
Yezid Sayigh
Profesor asociado del Carnegie Middle East Center, Beirut
El conflicto sirio se configuró en torno a dos acontecimientos en 2015, cada uno de ellos de consecuencias variables, aunque ninguno modificó la perspectiva estratégica sobre el país. Por una parte, la constante destrucción de recursos humanos y materiales tuvo efectos tangibles tanto sobre el régimen de al-Assad como sobre la oposición, pero ninguna de ambas partes pudo adquirir ventaja sobre la debilidad de la otra, ni estuvo dispuesta a variar su rumbo. Por otra parte, la participación externa se intensificó, con la inesperada intervención militar de Rusia en apoyo del régimen en el último trimestre del año, aunque esta fue insuficiente para que el régimen lograra avances decisivos en el campo de batalla.
Paradójicamente, la maniobra rusa reabrió la vía diplomática. Las conversaciones multilaterales en Viena, con la participación de protagonistas externos –incluido Irán, excluido de las conversaciones de paz de Ginebra en enero de 2014– condujeron a la formación de un Grupo Internacional de Apoyo a Siria a mediados de noviembre. Sin embargo, la diversidad y complejidad de las agendas de las potencias regionales e internacionales impidieron un mayor avance, de modo que Siria volvió al estancamiento diplomático a finales de 2015.
El acelerado declive del régimen en 2015 contrastó con el año precedente, en el que sus fuerzas parecieron someter a la oposición, tomaron el control de buena parte de la estratégica región de Qalamun en la frontera con Líbano y amenazaron con cercar a los rebeldes de la norteña ciudad de Alepo. Pero a principios de 2015, las pérdidas de recursos humanos acumulados por el régimen, la contracción económica y el déficit financiero socavaron su capacidad, tanto para mantener los servicios e instituciones en pleno funcionamiento como para resistir contra las pujantes coaliciones rebeldes. Sus fuerzas fueron expulsadas de la ciudad de Idlib y de los otros bastiones en el noroeste –perdiendo la segunda capital provincial– en marzo, además de sufrir una dolorosa derrota cuando la organización Estado Islámico de Irak y del Levante (ISIL) capturó la ciudad oriental de Palmira en el desierto y los yacimientos petrolíferos adyacentes en mayo.
Siria volvió al estancamiento diplomático a finales de 2015
Sin embargo, la oposición armada se encontró en desventaja por sus inherentes limitaciones. La coalición de numerosas facciones islamistas, incluida Yabat al Nursa, socio de Al Qaeda, que tomó la provincia de Idlib, era la más cohesionada y logró bloquear una ofensiva del régimen apoyada por Rusia en octubre. Pero los grupos rebeldes en y alrededor de Alepo siguieron dispersos; a pesar de la ayuda militar y logística turca y qatarí y la proximidad de Turquía, perdieron posiciones tanto frente al régimen como al ISIL. Al frente sur rebelde no le fue mejor pese a recibir armas y ayuda táctica del centro de operaciones militares de Arabia Saudí y Estados Unidos en la capital jordana, Ammán; su financiación exterior se redujo después de que fracasara su ofensiva de otoño de dos meses de duración contra la asediada guarnición del régimen en la ciudad sureña de Daraa.
En teoría, los contendientes pueden sobrevivir durante otros dos o tres años a los niveles actuales de desgaste. Pero la extenuación de la población civil sugiere lo contrario. El marcado debilitamiento de las instituciones del Estado en las áreas bajo control del régimen y las deficiencias de la administración local en la zona opositora –hostigadas por el régimen y los bombardeos ruso– agotaron las reservas psicológicas y materiales de un creciente número de familias en 2015, engrosando el éxodo de refugiados a países vecinos y a Europa.
Esta situación debería propiciar por sí sola la búsqueda de una solución política al conflicto. Pero el régimen, abrumadoramente responsable del derramamiento de sangre y de la destrucción, permanece poco proclive a negociar seriamente, sabiendo que cualquier forma de compartir el poder por parte de al-Assad daría lugar a su disgregación y caída. En la otra parte, el fracaso de la oposición en ofrecer alternativas convincentes ha infundido confianza en el gobierno, en el sentido que no necesita comprometerse políticamente porque el electorado leal es rehén de su política de guerra y no tiene otra opción más que luchar por ella. Las instancias externas pueden tener la llave para acabar con el conflicto, pero su trayectoria sigue en las manos de los combatientes locales, cuya incapacidad o falta de disposición para variar el curso de los acontecimientos garantiza que los combates se prolongarán indefinidamente.