FRANCESC FÀBREGUES
Coordinador del Anuario Internacional CIDOB
ORIOL FARRÉS MARTÍNEZ
Coordinador del Anuario Internacional CIDOB
La Historia ha vuelto
El final de la historia. Casi treinta años nos separan ya de este influyente ensayo publicado por Francis Fukuyama en 1989, en pleno éxtasis del mundo occidental ante la disolución de la Unión Soviética y la cascada de nuevos estados dispuestos a abrazar la democracia y los valores liberales. Ese preciso momento de la coyuntura histórica es elegido como punto de partida del artículo Gran Angular de la presente edición del Anuario, a cargo de Manuel Muñiz, Decano de la Escuela de Asuntos Globales y Públicos del IE y Catedrático Rafael del Pino de Transformación Global. Su análisis se sitúa en el contexto de la que entonces era vista como definitiva ola democrática, que se produjo a lo largo de los noventa y en la primera década del 2000 y que debía conducir a la expansión irrefrenable del orden liberal. Sin embargo, dicho orden no solo ha sido contenido en algunos baluartes de Asia, sino que ha experimentado un retroceso en los últimos diez años en Europa y los EEUU, azuzado principalmente desde dos ámbitos: el externo, por parte de estados iliberales o autocráticos –que ponen en cuestión el que se creía pack indivisible de democracia la liberal y economía de mercado– y el interno, desde el seno de los propios regímenes liberales, debido al auge de los populismos, el proteccionismo y el nativismo. Con el liberalismo en crisis, y el aparente retorno de las tesis realistas a la palestra (de poder y de desconfianza entre grandes potencias), cabe decir que las tesis constructivistas –las terceras en discordia en el estudio de las relaciones internacionales–, toman también nuevas formas y reacciones, de la mano de iniciativas, como por ejemplo, la de las ciudades refugio o santuario, sanctuary cities en el ámbito anglosajón, a la que dedicamos un capítulo. En el artículo principal, Blanca Garcés y Kristin Eitel reflexionan acerca de lo que representa este concepto en EEUU y en Gran Bretaña, donde bajo el mismo epígrafe se agrupan dos actitudes bien distintas: mucho más política y de resistencia al gobierno federal en EEUU, mucho más de acogida social, en el caso británico. El análisis de esta dicotomía se completa con dos piezas de Juliana Kerr (del Chicago Council on Global Affairs) y Jonathan Darling (de la Universidad de Durham), dedicadas a las peculiaridades de cada caso. La sección incluye también con una mirada al ámbito europeo (Barbara Oomen), metropolitano (Oriol Illa) y un estudio de caso muy concreto, el de la población italiana de Riace, que durante la denominada “crisis de los refugiados” se auto-organizó para acoger a los recién llegados y que desde entonces se ha convertido en modelo y símbolo de la solidaridad internacional y de resistencia antifascista.
Una noción emergente: (des) globalización o slowbalization
Por primera vez en décadas, cobran fuerza las voces que sugieren la idea de que avanzamos hacia una (des)globalización de las dinámicas internacionales, que toma cuerpo a raíz, por ejemplo, de la guerra comercial entre Washington y Beijing, que amenaza con poner trabas a las cadenas globales de producción, en su entrada (sobre primeras materias, como las tierras raras) y en la salida (aranceles comerciales). Ello se ve impulsado por el aún incipiente nacionalismo tecnológico; pero también por la reconstrucción de muros y a las restricciones a la libre circulación de las personas y las ideas, como ejemplifica el Brexit. The Economist (siempre pendiente de poner nombre a la cosa) bautizó recientemente esta tendencia como slowbalization, en referencia a la ralentización o el retroceso de la globalización.
