devenga el único árbitro de los asuntos árabes y el ancla en la región de las potencias internacionales
De todo ello es posible extraer algunas conclusiones, aún sujetas con alfileres. En un contexto en el que rey Salmán y su hijo Muhammad han padecido diversos errores y fracasos de política exterior en Siria, Yemen e Irak, su principal logro ha sido ganar el apoyo del presidente estadounidense Donald Trump. También que Europa vuelve progresivamente a ocupar el papel secundario en la política exterior saudí que ha tenido siempre y que, de nuevo, las cancillerías europeas vuelven a mostrarse críticas con el perfil autoritario e intervencionista de la política regional saudí, que en algunos de sus círculos consideran desestabilizadora del mundo árabe. Con la reafirmación de que Estados Unidos seguirá siendo el tradicional protector y aliado de los saudíes, el rey Salmán y su hijo prestarán menos atención a Europa, y proseguirán con el órdago —algo errático— de controlar la región y de erigirse en una potencia regional al mismo nivel que Irán, Turquía e Israel.
Finalmente, se constata que el rey Salmán y su hijo han demostrado no tener miedo a asumir riesgos ni parecen dispuestos a extinguir ninguno de los muchos fuegos que arden en el mundo árabe. De hecho, su política exterior se basa en una sola doctrina, a saber, lograr la supremacía de la Arabia Saudí y que el país devenga el único árbitro de los asuntos árabes y el ancla en la región de las potencias internacionales. Y no serán impedimentos para ello la mayor inseguridad y agitación en la zona, o las graves consecuencias humanas, sociales y políticas que puedan tener incluso repercusiones más allá de la región.