Eckart Woertz
Investigador sénior, CIDOB
Durante décadas la respuesta a esta pregunta fue clara: precios del petróleo bajos dejan más dinero en los bolsillos de los consumidores occidentales y son buenos para la economía. Pueden, asimismo, ayudar a China, cuya economía ha crecido últimamente de forma menos vigorosa: “solo” un siete por ciento. Algunos argumentan también que los ingresos del petróleo no suelen beneficiar el desarrollo en países productores, sino que son despilfarrados por élites corruptas y se gastan en guerras discutibles libradas por gobiernos autoritarios.
Tales argumentos son verdaderos y válidos, pero la respuesta a la cuestión de si los bajos precios del petróleo son buenos o malos resulta menos evidente hoy día en un mundo globalizado que lidia con problemas medioambientales, es frágil desde el punto de vista político y está interconectado a nivel financiero y económico.
Los precios bajos del petróleo y el gas natural reducen la competitividad de las fuentes de energías renovables y podrían retrasar una transformación del panorama energético. Este escenario sería negativo para la cuestión del cambio climático, que solo puede mitigarse si buena parte de las fuentes de energía basadas en emisiones de dióxido de carbono e hidrocarburos permanecen sin quemar bajo tierra.
Muchos productores de petróleo son políticamente inestables y/o pertenecen a países con menores ingresos. Los precios menores del petróleo afectan negativamente a sus economías y podrían intensificar el descontento político en países como Irak, Venezuela, Brasil o Arabia Saudí. Mediante inversiones, transferencias, pagos de la ayuda y remesas laborales, los productores de petróleo de la península Arábiga aportan también un impulso esencial a economías vecinas como Egipto y Pakistán. El impacto del descenso de los precios de petróleo se siente, por tanto, más allá de los principales productores de crudo.
Los estados rentistas autoritarios no otorgan participación política, pero sí compran la conformidad de la población general mediante puestos de trabajo en el sector público, prestaciones de la seguridad social y suministro de servicios como la electricidad y la sanidad. Se apoyan en los ingresos procedentes del petróleo para hacer frente al gasto público, de ahí que estos insumos sean cruciales para cimentar su legitimidad política. Los actuales precios del petróleo no son suficientes para cubrir los presupuestos de países productores de petróleo como Rusia, Irán y Arabia Saudí, de forma que tal circunstancia restringe sus opciones estratégicas. Esto es especialmente cierto en el caso de países productores que disponen de bajas reservas de divisas, como Irán, Nigeria o Venezuela. Por otra parte, quienes han acumulado grandes activos extranjeros durante el auge del petróleo de la pasada década, como Arabia Saudí, Kuwait, los EAU o Qatar pueden repatriar estos activos para financiar la escasez de fondos a nivel interno, pero esto puede reducir las ya restrictivas tensiones de liquidez en los mercados financieros occidentales y afectar a su estabilidad.
El petróleo es un gasto para los consumidores estadounidenses, pero es también un ingreso para los productores de petróleo estadounidenses que han sido testigos de un auge sin precedentes a consecuencia de la revolución del gas natural no convencional y el petróleo en su país, lo que ha permitido alcanzar una producción de gas de esquisto que antes no podía obtenerse a nivel comercial. Una menor producción de petróleo afecta el nivel de vida de áreas petrolíferas como Texas y Montana en Estados Unidos y Alberta en Canadá. Podría, asimismo, poner en peligro el cumplimiento de las promesas sobre la tan proclamada “reindustrialización” de Estados Unidos basada en fuentes energéticas propias. Buena parte de las empresas petrolíferas estadounidenses han emitido también deuda que podría estar en peligro con unos precios del petróleo a la baja, desestabilizando los mercados financieros.
En resumen, los precios del petróleo más bajos no constituyen siempre un factor positivo, sino que en el sistema global pueden acarrear consecuencias negativas para un cierto número de países e instituciones.