ANNA AYUSO
Investigadora sénior, CIDOB
Los cambios en la configuración del sistema internacional, como las crisis derivadas del modelo liberal de globalización, las tensiones geopolíticas, la multipolaridad y la emergencia del Sur Global son dinámicas que condicionan las relaciones internacionales en América Latina y Caribe (ALC) desde el inicio del siglo XXI. La mayoría de las repúblicas de la zona, surgidas de un proceso de descolonización en la primera mitad del siglo XIX, mantienen como uno de los rasgos definitorios de su política exterior la búsqueda de una autonomía que les permita huir del dominio hegemónico de las grandes potencias. Al mismo tiempo, ALC ha tenido tradicionalmente un papel activo en la conformación de un sistema multilateral basado en normas y principios. Esa combinación de contestación del orden establecido y voluntad de integrarse y participar en el sistema multilateral pervive. Si sumamos a todo ello la condición de países de renta media, podemos afirmar que ALC es una parte integrante del Sur Global, si bien con sus propios problemas y aspiraciones.
De la periferia autonomista al fin del mundo bipolar
Tradicionalmente, las teorías de la dependencia han situado a la región en la categoría de periferia, en contraposición al centro que representaba el Occidente de las potencias, motivo por el cual, junto a los nuevos países surgidos del proceso de descolonización en otras regiones del mundo, apoyó activamente el establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI). Estas demandas, recogidas por la Asamblea General de Naciones Unidas, fueron determinantes para el surgimiento de un Sistema de Cooperación al Desarrollo, muy dominado por la asimétrica relación Norte-Sur. La región fue también pionera de lo que hoy se conoce como Cooperación Sur-Sur, y Buenos Aires fue el escenario en el que se adoptó el «Plan de Acción para Promover e Implementar Cooperación Técnica entre Países en Desarrollo», en 1978.
Pese a esos intentos autonomistas, las tensiones derivadas de la Guerra Fría convirtieron a ALC en un escenario del conflicto entre potencias, con Estados Unidos como hegemon regional. En ese mundo en conflicto, las aspiraciones autonomistas no tuvieron espacio para consolidarse y la crisis de la deuda externa, que asoló a la región en la década de los ochenta, acabó con las políticas de sustitución de importaciones, lo que obligó a la mayoría de los países a subordinarse a los programas de ajuste estructural patrocinados por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Fue la denominada «década perdida», que dejó unas sociedades latinoamericanas fragmentadas y con mayor desigualdad, sembrando el descontento frente la falta de respuestas constructivas de la comunidad internacional.
El fin de la Guerra Fría y el acelerado proceso de liberalización de los intercambios propició un período de crecimiento regional que alimentó de nuevo los discursos autonomistas, sobre todo de las potencias regionales emergentes, que se beneficiaron del alza de precios de las materias primas. Florecieron iniciativas regionales que buscaban crear espacios de gobernanza autónoma, como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o incluso proyectos antisistema, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA). También proliferaron las alianzas con otros actores extrarregionales en el Pacífico, Oriente Medio o África. Ese período de bonanza se interrumpió, en parte por la vulnerabilidad de la región a los choques externos, pero también por el incremento de la polarización política y la implosión de los sistemas de partidos que ha erosionado la confianza en las instituciones, tanto nacionales como internacionales, y ha incrementado las tensiones geopolíticas.
ALC reclama que se escuche la voz del Sur Global con todas sus contradicciones, pero también con sus propuestas para afrontar retos globales
Policrisis y geopolítica multipolar
Pese a sus aspiraciones autonomistas, ALC es muy vulnerable a los cambios estructurales que vive el mundo y a las crisis superpuestas. La cíclica caída de la demanda de materias primas reedita recurrentemente los efectos de la maldición de los recursos naturales y provoca endeudamientos insostenibles. La COVID-19 y las sucesivas crisis financieras, la inflación, la vulnerabilidad al cambio climático y los altos índices de criminalidad conforman un escenario de policrisis que impiden a la región superar la barrera de los países de renta media. Debido a ello la región se ha enrocado en el modelo extractivista exportador de materias primas, ahora ya no solo con destino a EEUU y Europa, sino cada vez más, hacia China y otros países emergentes que integran el Sur Global.
En las últimas décadas, la incesante demanda de China la ha convertido en el segundo socio comercial de la región (y el primero para algunos países, como Brasil). Además, Beijing ha desarrollado una estrategia de inversiones y préstamos acompañada de un discurso reivindicativo del Sur Global que encaja con las narrativas antihegemónicas y postcoloniales, y que tiene buena acogida en la región; gracias a ello, su influencia creció con el predominio de gobiernos de izquierda en numerosos países de ALC durante la primera década del siglo XXI. Esta penetración de China se ha beneficiado de las debilidades de la cooperación regional, pero también de la falta de atención a los problemas reales de ALC por parte de EEUU y el incremento del proteccionismo durante la Administración Trump, que la Administración Biden no ha querido, o no ha sabido, revertir.
