Antoni Segura
Presidente del CIDOB y Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona.
En 2018 se cumplieron cien años del final de la Primera Guerra Mundial, un evento que sin ninguna duda, tuvo un impacto transcendental en el siglo que la seguiría y sin el que, a día de hoy, la región de Oriente Próximo sería inexplicable. Tres meses después del final de la Gran Guerra, en enero del 1919, la Conferencia de Paz de París ratificó el Acuerdo secreto de Sykes-Picot; en agosto de 1920, el Tratado de Sèvres definió los mandatos de la Sociedad de Naciones; y fue finalmente el Tratado de Lausana, en julio de 1923, quien remodeló definitivamente Próximo Oriente trazando las nuevas fronteras de Turquía y de los mandatos. El Acuerdo de Sykes-Picot había sido firmado en mayo de 1916 por el Reino Unido —que ganaba control sobre los actuales territorios de Iraq, Jordania (entonces Transjordania) y Palestina— y Francia, que ocupaba Siria, de la que segregó Líbano. El tercer signatario, Rusia, había denunciado el tratado tras la revolución de octubre. Sèvres contemplaba también el establecimiento de un Estado kurdo, pero el descubrimiento de petróleo en la región kurda de Mosul provocó la ampliación del mandato británico en Irak y la negación de las aspiraciones kurdas a tener un Estado propio. De ese modo, los kurdos quedaron repartidos entre Turquía, Iraq, Siria e Irán.
Así, la aplicación de Sykes-Picot y la constitución de los mandatos tuvo diversas consecuencias. En primer lugar, supuso renunciar a la promesa que el agente de los servicios secretos británicos Thomas Edward Lawrence (Lawrence de Arabia) y el alto comisario en El Cairo habían hecho en 1915 al emir hachemí de La Meca, Husayn, de activar tras la guerra un Estado árabe independiente, si los árabes se revelaban contra el Imperio otomano. La revuelta se inició en junio de 1916 en Hedjaz y tuvo un papel destacado en la campaña del general británico Edmund Allenby y en la ocupación de Bagdad (1917) y Damasco (1918). Posteriormente, La Meca fue conquistada por los Saud, que crearon el reino de Arabia Saudí. Con todo, por voluntad de Londres, serían dos reyes hachemíes los que gobernaran más tarde en Iraq y Jordania.
En segundo lugar, dejó en suspenso la promesa hecha por el ministro de Asuntos Exteriores británico, Arthur James Balfour, a la comunidad sionista de Londres de que «el gobierno de Su Majestad contemplaba favorablemente el establecimiento de una patria nacional para el pueblo judío en Palestina». La promesa, que entraba en clara contradicción con la que se había hecho a Husayn, se concretó finalmente en la declaración unilateral de independencia del Estado de Israel en mayo de 1948.
Cien años después, las consecuencias de Sykes-Picot siguen siendo una herida abierta en Próximo Oriente
Por último, Sykes-Picot troceó en territorios distintos e impuso fronteras a las antiguas provincias otomanas, limitando la movilidad que tenía hasta entonces la población árabe del Próximo Oriente. Los veinticinco años de mandato consolidaron estas fronteras y rompieron los antiguos vínculos poblacionales transfronterizos, ruptura que se acabó de consolidar en el transcurso de las luchas por la independencia. El resultado es que el sueño del panarabismo, un Estado árabe que reuniera a toda la nación árabe, nació muerto y, en cambio, la inestabilidad política y los enfrentamientos —primero contra la comunidad judía establecida en Palestina y después contra el Estado de Israel, con el resultado de cuatro guerras— devinieron crónicos. Igualmente, sobre todo en los años posteriores a las independencias, la subordinación política a las antiguas metrópolis de los mandatos es evidente en el caso de países como Jordania o Iraq. Al mismo tiempo, la guerra fría agudizó la inestabilidad política de los nuevos estados y las tensiones entre los mismos según las distintas alineaciones de estos con Washington o Moscú o, en un escenario más cercano, con Egipto o Arabia Saudí.
En definitiva, tras la Primera Guerra Mundial las provincias otomanas del Próximo Oriente fueron divididas para satisfacer los intereses y la voracidad colonial del Reino Unido y de Francia. La herencia colonial aún hoy lastra la geopolítica regional y condiciona su evolución. Al mismo tiempo, los agravios por la ocupación colonial y por el trazado artificial de las fronteras —reavivados por las intervenciones militares de Estados Unidos y otros países occidentales en Iraq y la injerencia política en la mayoría de países de la zona— perviven en la memoria colectiva de las poblaciones de la región. Este hecho es aprovechado por Estado Islámico para legitimar parte de su delirante y criminal discurso con la edición en 2014 de un vídeo titulado The End Of Sykes-Picot. Cien años después, las consecuencias del acuerdo Sykes-Picot siguen siendo una herida abierta en Oriente Próximo.