Rafael Vilasanjuán
Director, ISGlobal
En 2015 la magnitud sin precedentes del brote de ébola en África Occidental tomó al mundo por sorpresa y, sin embargo, se daban las condiciones ideales para la “tormenta perfecta”. Guinea, Sierra Leona y Liberia son países de renta baja con sistemas de salud precarios y debilitados por años de guerra civil, sin ninguna experiencia anterior con dicho virus, una elevada densidad urbana y unas fronteras altamente transitadas. Las consecuencias de la epidemia, que aún no ha acabado, han sido considerables. No tanto por el número de muertes directas –cerca de 11.300 en casi dos años, una cifra aterradora pero mucho menor que las 500.000 muertes al año por malaria en África–, sino por las muertes indirectas debidas a la interrupción en los servicios de salud, atención materno-infantil y vacunación, así como al impacto social y económico en los tres países.
Esta ha sido una crisis marcada por la incertidumbre y el miedo. A nivel científico, se conocía poco sobre la biología del virus. Identificado por primera vez en 1976 en la actual República Democrática del Congo, se había investigado casi exclusivamente para encontrar tratamientos por si en algún momento se usaba como arma bioterrorista. La incertidumbre, un elemento siempre presente en mayor o menor grado en las epidemias, y las lagunas de comunicación fueron mal manejados por parte de las instituciones e incluso por los científicos, aumentando el alarmismo. La gran mayoría de los artículos resaltaron la gravedad de la enfermedad, generando una epidemia de miedo y aportando muy poca información útil.
El ébola ha matado y generado un sufrimiento enorme en los países más afectados. Pero, a diferencia de otras enfermedades infecciosas con potencial epidémico, esta vez ha supuesto también una amenaza para la vida de unos cuantos ciudadanos occidentales. Este hecho fue lo que generó un cambio de actitud hacia esta enfermedad. Solo cuando los primeros casos importados de ébola llegaron a los hospitales de occidente, la comunidad internacional empezó a movilizar recursos significativos para hacerle frente. Tardía y lenta, pero respuesta a fin de cuentas.
La epidemia del ébola subrayó dos grandes carencias: la precariedad de los sistemas de salud en África Occidental, y que la innovación de medicamentos se rige por el mercado y no por las necesidades de salud pública
A nivel científico, se iniciaron colaboraciones internacionales sin precedentes que permitieron grandes avances en el conocimiento del virus y su virulencia (que resultó ser incluso menor que la de otras epidemias). Se han desarrollado nuevas herramientas de diagnóstico y, bajo el principio de uso compasivo, se comenzaron a probar varios medicamentos terapéuticos prometedores. Finalmente, la colaboración entre científicos, instituciones y oenegés permitió, en un tiempo récord, llevar a cabo ensayos para dos de las vacunas candidatas más avanzadas, una de ellas con resultados preliminares muy alentadores. A nivel global, se reconocieron los grandes fallos de la respuesta internacional, que han obligado a la OMS a anunciar reformas de fondo incluyendo la posibilidad de crear un equipo internacional de respuesta rápida a epidemias.
La epidemia del ébola subrayó dos grandes carencias: por un lado, la ya apuntada precariedad de los sistemas de salud en esos países, por otro que el modelo actual de innovación de medicamentos se rige por el mercado y no por las necesidades de salud pública. La falta de atención a muchas de las epidemias que acaban con vidas en países de renta baja y el hecho de que la investigación de medios para combatir algunos de los virus más peligrosos solo se realice en previsión de eventuales amenazas bioterroristas, son la mejor prueba de la naturaleza defensiva de un modelo de innovación, que responde solo a intereses económicos, sin poner en el foco de la agenda la salud de las poblaciones más afectadas a nivel global. Al final, la última crisis del ébola ha vuelto a demostrar que el sistema funciona tal y como está concebido: para proteger a los que tienen más medios. La cuestión ahora es saber si hemos aprendido esta lección o si estaremos condenados a repetir la misma historia.