La crisis de la COVID-19 mostró las vulnerabilidades de las cadenas de valor y ha incrementado la competencia entre potencias. Las estrategias de reubicación de la producción parecen abrir ahora una ventana de oportunidad para ALC, al mismo tiempo que la riqueza en materias primas estratégicas para las transiciones energética incrementan el interés de diferentes actores, tanto del Sur como del Norte, incluida la Unión Europea (UE). Pero la conjunción de las debilidades institucionales, las vulnerabilidades externas y los persistentes problemas de seguridad son frenos para inversiones que atraigan el sector privado. En su intento de diversificar riesgos y atraer nuevos socios la región trata de construir alianzas de geometría variable según los intereses y las necesidades. Entre estas, el Sur Global representa el escenario desde el que la región proyecta sus reivindicaciones sobre la necesidad de cambios en el sistema y las instituciones multilaterales. Sin embargo, en el Sur Global también existen pugnas de liderazgo que trata de capitalizar China, hecho que también produce resistencias.
Surglobalismo y el mundo posOccidental
La narrativa de la emergencia del Sur Global se vincula en la región a la decadencia de Occidente y el eventual surgimiento de un nuevo orden posliberal. Sin embargo, ese Sur Global es heterogéneo y complejo, y la posición de los diferentes países de ALC también manifiesta esta diversidad. Brasil es la potencia regional que más ha impulsado la causa del surglobalismo, especialmente durante los gobiernos liderados por el Partido de los Trabajadores (PT). Lula da Silva abrazó la creación de los BRICS en 2006 para contrarrestar al G7, que representa a Occidente, y tratar de liderar iniciativas internacionales y propuestas de cambios como la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU, organismo en el que reclama un puesto permanente desde hace décadas –al igual que México‒. Las referencias de Lula al Sur Global son habituales, como en su discurso ante la 37ª Cumbre de la Unión Africana celebrada en febrero de 2024, a la que acudió como presidente pro tempore del G20. En ese encuentro defendió «la consolidación de los BRICS como principal espacio de articulación de los países emergentes». La mayor representación del Sur Global en las instituciones financieras también ha sido reclamada por Brasil desde la presidencia del G20. Sin embargo, eso no impide que Lula acuda como invitado a la Cumbre del G7 o que mantenga la candidatura a integrarse en la OCDE, de la que ya son miembros Chile, Costa Rica, Colombia y México (con Perú y Argentina de aspirantes). La estrecha relación de México con EEUU no ha impedido al primero un incremento de las relaciones con China. Venezuela y Cuba ya han pedido su ingreso a los BRICS+ aunque, de momento, no han entrado en la primera ampliación. En cambio, Argentina, que sí había sido invitada, declinó la oferta una vez asumió el cargo el nuevo presidente, Javier Milei. Dentro del grupo y de los aspirantes a BRICS+ hay una tensión entre aquellos que lo ven como un instrumento de confrontación y los que lo entienden como uno de articulación con voluntad reformista.
La mayoría de los países de ALC se resisten a posicionarse en la pugna entre China y EEUU, y ejercen de equilibristas entre ambas potencias, pero las críticas al modelo liberal y al inmovilismo occidental no cesan. Aunque los regímenes democráticos siguen siendo mayoritarios en la región, ha habido un incremento de regímenes autocráticos o híbridos que rechazan las condicionalidades y exigencias de Occidente sobre derechos humanos y libertades. Frente a ellas, enarbolan las críticas por el doble rasero y la hipocresía occidental e invocan el sacrosanto principio de la no injerencia. Sin embargo, tampoco los países de la región son inmunes a contradicciones; como cuando defienden la neutralidad sobre el conflicto de Ucrania a pesar del rechazo a la agresión de Rusia. Y en esta cuestión, como en la de Palestina, se dan posiciones diversas en la región.
Mientras tanto, para la UE es cada vez más difícil mantener el discurso de la comunidad de valores con ALC, y se enfrenta al creciente cuestionamiento de sus verdaderas intenciones; garantizarse el acceso a los mercados y a las materias primas, pero estableciendo regulaciones unilaterales con efectos proteccionistas. El fracaso del acuerdo UE-Mercosur es ilustrativo de esta tendencia. ALC reclama que se escuche la voz del Sur Global con todas sus contradicciones, pero también con sus propuestas para afrontar retos globales como la seguridad colectiva, el cambio climático y la financiación del desarrollo. El espacio del Sur Global les permite buscar aliados y sirve de altavoz a la región de históricas reivindicaciones y de nuevas demandas sobre un orden internacional diferente.