PAUL NOLTE,
Historiador y profesor de la Freie Universität Berlin
Introducción: la trayectoria de Alemania tras la reunificación
¿Cómo celebrará Alemania el trigésimo aniversario de la reunificación en otoño del 2020? En la cultura y en la política alemanas, la memoria histórica y la celebración de aniversarios han desempeñado un papel cada vez más relevante en las últimas décadas, ciertamente producto de los intensos debates que ha mantenido el país acerca de su pasado nazi y del Holocausto. Esta vez, sin embargo, el 3 de octubre, fecha oficial de la reunificación y día festivo (Tag der deutschen Einheit, día de la Unidad Alemana), quedará probablemente eclipsado por la pandemia de la covid-19 y los intentos de hacer frente a sus dramáticas consecuencias. Además, los acontecimientos que tuvieron lugar en Alemania y Europa en 1989 y 1990 fueron de tal magnitud que la rememoración de la unidad nacional –en su acepción constitucional– siempre se produce después de la celebración de la “Revolución Pacífica” en la RDA un año antes, y especialmente de la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989.Tanto los políticos como los activistas cívicos alemanes se apresuran a destacar que lo que está en juego es algo más que una prelación cronológica: la revolución popular es un acontecimiento mucho más significativo que un tratado acerca de cómo un Estado se disuelve y se unifica con otro.A los alemanes les gusta puntualizar que la Freiheit es más importante que la Einheit, que la libertad va antes que la unidad nacional, y no solo en un sentido temporal. De hecho, es una de las lecciones fundamentales que los alemanes dicen haber aprendido del accidentado camino que han recorrido en su propio pasado en los siglos XIX y XX.
De todas formas, treinta años después, y en medio de una crisis global cuyos orígenes son muy diferentes, vale la pena examinar algunos de los principales desarrollos que han tenido lugar desde entonces en la política y la sociedad alemanas. Solemos pensar en este período de tiempo como en una “generación”, y con la transición generacional cambian los puntos de vista sobre el pasado y también las actitudes respecto de los nuevos retos que plantea el presente. Es importante recordar que en 1990, el mundo todavía no había empezado a ser digital, ni tampoco global en el sentido que adquirió el término al final de esa misma década. Ciertamente, desde entonces, y en la estela de la reunificación, no ha sido solo Alemania la que ha experimentado una gran transformación. Lo que sigue es un esbozo preliminar de la transformación alemana en un contexto más amplio, poniendo el énfasis en la política doméstica y en el tejido social con el que se desarrolla la política. Este ensayo empieza con una breve panorámica de las principales fases y cesuras de la historia alemana reciente, y prosigue con una discusión acerca de la transformación del sistema alemán de partidos, una cuestión que a menudo ha ocupado el primer plano en el discurso alemán, en la medida en que los partidos políticos representan un importante lazo de unión entre la sociedad y la política. A partir de allí, la siguiente sección hace una interpretación más general de la política doméstica. Subraya concretamente el nuevo tipo de “neoliberalismo” que ha surgido en la República Federal, especialmente a partir del cambio de siglo, y describe el patrón principal de la política y el cambio social como una forma de “progresismo conservador”.
Una cuestión importante, no solo en Alemania, es si la pandemia de la covid-19 cambiará significativamente la trayectoria del país. Este ensayo sostiene que, pese a los cambios fundamentales que Alemania ha experimentado desde la unificación, su política en general y las decisiones políticas concretas han tenido una fuerte dependencia de dicha trayectoria, en el sentido de una adaptación a las pautas de la “vieja” República Federal fundada en 1949. Hay indicios, además, de que la reacción de Alemania a la pandemia del 2020, sin que sea posible descartar que esta tenga efectos disruptores, reafirma una vez más determinadas características de la política, la sociedad y la cultura política del país, sobre todo una fuerte tendencia al centrismo y al consenso que distingue a Alemania respecto a la trayectoria seguida en el mismo período por otros muchos países.