En este contexto, Arancha González, directora general del International Trade Center, nos aporta una visión privilegiada, y a la vez crítica, de las ventajas del comercio como motor de crecimiento y bienestar de las sociedades. Su análisis es pragmático y no esconde que el comercio, como todo elemento transformador, tiene sus luces y sus sombras; quién gana más y quién menos; y también quién pierde. Sin embargo, la autora recalca que el comercio se ha convertido en el chivo expiatorio de otros muchos elementos constituyentes de la globalización, cuyos costes y beneficios, subraya, no se han distribuido equitativamente entre los ciudadanos. En este sentido, González apunta cinco peticiones concretas a los gobiernos: que brinden más protección –y menos proteccionismo– a los ciudadanos; que trabajen por un marco compartido de estándares y normas; que asistan a los trabajadores desplazados por las importaciones y la automatización; que pongan fin a la exclusión económica global; y que hagan frente de manera determinada a la evasión fiscal y de capitales. Todo ello afirma, no se justifica solo por justicia social, sino por una cuestión de simple práctica política.
La democracia representativa está viviendo una época delicada, como si estuviera sometida a una prueba de resistencia cada vez más exigente.
En efecto, no hay internacionalismo liberal sin hegemonía estadounidense y occidental, y esta era está llegando a su fin
La nueva rivalidad entre potencias
En la actualidad, la rivalidad entre potencias de mayor calado internacional es la que confronta a China y Estados Unidos, con diferencia, la primera y segunda economías del mundo y los dos poderes con mayor capacidad para proyectarse globalmente. Es en particular la posición de China, que en la última década se ha visto reforzada tras la crisis financiera en Occidente y que apuesta por proyectar su influencia de manera directa en regiones en las que tiene intereses crecientes como Oriente Medio, América Latina o África.
En particular, Beijing y Washington compiten por imponer su visión de Asia, que, por el momento, parece en cierto modo excluyente. Por su parte, EEUU plantea la formulación del Indo–Pacífico, un espacio geográfico que conectaría los dos océanos e incorporaría más intensamente a India en las dinámicas de esa enorme área. La idea de base es la de la cooperación entre democracias asiáticas (Australia, Japón e India) en la línea que ya avanzan el diálogo trilateral o los Quads –con la inclusión de EEUU–; un movimiento que Beijing ve con suspicacia. Y no es extraño, ya que en cierto modo viene a contrarrestar su gran propuesta, la macro–iniciativa de “Un Cinturón, una Ruta” (en inglés, BRI) que entre otras motivaciones, busca romper el cerco potencial entorno a China y vertebrar un bloque geoeconómico a su alrededor. En su excelente balance de la política exterior australiana, Michael Wesley, decano de relaciones internacionales de la Universidad Nacional de Australia, ahonda precisamente en cómo estas dinámicas cuestionan profundamente los pilares de la diplomacia de algunas potencias medias (en el caso de Australia, guiada por las nociones de aislamiento, defensora del statu quo, la anarcofobia y el institucionalismo) y subraya que no solo es una opción, sino que es una obligación para las grandes potencias–medias desempeñar un papel creativo en la construcción de instituciones internacionales y en la resolución de conflictos.
Menos ideología y más identidad
En el décimo aniversario de la publicación de su libro The Geopolitics of Emotions (Doubleday, 2009), el pensador francés Dominique Moïssi recupera para el Anuario su tesis de que “mientras que el s. XX fue el siglo de América y de las ideologías, el siglo XXI sería el siglo de Asia y el siglo de la identidad”, a partir de la cual dibujaba un retrato del mundo mucho más emocional y clasificado por entonces en tres grandes áreas –de inspiración geográfica– y emoción compartida: según su visión, la sensación de esperanza era la dominante en Asia, aupada por la recuperación del orgullo nacional tras siglos de humillación y colonialismo, y por la evidencia del progreso económico y de la prosperidad en virtud de la cual 700 millones de chinos e indios han dejado atrás la pobreza. Apuntaba un hecho en absoluto trivial, la esperanza de muchos asiáticos era –y sigue siendo en muchos lugares– que los hijos vivirían mejor que sus padres; una creencia que de manera inversa, precisamente se desintegra en Europa y los EEUU, dominados por un creciente miedo al futuro y teñido por la destrucción de las solidaridades y la desconfianza hacia el otro. Moïssi también analizaba en Europa la desigualdad económica y el distanciamiento de los ciudadanos y la clase política, y en cierto modo, la entrada en crisis del aún vigente “proyecto existencial” (el de la Unión de los europeos o la potencia imperial estadounidense).
