Jordi Quero
Investigador, CIDOB.
El reto central y más transversal al que hace frente hoy la sociedad global es el fin de los consensos fundacionales que sostenían a las diferentes comunidades políticas. Cualquier sociedad, ya sea cada una de las naciones o de la sociedad internacional en su conjunto, ha funcionado en base a acuerdos básicos que daban sentido a la empresa común, definiendo desde quién forma parte de la comunidad hasta cuál es su sentido y propósitos, y cuáles son las normas de interacción esenciales. En los últimos años, todos estos consensos, en cada uno de sus niveles, están siendo resquebrajados.
A nivel internacional presenciamos el fin del consenso liberal. En la base del orden internacional surgido en 1945, el consenso orbitaba alrededor de tres grandes ideas fuerza: el multilateralismo, como mecanismo primordial mediante el cual los actores se relacionaban entre sí; el libre comercio, como motor del desarrollo económico; y la existencia de derechos fundamentales inalienables de todo ser humano. Hoy por hoy, cualquier consenso amplio sobre la base de estos mínimos se ha roto. Los actores tradicionalmente marginados por las instituciones multilaterales les acusan de ser demasiado occidentalocéntricas (debate sobre la reforma del Consejo de Seguridad, el FMI, el BM…) y articulan alternativas (el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura —AIIB—…). Actores centrales desde el multilateralismo ortodoxo también reniegan de las instituciones por ineficientes (EEUU frente a la distribución de responsabilidades en la OTAN). El libre comercio es recurrentemente cuestionado (guerra comercial entre China y EEUU) mientras se reduce su ambición global (acuerdos regionales como el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones —TTIP—, el Acuerdo Económico y Comercial Global —CETA— o la Alianza Trans-Pacífica —TPP— como respuesta al fracaso de la OMC). La existencia de derechos fundamentales de los individuos es puesta en entredicho (debates sobre el derecho de refugio y los Convenios de Ginebra) así como los mecanismos destinados a su protección (controversia sobre la parcialidad de la Corte Penal Internacional; cuestionamiento de la protección humanitaria, la responsabilidad de proteger, la seguridad humana y todo lo que se les parezca).
A nivel doméstico, vemos la ruptura de grandes acuerdos que explicaban desde hacía más de medio siglo la configuración sociopolítica de muchas sociedades contemporáneas, especialmente las más desarrolladas. Tanto los “nuevos partidos” como el “99%”, cuestionan el sentido y la configuración de instituciones políticas y económicas, acusadas de infrarrepresentar los intereses de la mayoría. Los consensos son denunciados por no atender las prioridades de versiones reducidas de la comunidad política: populismo (élite frente gobernados), chovinismo (“ciudadanos de aquí” frente a “personas de allí”), defensores de la brecha generacional (jóvenes frente a mayores), nacionalismo (“America first” o toda forma de “nosotros primero”). Los defensores del statu quo denuncian la “radicalidad” de todo lo que suene a cambio.
No existen mayorías amplias para alcanzar nuevos consensos globales, pero la confrontación entre los que disienten y los inmovilistas define la realidad global
Los dos niveles comparten una misma lógica. Mientras que hay voces nuevas que ponen los consensos en tela de juicio o directamente lo atacan, voces ortodoxas no están dispuestas a abrir una renegociación para su modificación. Aparecen nuevos actores que no se sienten ni representados por los objetivos que persiguen los acuerdos ni vinculados por ellos. En muchos casos, no fueron parte de la negociación original que los gestó ya que esta se remonta a décadas atrás. En-tienden que los consensos son caducos y su rigidez impide responder como se debería a nuevas realidades cambiantes. Suelen presentar como ilegítimas las voces que abogan por la continuidad y vigencia de los consensos. Por el otro lado, voces inmovilistas impiden repensar los acuerdos ya que saben que cualquier resultado será siempre peor para ellos, al pasar necesariamente por la renuncia a los elementos que con el consenso original tienen asegurados. El miedo los lleva a plantear todo cambio como contrario a unos intereses comunes definidos unilateralmente. No existen mayorías amplias para alcanzar nuevos consensos globales, pero la confrontación entre los que disienten y los inmovilistas define, y seguirá definiendo, la realidad global.