Alemania ha experimentado una transformación gradual y una expansión de su sistema de partidos, sin que los dos “partidos patrimoniales” llegasen a perder en ningún momento el control
Los ciclos de la política alemana y el patrón de las grandes coaliciones
La historia de la República Federal, desde su nacimiento en otoño de 1949, con el canciller Konrad Adenauer al frente, se había caracterizado por unos ciclos largos y unos proyectos políticos claramente distinguibles. Si bien las primeras elecciones al Bundestag solo dieron a los cristianodemócratas (y a su rama bávara, la CSU) una pequeña ventaja respecto a los socialdemócratas, Adenauer decidió formar gobierno sin el SPD, y ganó las siguientes elecciones, hasta principios de los años sesenta, con una marca particular de conservadurismo moderado y reformismo social, con la “economía social de mercado” personificada en su eventual sucesor Ludwig Erhard como piedra angular. Después del gobierno interín Erhard (1963-1966), tres años de una Gran Coalición bajo la batuta del canciller Kurt Georg Kiesinger (CDU) llevaron al SPD al poder por vez primera, lo que indudablemente ayudó a su presidente y líder carismático Willy Brandt a formar un nuevo gobierno de la izquierda moderada, con la ayuda del liberal FDP, en 1969, la llamada Sozialliberale Koalition. Helmut Schmidt, un socialdemócrata de tendencia más pragmática y tecnocrática, continuó esta coalición hasta que fue desalojado por Helmut Kohl, líder de la CDU, en 1982.Y así empezó el tercer ciclo de la historia política de la República Federal: el retorno a un gobierno moderadamente conservador que en muchos aspectos encarnaba los cambios de Zeitgeist que tuvieron lugar en Europa Occidental y en Norteamérica, con las significativas excepciones de la Francia de Mitterrand y la España de Felipe González. De todos modos, Kohl se hizo rápidamente amigo de estos dos líderes socialistas, y actualmente se considera que en general su gobierno siguió un curso de continuidad más que un cambio conservador radical como el que representaron Margaret Thatcher y Ronald Reagan en sus respectivos países.
Durante la primavera de 1989, el canciller Kohl fue objeto de ataques en su propio partido, y posiblemente solo gracias a la llegada de la crisis en la RDA y a la repentina posibilidad de la reunificación durante el invierno siguiente, pudo mantener su cargo de canciller. De manera notable, Kohl supo aprovechar la oportunidad, se convirtió en el “canciller de la Unidad Alemana” y dirigió su gobierno de coalición con el FDP hasta 1998. Ignorando los síntomas de erosión y la crítica interna, perdió las elecciones ante Gerhard Schröder, que celebró su victoria, junto con su cordial colaborador Joschka Fischer, líder de facto del Partido Verde, como el inicio de una nueva era: el “proyecto” político del Rot-Grün (en alemán,“rojoverde”), una nueva alianza progresista de la socialdemocracia, el movimiento ecologista y el legado del movimiento estudiantil de 1968. El cuarto ciclo de la política alemana de la posguerra, sin embargo, acabó prematuramente con las elecciones federales del 2005, que propiciaron la llegada de Angela Merkel. La nueva líder de la CDU, que había nacido y crecido en la RDA, llegó a la cancillería sin que el SPD perdiese totalmente el poder: la segunda Gran Coalición del 2005 pareció que sería una repetición de la de 1966, un nuevo período de transición hacia un potencial quinto ciclo de preponderancia conservadora.
Sin embargo, resultó ser algo diferente. Uno de los desarrollos más significativos de la política doméstica alemana fue el final del ciclo oscilante que la había configurado durante más de medio siglo. La efímera coalición de Merkel con un FDP temporalmente fortalecido entre el 2009 y el 2013, fue seguida por otra Gran Coalición en el 2013, y de nuevo, contra todo pronóstico y fuertes resistencias, especialmente dentro del SPD, en el 2017. A finales del 2019, Merkel había superado a Adenauer en duración al frente de la cancillería, y en las próximas elecciones ordinarias de otoño del 2021 se acercará mucho al récord de dieciséis años en el cargo que ostenta Helmut Kohl. Y lo que es más importante, parecía imposible proclamar con éxito un nuevo “proyecto” político y convertirlo en una coalición de gobierno. Con la propia Merkel empujando a su propio partido hacia la izquierda, un nuevo tipo de centrismo pragmático y no ideológico había sustituido a la fuerte polarización izquierda/derecha, o rojo/negro, en Alemania. El único “proyecto” relevante, en el sentido de una nueva coalición que pudiera ser vista como una representación, de modo parecido a gobiernos anteriores, y de una nueva constelación de tendencias sociales y culturales, no llegó a materializarse: a saber, una coalición Schwarz-Grün (“negro-verde”, en alemán), con la CDU y la CSU gobernando el país junto con Los Verdes. De hecho, la “Negro-Verde” puede considerarse como una coalición implícita o tácita en Alemania durante buena parte de los últimos quince años, en la medida en que expresaba la noción de los sesentayochistas regresando a sus orígenes de clase media y bürgerlich (en alemán, burguesa), y forzando a sus padres a reconocer la trascendencia de la protección medioambiental y de una economía sostenible.
De todos modos, la opacidad ideológica y la respuesta pragmática a la crisis de 2008 se convirtió en la característica más destacada de la política alemana. Desde este punto de vista, el largo reinado de la Gran Coalición desde 2005 (con la interrupción del período 2005-2009), no fue accidental, ni simplemente un producto de la pluralización del sistema de partidos, tema que discutiremos en la siguiente sección. Más que nada, se basaba en un consenso que ya se había forjado durante los últimos años del gobierno de Schröder, particularmente a partir del 2003. Cuando la coalición RojoVerde hubo terminado su trabajo respecto a los principales proyectos progresistas, como una nueva ley de ciudadanía más liberal, Schröder viró hacia un nuevo programa cuando proclamó su Agenda 2010 en el Bundestag en marzo del 2003. Las reformas en la legislación laboral y las regulaciones relativas a los servicios sociales tenían por objetivo sacar a Alemania del estancamiento económico que muchos críticos –tanto conservadores como liberales y progresistas– habían diagnosticado desde mediados hasta finales de los años noventa. Una vez que la Alemania del Este hubo culminado la enorme reestructuración económica basada en el modelo occidental, resultó que el propio Occidente necesitaba urgentemente un cambio, especialmente en vistas del elevado nivel de desempleo que se había ido creando desde la recesión de la década de 1970 y que no tenía visos de desaparecer.
