Santiago Castelo
Politólogo, consultor en Ideograma y doctorando en la Universitat Pompeu Fabra (UPF)
Este año Argentina elige presidente. Será, muy probablemente, una elección en tres rounds: las primarias obligatorias (11 de agosto), las generales (27 de octubre) y el ballotage (24 de noviembre).
Macri puede aspirar a la reelección y ya se ha proclamado candidato, pero, en el momento de redactar este artículo, no está claro aún si logrará mantener viva y cohesionada la coalición Cambiemos, y si esta apoyará su candidatura o en su lugar impulsará la de la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, lo que se conoce como “Plan V”; y mucho menos si logrará ganar. Las encuestas no le acompañan: tiene una desaprobación que oscila entre el 60 y el 70% y un techo electoral que ronda el 35%.
La incertidumbre domina el escenario electoral. Más aún después de que la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner haya anunciado, contra todos los pronósticos, que será candidata a vicepresidenta en una fórmula que encabezará Alberto Fernández. No es posible siquiera imaginar cómo llegaremos a agosto, en un país en el que los meses electorales son como los años de los perros, como apunta con agudeza la politóloga María Esperanza Casullo.
Quizás algo más fácil resulta pensar cómo y por qué llegamos adonde estamos ahora. Muchos analistas coinciden en que la principal causa de la pérdida de popularidad de Macri es la crisis económica, que en el 2018 se materializó en una devaluación histórica del 50,6%, una inflación del 47%, una sostenida caída de la actividad industrial, un aumento del desempleo y la pobreza, y una deuda pública superior al 90% del PBI, entre otros datos demoledores. Ahora bien, consideramos que existen al menos, otros tres factores que también pueden ayudar a explicar su declive: la mala gestión de las expectativas, una disonancia entre la agenda oficial y la realidad de la mayoría, y un abuso de la polarización como estrategia político-electoral.
En primer lugar, durante la campaña del 2015, Macri realizó una serie de promesas que eran poco realistas y factibles, como “lograr una Argentina con pobreza cero” y “bajar la inflación a un dígito”. Estas promesas incumplibles, que Macri convirtió en mantras al repetirlas una y otra vez, se transformaron rápidamente en promesas incumplidas y protagonizaron todas las posteriores evaluaciones de su gestión. El contraste entre lo dicho y la realidad es brutal y, en tiempos de fact-checking, le ha causado muchísimo daño. Macri, además, presentó a su equipo como “el mejor de los últimos 50 años” y a uno de sus funcionarios como el “Messi de la economía”. También, al ver que la recuperación económica no llegaba, habló de “segundo semestre” y “brotes verdes”. Todas estas fórmulas generaron un exceso de expectativas que el Gobierno no ha podido satisfacer y que acabó lesionando su credibilidad y confianza.
Mientras el Gobierno alimentaba la ilusión con promesas y eslóganes, los ciudadanos empezaban a impacientarse al no percibir resultados en su “primer metro cuadrado”, como le gusta decir a Pablo Knopoff. La agenda y el discurso oficialista se atascaron en temas, como la lucha contra la corrupción, que no se correspondían con la difícil cotidianeidad de la mayoría. Durante un buen tiempo, Macri decía una cosa y los argentinos sentían y vivían otra. Hace algunos meses, el Gobierno, advertido de esta disonancia, lanzó unos vídeos que intentaban mostrar el impacto local de la obra pública. Una reacción inteligente, aunque algo tardía, a la creciente demanda de micropolítica.
La crisis económica, indispensable para entender el contexto político argentino, no lo explica todo
En tercer lugar, Cambiemos —como había hecho antes el kirchnerismo— se benefició de la profunda polarización que existe en Argentina. La “grieta” —entendida como el ejercicio del poder que intensifica una minoría y polariza con otra— es una estrategia que, en el corto y mediano plazo, puede servir para mantenerse en el poder e incluso para ganar elecciones (las legislativas del 2017, por ejemplo), pero termina siendo un arma de doble filo. Por un lado, genera un inmovilismo político que imposibilita cualquier reforma de fondo y, por otro, consolida y fortalece a la otra orilla de la grieta. Por ello, el kirchnerismo ha logrado persistir, crecer en intención de voto y, ahora, poner en riesgo la reelección de Macri. “Quien juega con fuego, al final se quema”.
La crisis económica, aunque es indispensable para entender el contexto político argentino, no lo explica todo. Estos desaciertos de estrategia y comunicación pueden ayudar a comprender la baja de popularidad de Cambiemos, y ojalá también contribuyan a la reflexión sobre cómo hacer y comunicar política en Argentina.