Bahgat Korany
Profesor de relaciones internacionales y economía política, The American University, El Cairo, (AUC), director del AUC Forum
La “Primavera árabe” ya cuenta con cinco años de existencia. Empezó en Túnez en diciembre de 2010 y obligó al dictador Zain El Abdine Ben Ali a huir a Arabia Saudí el 18 de enero de 2011. La génesis parecía trivial: Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante por obligación (era un joven universitario en paro) murió al prenderse fuego en protesta por las vejaciones que había sufrido por parte de la policía. Este trágico suceso reveló el profundo malestar debido a un lamentable modelo social y a deficiencias políticas, en Túnez y en la zona.
Estas circunstancias fueron determinantes para que el caso de Bouazizi se convirtiera en un suceso mundial, y puso de manifiesto las deficiencias y fallos de la gobernanza árabe: el aumento del paro, la violación de los derechos humanos básicos, la brecha lamentable en el campo de la renta y la desigualdad social… Los ricos se hacían más ricos mediante la corrupción, la connivencia del régimen y el clientelismo político. Con alguna variación entre los países, estas cuestiones reflejaban toda la gama del (mal) gobierno en la región.
A ello hay que sumar que los líderes permanecían eternamente en el poder. Ben Ali se quedó 28 años, Mubarak casi 30, Gadafi 41, al-Assad padre casi 32 años. En general, ejercían el poder hasta su muerte, y procuraban perpetuar sus regímenes en miembros de su familia, modificando las constituciones respectivas si fuera necesario. Con esta estrategia Bashar heredó Siria después de la muerte de su padre. De modo similar, Mubarak en Egipto, Saleh en Yemen y Gadafi en Libia aplicaron ese proceder para su sucesión. Por otra parte, si el líder no tiene un hijo –como en el caso de Ben Ali en Túnez o de Buteflika en Argelia–, las posibilidades de heredar el cargo se amplían a hermanos y primos.
Estos entramados de sucesión en el poder acuñaron el concepto de “excepcionalismo árabe”: que cambie el mundo y dé comienzo la quinta ola global de democratización, que el mundo árabe no se sube al carro. La “Primavera árabe” percutió en este excepcionalismo, pero no acabó con él, al menos de momento.
La “Primavera árabe” ya cuenta con cinco años de existencia
¿Dónde estamos ahora?
Según parece, a nivel político, se registra un enorme retroceso. Los países árabes que experimentaron la “Primavera árabe” pueden clasificarse en dos grupos:
- Túnez y Egipto, que pueden considerarse estables políticamente pero que, de hecho, regresan a una u otra forma del ancien régime. El presidente tunecino, Al Sebsy, tiene 88 años y durante un tiempo fue ministro del Interior de Ben Ali. En Egipto, el anterior ministro de Defensa es el presidente desde junio de 2014 y continúa la tradición egipcia de situar a un militar en la cúspide del sistema político.
- Países como Libia, Siria y Yemen, que atraviesan una sangrienta guerra civil, con o sin intervención extranjera. El Estado, como tal, se desploma. En estos casos, la situación política refleja un escenario dominado durante un largo periodo por una sequía, seguido de pronto por lluvias torrenciales. La situación coge a la gente por sorpresa, desacostumbrada a los nuevos acontecimientos, de modo que la norma política de convivencia se degrada y pierde contenido. La fragmentación política, en este caso, da lugar a la ausencia de autoridad y control.
¿Qué depara el futuro?
En la actualidad, parece darse un retroceso y un desengaño enormes. La “Primavera árabe” no cumplió las expectativas y, de hecho, decepcionó a muchos. Únicamente la mayoría de monarquías, esto es, los sistemas basados en la legitimidad tradicional de carácter tribal, parecen ser las más estables, haciendo bueno aquello de “es bueno reinar”. Después de un lapso de entusiasmo por las reformas, la “Primavera árabe” parece en retirada.
Sin embargo, es una situación de ilusoria y engañosa estabilidad. Puesto que buena parte de las exigencias que impulsaron a la población a la revuelta no han sido atendidas, podría reanudarse otra “Primavera árabe”. El momento exacto y, sobre todo, los resultados, dependerán de la interacción de lo que llamo las “cuatro M”: los militares, la mezquita (símbolo de los islamistas), las masas (la juventud es las dos terceras partes de la población árabe) y el dinero (–money–, que refleja la situación de la economía, dependiente de fondos regionales o nacionales). Sin embargo, para detallar estas cuatro M sería necesario otro artículo.