Si bien la Agenda 2010 fue muy cuestionada en el seno del SPD –y no tanto, curiosamente, en el Partido Verde– y llegó casi a dividir a los socialdemócratas, posibilitó un nuevo consenso reformista que ha sido desde entonces uno de los modelos fundamentales de la política alemana: un consenso sobre un tipo moderado de neoliberalismo combinado con una austeridad fiscal y un tipo igualmente moderado de progresismo social. La CDU/CSU, el SPD y los Verdes, y en muchos aspectos también el FDP, han respaldado este consenso. Los Verdes, fuera del poder en la política nacional desde el año 2005, han respaldado en general este consenso, y en ocasiones, pese a estar formalmente en la oposición, también lo han impulsado de una forma que es posible hablar efectivamente de una hiper-gran coalición alemana. Al mismo tiempo, y pese a ocasionales y graves conflictos, este consenso ha facilitado a Alemania superar las múltiples crisis que han afectado al mundo occidental desde el año 2001: la crisis del 11-S, la crisis financiera y la Gran Recesión de 2008-2009, la subsiguiente crisis del euro, los efectos del desastre nuclear de Fukushima en el 2011, y sobre todo, la crisis de los refugiados del 2015. Como veremos más adelante, el consenso nacional todavía está en vigor en el 2020 y configura la respuesta que está dando Alemania a un virus.
La transformación de los partidos y el retorno al multipartidismo
El sistema de partidos de la República Federal en la Alemania occidental, antes de 1989, había estado definido por una serie de circunstancias históricas. Después de las dificultades para formar coaliciones en el sistema multipartidista de la República de Weimar, y de su fragmentación y radicalización cada vez mayores desde finales de los años veinte, parecía una buena idea avanzar en la dirección del modelo anglosajón de los sistemas bipartidistas que se turnaban bien en el gobierno, bien en la oposición. Los cristianodemócratas de Adenauer, junto con la bávara CSU, afianzaron la facción del conservadurismo moderado, mientras que el SPD representaba a la izquierda moderada, especialmente después de su desradicalización ideológica y del abandono del marxismo ortodoxo en el programa del partido de Godesberg en 1959. Diez años después, en 1969, el SPD estaba al mismo nivel que la CDU/ CSU, pues ambos partidos podían obtener más del 40% de los votos en las elecciones federales. Sin embargo, en la versión alemana de la democracia de Westminster, el liberal FDP no desapareció, sino que permaneció como tercer partido, y en diversos momentos decisivos, como en 1969 y en 1982, determinó efectivamente cuál de los dos principales partidos sería el que gobernaría el país.
Archiv für Christlich-Demokratische Politik (ACDP), composición a partir de carteles electorales. https://commons.wikimedia. org/
Mientras que en Alemania Occidental eran muchos los que consideraban que este modelo proporcionaba una estabilidad imperecedera, su erosión empezó de hecho en 1983, seis años antes de la reunificación, con la entrada por vez primera del Partido Verde en el Bundestag. Desde entonces, Alemania ha experimentado una transformación gradual y una expansión de su sistema de partidos, sin que los dos “partidos patrimoniales” llegasen a perder en ningún momento el control que tenían sobre la política nacional (como demuestra la Gran Coalición desde 2005), pero al precio de que el término “gran” se escriba en letras cada vez más pequeñas, en función del porcentaje combinado de votos que comparten. El hecho de que tanto la CDU/CSU como el SPD se estableciesen ellos mismos como Volksparteien (literalmente: “partidos del pueblo”; en el lenguaje de la ciencia política, catch-all parties o partidos “atrapalotodo”) fue considerado como un acontecimiento histórico, y no solo en términos cuantitativos, sino en la medida en que la existencia de dos partidos “con más de un 40% de los votos” minimizaba el riesgo de una fragmentación al estilo de Weimar. La noción de Volksparteien era igualmente relevante en términos de alcance ideológico y social: según las influyentes teorías de la sociología política propuestas por M. Reiner Lepsius entre otros, en los años 30 Alemania había caído en las garras del partido Nazi debido a la rigidez ideológica y a la segmentación social de su sistema de partidos: los católicos votaban al Partido del Centro, los protestantes prusianos iban con el Partido Conservador y la clase obrera estaba irrevocablemente ligada al SPD. El NSDAP triunfó porque prometió ser el partido de todos, desbordando las “burbujas” sociopolíticas –como diríamos hoy en la era de las redes sociales, a favor de una nación pseudoigualitaria.
