Maria Demertzis
Directora adjunta, Bruegel
La integración europea, la “unión cada vez más estrecha” de los estados y economías de Europa, ha tenido diez años muy difíciles. Estas crisis han puesto al descubierto importantes imperfecciones en la arquitectura de la integración europea. Pero dos acontecimientos más recientes también han obligado a Europa a repensar su lugar en el mundo: los aliados de Europa están en retirada.
En primer lugar, desde la elección como presidente de Donald Trump, Washington se está cuestionando su papel como pilar del sistema global; la retórica del “America First” sostiene que a EEUU le iría mejor actuando solo. En segundo lugar, el Reino Unido votó retirarse de la UE y ahora el gobierno británico intenta etiquetar este paso como el lanzamiento de “la Gran Bretaña global”, un país en busca de su propia manera de comprometerse con el resto del mundo. Para los europeos, estos dos hechos reflejan el deseo de “retroceder para hacerlo mejor”. Esto difiere del credo multilateral que la UE sigue internamente y en el mundo: “trabajar juntos para hacerlo mejor”. ¿Son estas retiradas norteamericana y británica un indicio de que la globalización y el multilateralismo están reculando? ¿o solo son unas reacciones domésticas? y en este caso, ¿reacciones a qué?. Las respuestas determinarán el camino de Europa.
Hay dos explicaciones posibles. En primer lugar, estos terremotos políticos son en realidad réplicas secundarias de la peor crisis financiera de los últimos 50 años. A ambos lados del Atlántico la última década ha asistido a un ascenso del populismo, el proteccionismo y últimamente incluso del nacionalismo, aunque la Europa continental ha conseguido contener el populismo de un modo más eficaz que EEUU y el Reino Unido, porque Europa ha sabido distribuir mejor los beneficios de la apertura y el comercio entre sus ciudadanos. Los estados del bienestar europeos consiguen prevenir las grandes desigualdades y, en consecuencia, garantizan un apoyo más consistente de sus ciudadanos a la globalización. No puede decirse lo mismo de EEUU y del Reino Unido, donde el resentimiento de los ciudadanos por la desigualdad ha permitido que las opciones populistas forzasen grandes cambios de rumbo. Si la desigualdad fuese lo único que hay detrás de la insatisfacción, la política activa podría erradicar las causas de las llamadas populistas a la retirada, con una redistribución más efectiva y una mejor protección social podría restablecer el apoyo a la apertura y al comercio global.
En segundo lugar, se está produciendo un cambio lento pero trascendental en el equilibrio de los poderes globales. La emergencia de China en el escenario internacional, junto con la continua retirada norteamericana del liderazgo global, ha llevado a un sistema tripolar de poderes globales compartido entre EEUU, Europa y China. Pero, ¿por qué tendría que producir este cambio un mayor ensimismamiento en EEUU o en algunas potencias europeas como el Reino Unido?
Una posible explicación es que tripolar no equivale a multilateral: los pactos son ahora más difíciles, pues las reglas precisan también del consentimiento chino. Pero China tiene puntos de vista muy diferentes, en particular respecto al rol del estado en el mercado, y cuestiona la tradicional ideología occidental del laissez-faire.
El proteccionismo va en contra de la globalización y amenaza con destruir las relaciones económicas establecidas
EEUU está amenazando con rechazar los foros multilaterales en favor de los acuerdos bilaterales, como forma de ejercer su poder directo. El Reino Unido se está apartando a la vez del mundo y de sus vecinos. La UE no lo tiene tan claro: por un lado, quiere preservar su tradicional asociación con EEUU, pero también quiere proteger el multilateralismo, cosa que no puede hacer sola. China es un acérrimo defensor del multilateralismo como concepto, pero sus valores económicos son bastante diferentes de los europeos. La cuestión es si el predominio de diferentes puntos de vista sobre “cómo hay que negociar” pone un límite natural a la globalización. El proteccionismo va en contra del espíritu de la globalización y amenaza con destruir las relaciones económicas establecidas. Pero tal vez un giro populista hacia el proteccionismo es inevitable, teniendo en cuenta el cambio que se ha producido en el poder global. ¿Debe Occidente retirarse, o todavía pueden los poderes con ideologías económicas subyacentes diferentes explotar los beneficios de una cooperación económica más estrecha?. Retirarse no es la forma de hacerlo mejor y hemos de encontrar una forma de hacer negocios juntos. El futuro de la integración europea depende de las respuestas a todas estas preguntas.