Siguiendo con Moïssi, la tercera emoción dominante hace diez años fue la humillación del mundo árabe– musulmán y que, posteriormente, sería el combustible de las denominadas “Primaveras árabes”. Y contra lo que podíamos pensar entonces, es precisamente la humillación la que se ha extendido a otras regiones del mundo (de la que Moïssi ve trazas en el auge del populismo, los chalecos amarillos o el Brexit en Europa) y que se ha vuelto más compleja, debido en parte, a una clase política irresponsable y disminuida frente a las finanzas globales. Sin embargo, explica Moïssi, es posible alumbrar aún esperanza, ya que “es tan prematuro hablar hoy del fin de la democracia, como lo fue hablar del fin de la historia hace treinta años. La humillación ha aumentado, pero la esperanza no ha muerto”.
En términos similares se expresa también Umut Özkirimli, profesor de la Lund University e investigador visitante en CIDOB, al cuestionarse sobre la naturaleza de la crisis democrática y las posibles fórmulas para recomponerla. Su diagnóstico es certero: “la crisis de la democracia es una crisis de confianza y de solidaridad, de pérdida de la noción de valores comunes y del destino común”. Su recomendación es prestar menos atención a los grandes debates acerca del “liberalismo”, en mayúsculas, y más al funcionamiento en si del sistema democrático, por ejemplo, a la polarización de los discursos y al derrumbe del centro político, a la normalización de la extrema derecha o a la radicalización reduccionista de la izquierda. Promover la confianza y repensar la solidaridad, son hoy dos ejercicios más necesarios que nunca.
Sin embargo, ante este complejo contexto político y en referencia a Europa, podemos afirmar que el Parlamento Europeo superó su propio test de stress que supusieron las elecciones de mayo de 2019. La amenaza de la ultraderecha contraria al proyecto europeo se quedó en la nada despreciable cifra de 175 diputados del total de 751 de toda la cámara, aunque lejos de los 250 diputados que permiten tener capacidad de bloqueo. Tras las que fueron pronosticadas como las elecciones europeas más importantes desde la creación de la eurocámara en 1979, el Partido Popular Europeo se mantiene como primer grupo, seguido de los socialdemócratas y los liberales. Lo más preocupante para el futuro de la UE es que la derecha radical triunfó en la segunda y tercera economías de la zona euro, Francia e Italia respectivamente. Ello nos lleva a confirmar lo que aparece en varios análisis del presente Anuario, el hecho que las amenazas al propio proyecto europeo se encuentran más dentro que fuera de sus fronteras.
En este punto, juega un papel clave la desinformación, que ya ha sido herramienta de guerra en el pasado y que de manera creciente y ahora con las nuevas plataformas de comunicación, aumenta su potencial como instrumento de proyección de poder internacional. Carme Colomina, investigadora de CIDOB, nos brinda sus reflexiones acerca de la desinformación de nueva generación, planteando cinco grandes tendencias en este ámbito: la destrucción del debate democrático –desde fuera y desde dentro del propio país– con vistas a profundizar las divisiones y erosionar la confianza de, y entre, los ciudadanos; su potente dimensión securitaria, que de manera creciente sitúa a las tecnologías digitales en el ámbito de “seguridad nacional”; el reto de regular el sector y el riesgo que esto no se convierta en censura; el impacto de las redes sociales y el advenimiento de la inteligencia artificial; y, finalmente, el incipiente Deep fake, la creación de realidades que engañan a nuestros sentidos pero que son completamente falsas, y recreadas con un fin.