Tras unas décadas de relativa estabilidad, sin embargo, lo que sucedió fue todo lo contrario. De hecho, la sociedad alemana empezó a cambiar espectacularmente durante la década de 1970, en un contexto de industrialización y secularización. El clásico trabajador que era el votante natural del SPD desapareció; católicos y protestantes cuya identidad religiosa ocupaba un lugar central en su posicionamiento político, se convirtieron en minoría. Surgió una nueva clase media postindustrial y a menudo postmaterialista que buscó nuevas formas de dar salida a su expresión política. Como factor adicional, el legado de la RDA dejó una huella innegable en el sistema de partidos de la Alemania unificada. Una vez más, Alemania demostró que es un país que valora la continuidad y la estabilidad, sobre todo debido a la experiencia nazi. En consecuencia, desde mediados de los años ochenta, el sistema de partidos alemán tomó una tercera vía entre la estabilidad de un sistema de partidos casi bipartidista, por un lado (Estados Unidos, Reino Unido y España hasta hace poco), y el completo colapso y la reinvención del sistema de partidos que han experimentado países como Italia y Holanda. Con la gradual erosión de los Volksparteien, Alemania adquirió un sistema multipartidista añadiendo, de un modo casi regular, un nuevo partido cada década a la lista de partidos establecidos que obtenían representación en el Bundestag: el Partido Verde en las décadas de 1980 y 1990; el post-comunista PDS en Alemania Oriental en la década de 1990; Die Linke, que incluía las secciones occidentales del país, en la primera década del siglo XXI y finalmente, la AfD (Alternative für Deutschland), como partido populista de derechas en la década de 2010. Se dice a veces que, efectivamente, Alemania ha regresado al sistema multipartidista que había sido el dominante desde la década de 1870 hasta la de 1920, o incluso hasta la de 1950, con seis o más partidos representando a determinados campos ideológicos y medios culturales, si bien en el contexto de una sociedad altamente individualizada y mucho más fluida.
La CDU y su hermana bávara levemente más conservadora, la CSU, han sufrido menos que el SPD a causa de esta transformación. Como demuestra la larga permanencia de Angela Merkel en la cancillería, la CDU todavía tiene argumentos a favor de su tradicional afirmación de ser el partido “natural” de gobierno de la República Federal. Durante la crisis de la covid-19, sus cifras en las encuestas han subido de nuevo y en mayo del 2020 estaban cerca del 40%. A la larga, es muy probable que la CDU/ CSU siga siendo el principal partido de Alemania, reteniendo aproximadamente un tercio del electorado. Si lo comparamos con la rápida erosión del SPD durante la última década, vemos como los dos Volksparteien han perdido cuotas de poder, aunque de manera claramente asimétrica. Entre las “elecciones de Schröder” de 1998 y las últimas elecciones del 2017, el SPD ha perdido la mitad de su cuota de votantes (de cerca de un 40% a cerca de un 20%), y según los sondeos y otros indicadores, es probable que esta cuota se reduzca un poco más, compartiendo de este modo la misma suerte que los partidos socialdemócratas en casi todo el resto de Europa. El SPD ha sufrido más que la CDU/CSU a causa de la competencia dentro de su propio campo. Los votantes de izquierdas que permanecieron fieles al SPD durante la década de 1970 e incluso la de 1980 “sin tener en cuenta” su pragmatismo, han seguido sus instintos y convicciones y se han pasado a losVerdes o al neosocialista Partido de la Izquierda.
El Partido Verde es la gran historia de éxito del sistema de partidos de Alemania de las tres o cuatro últimas décadas. Alimentado por los nuevos movimientos sociales surgidos en la estela de Mayo del 68 –el ecologismo, la protesta antinuclear, el movimiento pacifista y sobre todo, el feminismo y la neue Frauenbeweghung (en alemán, “nuevos feminismos”), el partido no ha dejado de expandir su cartera programática, así como su base social. Durante al menos dos décadas los conflictos entre el ala radical, fundamentalista, y el ala moderada partidaria de la Realpolitik han sido la savia vital de Los Verdes. Desde mediados de la primera década del siglo XXI, los moderados se han llevado la victoria, y los jóvenes izquierdistas, los activistas radicales y los socialistas se han pasado a Die Linke. El desplazamiento hacia el centro del Partido Verde ha sido un factor importante en la emergencia del reciente centrismo político de Alemania. Este desplazamiento lo ha personificado la elección de Winfried Kretschmann como primer ministro de Baden-Württemberg, el tercer estado federal más grande el año 2011, y su reelección para un segundo mandato en el 2016 como líder de una coalición con la CDU en la que él era el socio minoritario.
