Umut Özkirimli
Profesor del Center for Middle Eastern Studies, Lund University; Profesor visitante en CIDOB; Investigador sobre el sudeste europeo, London School of Economics and Political Science
En el 1831 Alexis de Tocqueville, un joven magistrado de ascendencia aristocrática en la Francia posrevolucionaria zarpó hacia Estados Unidos en compañía de su amigo, Gustave de Beaumont, con el pretexto de estudiar el sistema penitenciario estadounidense. Pasaron nueve meses viajando por el país, visitando las cárceles y recogiendo información sobre la sociedad norteamericana. A su regreso a Francia en el 1833, Tocqueville y Beaumont publicaron su informe Sobre el sistema penitenciario en Estados Unidos y su aplicación en Francia, y empezaron a trabajar en sus proyectos individuales basados en dos cuadernos de notas que Beaumont había escrito durante sus viajes. El primer volumen de la obra fundamental de Tocqueville, La democracia en América, basada en dichas notas, se publicó en 1835.
Calificadas por John Stuart Mill como “la primera investigación analítica sobre la influencia de la democracia”, las reflexiones de Tocqueville sobre el funcionamiento de la democracia representativa en EEUU siguen siendo relevantes cuando se trata de entender —y posiblemente de proponer formas de mitigar— la crisis global de la democracia liberal en el mundo actual.
Pero, ¿en qué consiste esta crisis? ¿Es una crisis del liberalismo o una crisis de la democracia? ¿Se refiere a la brecha creciente entre liberalismo y democracia, es decir, a la proliferación de democracias iliberales; o a la erosión de las libertades fundamentales y el estado de derecho en democracias establecidas, incluida la América que conoció Tocqueville?
No es posible abordar todas estas cuestiones en este breve artículo de opinión, pero sí podemos hacer unas cuantas observaciones rápidas. En primer lugar, aquello a lo que nos enfrentamos hoy no es una sola crisis, sino varias, de diferentes tipos e intensidades. En segundo lugar, las crisis suscitan respuestas diferentes en coyunturas diferentes. Así, pese a la profunda preocupación que provocan en las capitales europeas, los hombres fuertes del Grupo de Visegrado, sobre todo Viktor Orbán en Hungría y Jarosław Kaczyński en Polonia, no se enfrentan al mismo destino que predecesores suyos como el austriaco Jörg Haider. De manera similar, pocos son los que se preocupan por el número cada vez mayor de regímenes autoritarios en todo el mundo, a menos que el país en cuestión sea “geoestratégicamente importante”, como ha puesto recientemente de manifiesto el caso de Venezuela. Incluso el lento deterioro de derechos y libertades básicos en democracias establecidas de Occidente se despacha sin rodeos en nombre del orden y la seguridad, o de intereses personales.
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La crisis de la democracia es, en el fondo, una crisis de la confianza y la solidaridad, la pérdida de una noción de valores
comunes y un destino común
En mi opinión, la crisis que importa más, y la que más debería ser motivo de preocupación, es la crisis de la democracia como tal, no el liberalismo o la creciente brecha entre liberalismo y democracia: el adelgazamiento de la democracia procedimental, en particular de la imparcialidad en las elecciones; la desconfianza cada vez mayor en los partidos de centro; la normalización de la extrema derecha; las agendas populistas y la concomitante radicalización de las respuestas de la izquierda, que a menudo reducen la justicia social a las políticas identitarias y a lo políticamente correcto, privilegiando la forma sobre el contenido.
La crisis de la democracia es, en el fondo, una crisis de la confianza y la solidaridad, la pérdida de una noción de valores comunes y un destino común. La solución a esta crisis es simple y directa. Era evidente para Tocqueville hace casi dos siglos: “Sin ideas comunes no hay acción común, y sin una acción común los hombres todavía existen, pero ya no hay un cuerpo social. Así, para que haya sociedad, y es más, para que esta sociedad prospere, es necesario que todas las mentes de los ciudadanos se aúnen y que se mantengan unidas por unos principios.” Nuestro deber como académicos, como activistas o simplemente como ciudadanos, es averiguar cuáles son estas ideas comunes.