Richard Haass
Presidente del Council on Foreign Relations y autor del libro A World in Disarray: American Foreign Policy and the Crisis of the Old Order, publicado por Penguin Press.
La política exterior tuvo poco protagonismo en la campaña presidencial de 2016, pero desde el primer día de la Administración Trump se ha evidenciado que será una prioridad. Y está claro que la política que llevará a cabo el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos constituirá una nítida ruptura con el pasado.
Dicho esto, ningún presidente entra en el despacho oval con un lienzo en blanco. Hereda un nutrido conjunto de compromisos firmados y obligaciones internacionales, y políticas que en muchos casos han estado en vigor durante años o décadas. También hereda los soldados norteamericanos, junto con miles de diplomáticos, funcionarios y espías. Y tiene el respaldo de la mayor y más innovadora economía del mundo, fuertemente dependiente de vínculos globales.
El presidente entrante también hereda una “bandeja de entrada”, y la de Trump es gigantesca. Incluye un Oriente Medio con multitud de conflictos, estados fallidos y rivalidades profundas; una Europa enfrentada a incertidumbres respecto a su futuro económico, político y de seguridad mucho mayores que las que ha tenido en ningún otro momento desde el final de la Segunda Guerra Mundial; una Asia con una China ascendente y una Corea del Norte que pronto tendrá armas nucleares y misiles balísticos intercontinentales; y una serie de retos globales, desde el cambio climático al ciberespacio, en los que los problemas evolucionan más rápido que la capacidad del mundo para gestionarlos adecuadamente.
Las desigualdades controlan la esencia de la conflictividad mundial y son fuente de de violencia internacional
Es imposible saber qué hará el presidente Trump, pues todos los presidentes aprenden durante su mandato. Todavía tiene que nombrar a la mayoría de altos funcionarios con los que trabajará. Pero sí se intuye cuál será el enfoque que probablemente adoptará ante el mundo. Está claro que desaparecerá el tradicional respaldo que daba Estados Unidos a los tratados regionales y globales de libre comercio. No está tan claro qué tipo de acuerdos comerciales más limitados pueden sustituirlos, ni en qué aspectos diferirán. Probablemente se producirá una intensificación de la lucha contra el terrorismo. Una herramienta que ya ha sido anunciada es la erección de nuevas barreras para frenar la entrada de refugiados y de otros inmigrantes en EEUU; el problema de esta política es que puede llegar a ser muy contraproducente, porque puede provocar la enemistad de la comunidad musulmana norteamericana (y la radicalización de algunos individuos), al tiempo que complicará los intentos de Estados Unidos de colaborar con otros gobiernos en la lucha antiterrorista.
Es posible anticipar que continuarán los ataques militares contra los terroristas en Oriente Medio y en otros lugares. No está tan claro qué se hará, por ejemplo, después de la liberación final de Raqqa en Siria. Ahora bien, ¿con quién colaborará Estados Unidos para asegurar las zonas liberadas, y qué tipo de procesos políticos respaldará en Siria? Lo que sí parece probable, es que la era de los intentos norteamericanos de reconstruir esta región han llegado a su fin.
Hay evidencias del probable intento de establecer una relación más positiva con Rusia; lo que esto puede significar para Ucrania y para la OTAN está por ver. Confiemos que la apertura diplomática irá acompañada de medidas encaminadas a garantizar la seguridad a sus aliados, y de que cualquier atenuación de las sanciones esté condicionada a una mejora en el comportamiento de Rusia. Confiemos también que la nueva Administración evitará una crisis con China a causa de Taiwan. La política de “una sola China” ha permitido a Washington y a Beijing establecer una cooperación selectiva que no ha impedido a Taiwan prosperar económica y democráticamente. Esto es un argumento a favor de continuar esa estrategia, junto con el compromiso de evitar una confrontación respecto al Mar del Sur de China o por cuestiones comerciales, y para centrar la cooperación en atajar la amenaza de Corea del Norte.
Lo que es obvio es que en este momento hay más preguntas que respuestas. Pero también es obvia la necesidad de asumir que la actuación en el pasado no proporciona una buena guía para valorar el futuro. “America First” promete ser más que un eslogan; es un claro indicio de que los cambios, más que la continuidad, serán la característica principal de esta nueva era de la diplomacia norteamericana.