Los sondeos muestran –y otros indicadores lo consideran muy posible– que en un futuro próximo, el Partido Verde superará al SPD incluso en las elecciones federales, y pasará a liderar el campo progresista en la política y la sociedad alemanas. Si bien su éxito sigue un patrón más amplio de fracaso de la izquierda clásica y de ascenso de una nueva izquierda centrada en el ecologismo, el multiculturalismo y el reconocimiento de las minorías (y en este sentido, incluso el Partido Demócrata norteamericano se ha transformado de socialdemócrata a verde), el grado de éxito de Los verdes alemanes es casi único en el mundo, por lo menos en países grandes. Puede argumentarse que la receta de su éxito no se basa tanto en la protección ambiental como en un estilo particular de hacer política: la política moral de Los Verdes, el punto de vista ético adoptado en todos los temas, ha tenido eco en un país que todavía está gestionando el daño histórico causado por una política radicalmente amoral. Los Verdes, por consiguiente, pueden considerarse como una compensación moral por el período nazi que resulta particularmente atractiva a las nuevas clases medias “morales” y postmateriales del país.
El Partido Verde es la gran historia de éxito del sistema de partidos de Alemania de las (...) últimas décadas
El centrismo global de la sociedad alemana, representado en su sistema de partidos, está en cierto modo compensado, aunque no es fundamentalmente cuestionado, por la existencia de dos partidos en los márgenes a la derecha y a la izquierda del espectro. Efectivamente, Die Linke se debate en su rol de expresar una discrepancia fundamental con el orden del mercado liberal de la República Federal. Si bien una pequeña facción del partido mantiene todavía su adhesión a la ortodoxia marxista y considera el orden democrático liberal como un sistema genuinamente malo que ha de ser superado, los moderados han ganado terreno y, especialmente en la Alemania del Este, han llevado al partido al terreno clásico de la socialdemocracia. Bodo Ramelow, un líder sindicalista germano-occidental que ha sido primer ministro de Turingia desde el 2014, representa a esta facción pragmática que casi ha llevado a Die Linke a formar parte del consenso centrista de la CDU/CSU, el SPD, el FDP y Los Verdes. Al mismo tiempo, el éxito del partido señala una normalización de la izquierda en la política alemana. Durante la Guerra Fría, la existencia, marginal en el mejor de los casos, de un Partido Marxista o Comunista representaba una excepción con respecto a los principales países europeos occidentales, como Francia e Italia en particular. Un patrón de normalidad europea es igualmente perceptible en la oposición de Die Linke a las ideas de un “nuevo laborismo” promovidas por Tony Blair, Gerhard Schröder y otros a finales de la década de 1990 y comienzos del siglo XXI, o, como dirían los propios izquierdistas, en su rechazo de las políticas “neoliberales” adoptadas por los partidos socialdemócratas durante este período.
Finalmente, la historia es más complicada, y al mismo tiempo más simple, con la más reciente de las nuevas adquisiciones del sistema alemán de partidos: el derechista y populista AfD. De nuevo, el pasado nazi proyecta su larga sombra incluso en el siglo XXI: durante mucho tiempo la cultura política alemana parecía implicar un fuerte rechazo de los partidos extremistas de derechas, aunque examinando las cosas con más detenimiento, estos partidos han estado presentes, y en algunos momentos han tenido una cierta influencia, durante todo el período de la postguerra. A finales de los años sesenta, el partido neonazi NPD obtuvo representación en los parlamentos de varios Länder y sigue siendo una fuerza significativa en algunos medios marginales; partidos más pequeños como los Republikaner han experimentado con una mezcla de atractivo neonazi y populismo moderno desde los años ochenta. De hecho, la AfD representa un híbrido de al menos tres fuerzas o direcciones políticas. Empezó en el 2014 como un partido del “euroescepticismo” que reivindicaba la soberanía nacional y trataba de atraer a los votantes conservadores decepcionados por el giro liberal de la CDU de Angela Merkel.
Sin embargo, el clásico atractivo conservador, “de traje y corbata”, del partido entró en conflicto desde el primer momento con su intento de apuntarse a la marea populista para beneficiarse de un sentimiento antielitista que va en contra del consenso centrista más arriba descrito. En términos sociológicos, el consenso centrista se basa en gran medida en la preponderancia de las clases medias acomodadas en el sector servicios de la economía. Igual que en otros países, el atractivo populista alemán puede entenderse, por consiguiente, como una protesta de las partes más marginales de la población, más allá de las viejas clases obreras de la era socialdemócrata. De todos modos, la marginalidad a menudo hay que entenderla en un marco cultural más que a escala socioeconómica. Esta es una explicación importante del hecho de que los bastiones regionales del nuevo populismo alemán se encuentren predominantemente en la Alemania del Este, la antigua RDA: la AfD, así como el movimiento xenófobo y anti-islámico de protesta de Pegida, que tiene su epicentro en la capital sajona de Dresden, expresan un sentimiento de humillación, menosprecio y abandono político que encuentra eco en partes de la población alemana oriental, especialmente la masculina.
