Barbara Oomen
Profesora de Sociología de los Derechos Humanos en la Utrecht University
Cuando el gobierno italiano prohibió que el Seawatch III atracase en sus costas, los alcaldes de Palermo, Nápoles y Barcelona declararon estar dispuestos a acoger a ese barco lleno de emigrantes procedentes de África. Esto no es más que una muestra de una tendencia discernible desde que en el 2015 estalló en Europa la denominada “crisis de los refugiados”: la proliferación de las conocidas como “ciudades refugio”. Estas ciudades adoptan una postura activa, más receptiva respecto a los refugiados, y ponen más empeño en su integración de lo que cabría esperar por parte de los gobiernos nacionales. Se encuentran por toda Europa, organizando una bienvenida más calurosa, haciendo un esfuerzo extra en las condiciones de alojamiento, proporcionando servicios concretos a los emigrantes irregulares o estableciendo programas de integración de largo alcance.
Los motivos de este fenómeno son múltiples. En primer lugar, la forma en que muchas localidades se ven directamente confrontadas con la oleada de refugiados, ya sean ciudades de tránsito como Milán y Atenas, que asistieron al paso de centenares de miles de personas en el 2015, o ciudades más pequeñas, que han recibido a los recién llegados como parte de las políticas de dispersión. Esto exige pragmatismo y acción directa y deja menos margen a las políticas nacionales, que son más simbólicas. Las ciudades también tienen un poder sin precedentes para actuar: las tendencias descentralizadoras y el traspaso de competencias de las últimas décadas les han otorgado en muchos casos responsabilidades directas en ámbitos políticos clave, como asuntos sociales, alojamiento o incluso educación e integración en el mercado de trabajo.
La investigación sobre los motivos por los que determinadas ciudades se muestran proclives a desligar sus políticas locales del estándar nacional apunta a la importancia de factores políticos, sociales, económicos y también personales. Los gobiernos locales de izquierda, con agendas que difieren de la del gobierno nacional, no son las únicas ciudades refugio existentes, pero sí son decididamente más proclives a ingresar en sus filas. Una ciudad que ya tenga una población urbana heterogénea, las arcas del erario público llenas y necesidad de mano de obra, estará también más dispuesta a abrir las puertas a los recién llegados. Aquellas ciudades en las que las coaliciones de políticos, funcionarios, organizaciones de emigrantes y otras entidades civiles colaboran entre ellas también destacan en este sentido. De todos modos, las personalidades individuales son a menudo las que marcan la diferencia en este caso, tanto si se trata de un alcalde o alcaldesa que da muestras de liderazgo moral, como si se trata de un funcionario público activista o de un líder religioso.
Las políticas que posteriormente desarrollan dichas localidades pueden diferir, y van desde la asignación de un documento de identidad que confiera acceso a la prestación de servicios a todos los emigrantes, hasta la creación de programas concretos en ámbitos como el del alojamiento, la educación, el trabajo o la integración en general. Un elemento sorprendente es la importancia del discurso y del arte y la cultura en los procesos de bienvenida e integración. Construir un relato que ponga de manifiesto que la bienvenida y la inclusión forman parte de la identidad de la ciudad implicada es fundamental para convertirse en una ciudad refugio.
Eurocities ha presionado con éxito para crear fondos de emergencia a gestionar por las ciudades
Puede argumentarse, por supuesto, que estas políticas no son nuevas, pues algunas ciudades proporcionaban refugio mucho antes de que se formasen los estados-nación, reconociendo que el capital social y cultural que representaban los refugiados podían ayudar a su ciudad a florecer. Hay, sin embargo, algunos aspectos profundamente innovadores en el fenómeno actual. Uno de ellos es, por ejemplo, la forma en que algunas ciudades forman redes transnacionales de colaboración, con apelativos como “ciudades solidarias”, “ciudades santuario” o “ciudades integradoras”. Estas redes no solo comparten experiencias intercambiando las buenas prácticas, sino que también buscan activamente cambiar las políticas europeas e internacionales. El Foro Eurocities, por ejemplo, ha hecho presión con éxito para la creación de fondos de emergencia cuya gestión recaiga de forma directa en las ciudades.
Por supuesto, este fenómeno también tiene inconvenientes. Para empezar, la actitud receptiva de algunas urbes, grandes, cosmopolitas, las distingue aún más de las ciudades pequeñas, rurales, que se niegan a acoger. En general, sin embargo, las ciudades refugio contribuyen a que unas personas obligadas a salir de sus propios países para buscar albergue lejos de su hogar acaben sintiéndose en casa lejos de su hogar, proporcionándoles de este modo un puerto seguro.