Katarína Klingová
Investigadora sénior en el GLOBSEC Policy Institute de Bratislava
Utilizar amenazas híbridas que incluyan operaciones de información es mucho más barato y más rentable que desplegar los tanques. Estos métodos subversivos han sido utilizados por muchos actores, como China, Irán, Turquía y muchos más. Sin embargo, las acciones en este sentido más marcadas en Europa son las de la Federación Rusa.
Vivimos en una época de (des)información en la que la Agencia de Investigación de Internet del Kremlin, por medio de sus trolls y de sus bots automatizados, ha promovido determinados relatos particulares o determinados candidatos políticos, y ha librado campañas de discretización contra sus oponentes. Un reciente informe sobre el mercado negro de la manipulación de las redes sociales del Centro de Excelencia de Comunicaciones Estratégicas de la OTAN pone de manifiesto lo baratas y fácilmente accesibles que son dichas herramientas y cómo muchas de ellas son proporcionadas por empresas rusas.
Se ha podido constatar la enorme actividad de los bots automatizados en conexión con las elecciones celebradas en varios países: en las elecciones presidenciales estadounidenses en el 2016; en el referéndum holandés sobre el acuerdo de asociación de la UE con Ucrania del 2016; y en las elecciones presidenciales francesas de abril y mayo del 2017. En Estados Unidos, el informe acerca de la interferencia Rusa en las elecciones presidenciales del 2016 (conocido popularmente como In- forme Mueller) señala que hasta 126 millones de ciudadanos estadounidenses podrían haber sido blanco de las operaciones de información del Kremlin en los días previos a la votación. Es un ejemplo de como a través de dichas acciones se intenta secuestrar e interferir en las elecciones y los referéndums —instrumentos de la democracia directa— para respaldar a determinados candidatos y ayudarlos a hacerse con el poder e influir en el desarrollo geopolítico y democrático de un país.
No obstante, las medidas subversivas del Kremlin no se limitan a la difusión de información falsa y engañosa. En general, la influencia de actores extranjeros puede comportar acciones de subversión, sobornos económicos, sabotajes o ciberataques. Los intentos de influir en la política interna incluyen el apoyo a determinados candidatos por medio de la corrupción estratégica. Así ha sucedido, por ejemplo, en el caso del escándalo del vídeo grabado en Ibiza en el que aparece el exvicecanciller austriaco Heinz-Christian Strache.
Los países democráticos tienen que incrementar las barreras protectoras de sus instituciones y sus valores democráticos fundamentales
Los perfiles falsos en plataformas de redes sociales administradas por personas con base en San Petersburgo también consiguieron organizar protestas reales y provocar desórdenes públicos en Estados Unidos. En Europa central, según el Kremlin, se ha apoyado a grupos extremistas y para- militares, entre otros, para organizar protestas en contra de la OTAN o manifestaciones pro-rusas. Además, el líder y fundador de la asociación paramilitar Slovak Conscripts, Peter Švrček, participó en el 2012 en una serie de ejercicios intensivos de formación militar en Rusia con instructores de las ex Spetsnaz (las fuerzas especiales rusas). En Hungría, la organización de extrema derecha MNA (Frente Nacional Húngaro), realizó ejercicios conjuntos con miembros del departamento de inteligencia militar ruso (GRU). El MNA fue finalmente disuelto por el Centro Antiterrorista Húngaro cuando su líder asesinó a un agente de policía en Böny durante una redada policial en su casa en octubre del 2016.
Rusia y otros enemigos de la democracia liberal en casa y en el extranjero están efectivamente explotando los mayores logros de Occidente —su proceso democrático, su transparencia y sus derechos y libertades fundamentales— para debilitar a sus procesos e instituciones. Los países democráticos tienen que reconocer su vulnerabilidad frente a tales amenazas e incrementar las barreras protectoras de sus instituciones y de sus valores democráticos fundamentales. Sin embargo, no son solo las autoridades estatales las únicas que deben implicarse. Los ciudadanos también deben ser equipados con instrumentos y habilidades que les permitan distinguir los hechos veraces de la falsa información.