A diferencia del modelo que con frecuencia ha funcionado en la gradual asimilación de los partidos nuevos por el sistema dominante –como en los procesos hacia la moderación del partido de Los Verdes y de la Izquierda– en los últimos años la AfD apenas se ha movido en esa dirección, y más bien ha experimentado un proceso de radicalización. O, para ser más precisos: los grupos extremistas, y de hecho neofascistas, que desde el primer momento constituyeron el tercer afluente de la base social y del programa del partido, han ganado influencia y han construido una red de poder, la llamada Der Flügel (“El Ala”), con la que las fuerzas más moderadas tienen dificultades para relacionarse, si bien no quieren librarse de ella por miedo a perder el dinamismo y el atractivo popular que representa esta “ala”. También en este caso, igual que con la erosión de los Volksparteien en general y de la socialdemocracia en particular, en el ascenso de una Izquierda neosocialista en respuesta al neoliberalismo y a la crisis financiera, en el ascenso de una “agenda Verde”, o en el ascenso de la AfD como nuevo partido de la derecha populista hay tantas peculiaridades alemanas, configuradas por el pasado de la RDA y por el proceso de reunificación, o por el pasado nazi, como aspectos comunes con lo que sucede en Europa, en Occidente o en el resto del mundo. Pese a su repugnante racismo y xenofobia, y a una forma de pensar que linda con las teorías de la conspiración, a menudo se afirma en Alemania que la AfD ha hecho que el sistema alemán de partidos no sea tan excepcional como lo había sido en la “antigua” República Federal e incluso ya entrado el siglo XXI.
El gran pacto alemán: neoliberalismo, consenso y progreso cauteloso
Tanto la panorámica cronológica de treinta años de la historia alemana como el análisis de los cambios en el sistema de partidos aportan pruebas abundantes de la existencia de unas pautas muy profundas en la estructura de la sociedad y la política alemanas. Algunas de ellas apuntan a tradiciones muy inveteradas, anteriores sin duda a los acontecimientos decisivos de 1989-90, y que en ocasiones se remontan incluso al siglo xix, como en el caso de un sistema de partidos más antiguo que resurge en unas circunstancias nuevas, o en el énfasis puesto en una economía de producción industrial en la era de la desindustrialización. Por otro lado, puede afirmarse que los retos de la reunificación, la integración europea y la globalización promovieron nuevas pautas en la política alemana que, pese a la existencia de muchos problemas comunes en otras naciones europeas en condiciones similares, han configurado a Alemania de una forma claramente diferente a sus vecinos y aliados más próximos.
Como ya he apuntado, el tema clave aquí es la emergencia de un amplio consenso sobre un tipo particularmente alemán de régimen “neoliberal” a comienzos del siglo xxi. Pese a las diferencias existentes entre la izquierda y la derecha moderada respecto al origen y a la naturaleza de los problemas con que había topado la República Federal incluso antes de 1989, los dos grandes partidos y Los Verdes consideraron que era necesario proceder a algunos cambios en el tradicional sistema de corporativismo alemán, economía social de mercado y Rheinischer Kapitalismus. La economía permanecía en un estancamiento estructural y, mientras que liberales o conservadores coincidían en que había que hacer algo a favor de la libre empresa, la competencia y el dinamismo del mercado, socialdemócratas y Verdes acometían el problema desde la preocupación por todas las personas que se habían quedado rezagadas en el régimen actual: en situación de paro de larga duración, excluidos del mercado laboral, y sin estudios superiores. En consecuencia, la Agenda reformista de la era Schröder, pese a acarrearle graves problemas en el seno de su propio partido, colocó la piedra angular de una nueva economía política en Alemania, con mayor énfasis en la competitividad en el mercado, y que era diferente de la política neoliberal de la Gran Bretaña de Thatcher y de la América de Reagan. La política fue su emblema y el medio para lograr una política social capaz de integrar a grupos anteriormente marginados en una comunidad nacional de personas autosuficientes y trabajadoras. El mensaje central era: si estás dispuesto a trabajar duro, mejorar tu formación y comprometerte como individuo responsable, podrás dejar atrás las zonas marginales de la sociedad alemana, y eventualmente, si todo falla, podrás beneficiarte del apoyo del estado del bienestar.
En este pacto alemán, efectivamente, el estado y el gobierno continuaron desempeñando un papel importante, que se diferenciaba del modelo anglosajón de “neoliberalismo contra el estado”. En cierto modo, dio continuidad a la tradición de intervención estatal que se había forjado desde los tiempos de Bismarck –si no antes, y aportó nuevas facetas a la idea de la República Federal temprana de una Soziale Marktwirtschaft ordenada y regulada por las instancias políticas, en la que el gobierno tomaba a menudo el control de iniciativas encaminadas a catalizar la competitividad en el mercado. La reforma de la educación superior, especialmente la llevada a cabo en el sistema universitario a mediados de la década de los 2000, es un buen ejemplo de ello. La “Iniciativa Excelencia”, un programa conjunto del Estado Federal y los Länder, impulsó desde 2006-2007 a las universidades alemanas a competir entre ellas, sin convertir por ello a las universidades en instituciones básicamente mercantiles, como en Estados Unidos. Todo lo contrario: las universidades se vieron sujetas a un control político más estricto al mismo tiempo que, paradójicamente, obtuvieron un cierto margen de maniobra para definir objetivos que las distinguiesen de otras instituciones. La conclusión de ello es que el “premio” de la competencia no se gana en el mercado, sino que lo otorga el gobierno (en forma de dinero del contribuyente) o las agencias paragubernamentales, como la Deutsche Forschungsgemeinshaft (DFG, o Fundación Alemana para la Investigación Científica).