La democracia representativa está viviendo una época delicada, como si estuviera sometida a una prueba de resistencia cada vez más exigente. En los últimos años hemos sido testigos en distintos países de numerosas manifestaciones, movimientos o iniciativas que piden una mayor participación política de la ciudadanía, especialmente por parte de sectores que no encontraban respuestas a sus demandas. Los innumerables casos de corrupción, acompañados de las graves consecuencias de la crisis económica iniciada hace una década han acentuado las desigualdades sociales y han contribuido a crear una sensación generalizada de que la calidad de vida futura será inferior a la del pasado. Todos estos fenómenos han puesto de manifiesto el descontento y la pérdida de confianza en nuestro contrato social más esencial, la democracia liberal. El siguiente paso ha sido el auge de líderes políticos con discursos claramente populistas, acompañados de partidos políticos de externa derecha, con discursos desacomplejados propios de períodos históricos que nos parecían superados.
¿Hacia un autoritarismo más eficiente?
En octubre de 2018, el profesor Yuval Noah Harari publicó en The Atlantic un artículo de reflexión titulada Why Technology Favors Tyranny, elaborando un marco de pensamiento acerca de uno de los temas que aparece en la presente edición del Anuario de manera transversal. Su tesis de fondo, es que en el siglo XX, y gracias a la participación política, la democracia fue más eficiente que las dictaduras en el momento de recoger y procesar la información. Según su visión, la dicotomía entre democracia y dictadura surge como una oposición entre dos sistemas de procesamiento de inputs y toma de decisiones (distribuido vs. centralizado). Y su conclusión es que la Inteligencia Artificial y la acumulación y análisis de datos masivos pueden alterar significativamente la balanza en favor de los regímenes centralizados/autoritarios, otorgándoles ventajas comparativas importantes para procesar la información y diseñar sus políticas en base a preferencias que quién sabe si aún no han sido expresadas libre o públicamente, sino extrapoladas a partir de sus perfiles en las redes sociales.
Las cortapisas que imponen la democracia a este tipo de prácticas –en defensa de las libertades de los individuos y de su libre albedrío– son precisamente una traba para este tipo de gobierno centralizado, autoritario y de base algorítmica. Y conviene recordar que de momento, buena parte de esta información no está en manos públicas.
Crecientes obstáculos al regionalismo
Las dinámicas de integración regional cuentan con desarrollos distintos, según el momento en el que han surgido, los actores involucrados y su contexto geográfico, político e histórico. Parece cierto sin embargo, que de un modo simultáneo, muchos de estos procesos han entrado en fase de renegociación, como si la rigidez de los grandes acuerdos internacionales chocara con las veloces dinámicas y constantes cambios que trae consigo la globalización.
En América del Norte, por ejemplo, el TLCAN –nacido en 1994– tiene los días contados. Pero conscientes que las trabas al comercio perjudican a todos, EEUU Canadá y México han conseguido llegar a un acuerdo para un nuevo tratado de libre comercio de América del Norte, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá o T–MEC. Mientras tanto, en América Latina la integración regional tampoco pasa precisamente por su mejor momento. Los nuevos escenarios políticos surgidos en Brasil, Argentina, Chile, Perú, Colombia o Ecuador han debilitado las principales organizaciones regionales de naturaleza política, como son UNASUR –que ha perdido la mitad de sus miembros–, el ALBA o la CELAC. Por lo que respecta a las organizaciones de integración económica, también muestran la ausencia de un liderazgo fuerte y un relato común, como ejemplifica la fragmentación de MERCOSUR y el estancamiento de la Alianza del Pacífico.
