Eckart Woertz
Investigador sénior, CIDOB
El mundo árabe tiene un 5% de la población mundial, el 28% de muertos en combate desde 1989 a 2014, el 45% de los ataques terroristas globales en 2014, y el 58% de los refugiados del mundo ese mismo año, según el Informe del año 2016 sobre el Desarrollo Humano Árabe del PNUD.
Buena parte de esta violencia está privatizada. La última gran guerra interestatal en la región terminó en 1988 cuando Irán e Irak acordaron un alto el fuego después de casi una década de masacres. Ahora son los actores no estatales violentos los responsables de la mayoría de las matanzas.
Ayudados, eso sí, por unos atribulados estados autoritarios que reprimen a diestro y siniestro y proporcionan parte del fermento que va de la mano con el estancamiento socioeconómico, la marginación juvenil y la exclusión de la participación política. El estado se ha retirado parcialmente y se debate para afirmar su soberanía contra actores subnacionales, supranacionales y extranjeros. En un mundo neomedieval de autoridades solapadas y lealtades múltiples, los emprendedores de la violencia detectan oportunidades y llenan vacíos.
En función de la ideología de cada cual, la organización Estado Islámico ha demostrado tener una considerable racionalidad económica a la hora de construir estructuras mafiosas de explotación en áreas donde los estados respectivos habían dejado o habían perdido interés y capacidad de auto afirmarse.
Existe un mercado internacional cada vez mayor para el uso privatizado de la fuerza con un número creciente de compradores y vendedores
La violencia impartida por los estados también se ha vuelto cada vez de naturaleza más privada. Bashar al-Assad se basó en las milicias domésticas y extranjeras para mantener su posición en Siria, más como un señor de la guerra que como presidente del país; la fuerza aérea rusa y la ayuda iraní le apoyaron, pero su infantería extranjera de más confianza era el Hezbolá libanés, apodado el “Blackwater de Irán”, en alusión a la empresa militar de seguridad privada estadounidense que se convirtió en el ejemplo paradigmático de un nuevo modelo de negocio que proliferó con la intervención norteamericana en Irak y en Afganistán a inicios del 2000.
Lo que empezó como un monopolio estadounidense en un mercado limitado, es decir, en Irak y en Afganistán, ha proliferado desde entonces. Ahora existe un mercado internacional creciente para el uso privatizado de la fuerza con un número creciente de compradores y vendedores.
Emiratos Árabes Unidos se ha servido de mercenarios colombianos y de otras nacionalidades para la protección de sus campos petrolíferos y para su intervención en el Yemen.
Buena parte de la organización y del know how han estado a cargo de Erik Prince, el expresidente de Blackwater, que tuvo que cambiar el nombre de su empresa por el de Academi y trasladar el negocio a los EAU, después de que sus hombres cometiesen la masacre de civiles irakíes de la plaza Nisour. Nuevos proveedores de China, Rusia, Francia y América Latina están entrando en el mercado de contratistas militares privados y EEUU ya no es el único cliente. Moscú ha contratado a contratistas militares privados del Grupo Wagner en Siria. Se espera que África se convierta en un mercado en expansión en este sentido, y muchas ONG y organizaciones internacionales a menudo tienen que recurrir a dichos contratistas para garantizar sus operaciones.
Los mercenarios ofrecen ventajas tan flexibles y especializadas como proveedores de servicios por encargo. También limitan la reacción política doméstica si se producen bajas. A menudo no son ciudadanos los que luchan: olo el 26% de los contratistas privados del ejército de EEUU en Irak eran estadounidenses; en Afganistán eran solo el 14%. Si los combatientes son privados y en parte extranjeros, la mayoría de los muertos son también privados, pero domésticos. La proporción de bajas civiles en los conflictos armados ha ido creciendo: desde casi la mitad en la Primera Guerra Mundial hasta más de dos tercios en la Segunda Guerra Mundial, hasta tres cuartos en los conflictos actuales.
Carl Brown ha descrito Oriente Medio como un “sistema penetrado” en el que los estados han visto comprometida su soberanía por actores locales e internacionales desde el siglo XIX, pero han perseverado en la medida en que han podido manipular la rivalidad entre estos intereses locales e internacionales con destreza. La tendencia a la privatización de la violencia y los contratistas militares privados es especialmente acusada en la zona, pero no es en absoluto un fenómeno local aislado. La proliferación de actores no estatales violentos en otras partes del mundo apunta a un problema más profundo relativo a la actual falta de cohesión de los estados-nación en el siglo XXI.