Otra característica importante de la particular formulación alemana de neoliberalismo, y también del consenso multipartidista, ha sido el especial hincapié que se pone en la austeridad fiscal, tanto en el contexto nacional como en la Unión Europea. Una vez más, a diferencia de una interpretación tradicional de la política de austeridad, la variante alemana que surgió a comienzos del siglo XXI nunca ha cargado con el lastre ideológico de ser la antítesis conservadora del keynesianismo, o de confrontar la política izquierdista de regulación estatal en un sentido más amplio. Es más una austeridad redefinida y culturalmente enmarcada en los términos de la agenda ecologista –otra prueba de la singular influencia del partido Verde, incluidos los movimientos culturales y sociales más amplios en los que se basa– la que ha predominado en Alemania desde finales de los años noventa. La sostenibilidad a largo plazo y la justicia social con respecto a las futuras generaciones, fue el principal argumento esgrimido contra el gasto excesivo y la deuda pública. No hemos de vivir über unsere Verhältnisse (“por encima de nuestras posibilidades”), si no queremos que en el futuro, nuestros hijos y nietos tengan que pagar la factura de nuestros lujos. Mientras que los socialdemócratas, todavía muy influidos por el keynesianismo, han tenido más dificultades para aceptar esta lógica, entre Los Verdes y la CDU/CSU se ha forjado un notable consenso en torno a esta cuestión, debido a que el argumento de la sostenibilidad y la equidad generacional encajaban perfectamente con los valores religiosos y culturales de los cristianodemócratas.
El paradigma del neoliberalismo controlado por el estado y de la austeridad ecológica encuentran un buen encaje en el modelo de progresismo conservador que ha caracterizado buena parte de las dos últimas décadas de historia alemana, y en particular los gobiernos de Angela Merkel desde el 2005, especialmente de los tres gobiernos de gran coalición. La fórmula secreta de la política alemana durante este período puede expresarse del siguiente modo: “Sigamos avanzando en estos tiempos de cambio, pero evitemos que estalle una revolución. Escuchemos las demandas progresistas, pero en lugar de que nos fracturen como sociedad, busquemos un consenso para avanzar con cautela”. Ejemplos de ello son la eventual introducción, después de largos debates, de un salario mínimo en el 2015, o las decisiones relativas a la política sexual, con la legislación sobre los matrimonios homosexuales en el 2017, bajo la bandera programática de Ehe für alle (“boda para todos”). En algunos temas significativos,Alemania ha avanzado de manera más resuelta que otros países de su entorno, como por ejemplo, en la decisión de abandonar la energía nuclear después del desastre de Fukushima en el 2011 (Atomausstieg), o con la decisión de Angela Merkel de hacer una gestión liberal del control de las fronteras y de la inmigración durante la crisis europea de los refugiados del 2015. Pero incluso en estos casos, el gobierno ha sido cauteloso para no perjudicar a la economía y en particular a la estructura industrial básica de Alemania, o poner en peligro un amplio consenso social respecto a dichas medidas. Puede argumentarse que en el caso de la crisis de los refugiados el segundo intento ha fracasado en parte, o al menos ha atravesado una fase sumamente crítica, con el populismo y la AfD explotando las inquietudes de amplios sectores de la población.
De todos modos, el grado de consenso general alcanzado en Alemania –no solo entre los partidos políticos y en las coaliciones gubernamentales, sino en la sociedad en su conjunto– en estas y otras muchas cuestiones que amenazan con dividir a otros países, ha sido notable. Una explicación puede buscarse en las circunstancias sociales y culturales de la República Federal, concretamente en una clase media fuerte y, en relación con ello, en una importante moralización de la política. En un período en el que otros países occidentales están lamentando el declive y la erosión de sus antaño fuertes clases medias,Alemania ha conseguido seguir siendo una sociedad de clase media, e incluso rejuvenecer a su clase media con los cambios tecnológicos y económicos que se han producido con la desindustrialización parcial, la digitalización y la expansión de una economía de los servicios. Las clases medias alemanas actuales son en una medida abrumadora acomodadas, instruidas y no ideológicas, y por consiguiente pueden y están dispuestas a respaldar la política de consenso y el progresismo conservador más arriba descrito. Al mismo tiempo, la visión del mundo de las clases medias en la República Federal de hoy está muy moralizada, y esta base moral proporciona una notable cohesión al tejido social. Los problemas relativos a la protección del consumidor, al ecologismo, la migración y por supuesto en el controvertido campo de la medicina y la bioética se formulan como problemas morales en Alemania más que en otros muchos países.
A la moralización expansiva de la política han contribuido varios factores. Naturalmente, desde finales de los años sesenta, el desplazamiento hacia los valores postmaterialistas ha tenido lugar en las sociedades occidentales y ha desviado las antiguas fricciones, los problemas clásicos de las relaciones industriales y la justicia distributiva para dar protagonismo a las relaciones culturales y nuevos modos de justicia social, que incluyen la gestión humana del medio ambiente. En Alemania, la fuerte posición del partido Verde, más allá de sus resultados electorales, puede verse tanto como causa que como efecto del estilo moral peculiar del país. Otro factor importante es el papel de la religión en la sociedad y la cultura alemanas: pese a una pérdida enorme de feligreses –de casi un 50% en tres décadas, desde un 80% a un 40%, católicos y protestantes combinados– las dos principales iglesias cristianas todavía ejercen una influencia importante, tanto en la política como en la sociedad civil. La religiosidad omnipresente, si bien a menudo más implícita, proporciona una explicación importante de por qué en materias como la eutanasia, el aborto o la investigación con células madre, Alemania se sitúa sistemáticamente en el lado “conservador”, en comparación con países más liberales como Holanda, pero sin los frentes profundamente divisivos que han caracterizado a Estados Unidos desde hace medio siglo, o la división entre les deux Frances o las dos Españas durante más de dos siglos. Finalmente, un tercer factor que explica la política moral alemana es su pasado nazi o, más bien, su forma particular de asumir, desde los años ochenta, la responsabilidad del Tercer Reich y del Holocausto. Incluso la decisión de Angela Merkel y de la República Federal de abrir completamente las fronteras del país en el verano del 2015 puede leerse como un intento de compensación moral tardía de la política nazi de expulsión y persecución.
Conclusión: patrones alemanes en tiempos de coronavirus
Treinta años después de la reunificación, las ansiedades que acompañaron a la re-emergencia del principal Estado-nación en el centro de Europa, tanto entre los grupos liberales como entre los grupos izquierdistas de la República Federal, y aún más entre los vecinos y socios europeos, parece que se han desvanecido hace tiempo. Pero quizá no del todo. Desde el Reino Unido a Polonia, desde Holanda a Grecia, la masa demográfica, el poder económico y la fortaleza política de Alemania han sido temas recurrentes durante las tres últimas décadas en el marco europeo, especialmente desde la crisis financiera y del euro de hace diez años. De todos modos, es justo decir que Alemania, en general, no se está comportando como un elefante en una cacharrería, sino que acepta su papel de socio democrático en Europa, y como un importante activo de la Unión Europea. En una perspectiva a largo plazo, pasando por alto tres o cuatro décadas de historia reciente, es obvio que pese a la serie de crisis que han caracterizado a los primeros años del siglo XXI en particular, la historia de Europa es la historia de una creciente homogeneización más que la de una divergencia, tanto en un sentido económico como cultural. En el 2020, Alemania es mucho más similar a España de lo que lo era en 1990 y aún más de lo que lo era en 1970. Pero esto no significa que una trayectoria particular alemana en política, cultura y sociedad haya dejado de existir.
Puede que sea demasiado pronto para decirlo, pero la reacción de Alemania a la pandemia de la covid-19 ha remarcado algunas de sus peculiaridades y puede incluso haberlas reforzado por un tiempo de cara al futuro. Entre estas características estuvieron las rápidas, aunque en general más bien moderadas, medidas del período de confinamiento en la primavera del 2020, y un repertorio de medidas económicas, como el amplio uso de compensaciones a corto plazo, que trataban de evitar que se produjeran fracturas más profundas, no solo en las empresas sino entre la población trabajadora. Alemania, una vez más, pudo confiar en su Gran Coalición, o mejor dicho, en el hiper-modelo ampliado de fuerzas centristas, en el que incluso los principales partidos técnicamente en la oposición, como Los Verdes y los partidos de la Izquierda, dieron su apoyo al gobierno de la cancillera Merkel, mientras que el rol de oposición lo adoptaban los federalistas, concretamente los Länder, como Baviera y Renania del Norte-Westfalia, y sus ambiciosos primeros ministros. De modo aún más significativo, la voluntad popular de aceptar las medidas de aislamiento y distancia social demostró ser amplia y sólida, y fue muy respaldada, pese a unas cuantas voces discrepantes, por las clases medias y un amplio espectro de organizaciones de la sociedad civil, incluidas las iglesias. Por ende, es muy probable que el modelo alemán de centrismo, consenso y progresismo conservador que ha emergido en las décadas después de la reunificación continúe durante algún tiempo en el futuro.