Un caso aparte es el continente africano, donde la iniciativa del Área de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA) ha nacido con fuerza con el objetivo de convertirse en la mayor área de libre comercio del mundo. Un total de 49 países ya han firmado este nuevo espacio comercial, que aspira a crear un mercado continental de más de 1.200 millones de consumidores. El tratado ya se encuentra en vigor desde mayo de 2019, al disponer de 22 ratificaciones, con la incertidumbre de si Nigeria, principal economía del continente, se incorporará a esta alianza africana. Sin embargo, como nos recuerda Nic Cheesman en su pieza sobre la democracia africana, las dinámicas continentales de futuro sobre las que construir consensos se complican, debido en buena medida a la fractura creciente entre los estados que han emprendido la reforma política, y los siguen aferrados a regímenes autoritarios y ahondan cada vez más en la represión.
Cuba: ¿continuismo o reforma?
Como cada año, el Anuario dedica su perfil de país a analizar en profundidad la política, la sociedad, la economía y la cultura de un país que se considera de especial relevancia en el año en curso. Y en el 2018, el elegido ha sido Cuba, atendiendo a que se cumplen 60 años de la Revolución y que precisamente ahora Cuba atraviesa un momento crucial en su historia reciente, con enormes repercusiones de futuro.
A nivel interno la llegada al poder del nuevo presidente Miguel Díaz–Canel en abril de 2018 permite pensar en un proceso lento, pero gradual, de cambio en el modo de gobernanza del país; y, además, ejemplifica un nuevo patrón de renovación de los cuadros de poder que conforman el Comité Central del Partido Comunista. Díaz–Canel, nacido en 1960, no forma parte de la generación histórica de la Revolución ni presenta ningún tipo de credenciales militares. Sin embargo, su trayectoria es modélica y ejemplifica la promesa de que el ascensor político hasta la cúspide del régimen funciona para todo el mundo.
Tras el fallecimiento de Fidel Castro, la nueva presidencia ha seguido con el programa de reformas ideado por su hermano Raúl, con resultados poco halagüeños, por ahora. La reciente aprobación de la nueva Constitución mediante referéndum el pasado 24 de febrero es otro paso esperanzador hacia la apertura del país. En el corto plazo, la nueva carta magna va a introducir cambios significativos en la estructura del Estado en Cuba y en los órganos de dirección superior, sin duda, las más trascendentes en los últimos 42 años. Mientras tanto, el día a día en la isla sigue y, como nos recuerda Bert Hoffmann, existen ya hoy dos generaciones de cubanos que han crecido en tiempos de crisis, debido al bloqueo y al colapso de los aliados exteriores. Las desigualdades sociales están provocando el retorno a una estratificación de la sociedad cubana que recuerda en parte antiguas jerarquías sociales y raciales. Actualmente las remesas de dinero de los emigrantes, junto al turismo y la exportación de servicios médicos, son las principales fuentes de divisas de la isla.
Sin embargo, es el plano exterior el que proyecta mayores incertidumbres sobre el futuro de Cuba. En primer lugar, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2018 echó por tierra las buenas perspectivas del diálogo emprendido por su predecesor Barack Obama. En segundo lugar, el colapso de Venezuela, el más reciente avalador del régimen cubano a nivel internacional representa un duro golpe para el sustento de la economía cubana; este contexto es analizado por Susanne Gratius y Carmelo Mesa–Lago en sus respectivos artículos. Y en tercer lugar, la falta de un nuevo socio exterior que pueda reemplazar a Venezuela sitúa a La Habana en una difícil coyuntura económica –como ya hizo en los años noventa tras la caída de la Unión Soviética–, esta vez de consecuencias impredecibles.
El capítulo dedicado a Cuba se complementa con un artículo del escritor y periodista Leonardo Padura dedicado al universo cultural cubano, en el cual reflexiona sobre la política cultural y el viejo debate entre lo admisible y lo no admisible en la tradición cultural cubana. Finalmente, las aportaciones en forma de análisis breves de Reinaldo Escobar, Armando Chaguaceda, Marie–Laure Geoffray, Louise Tillotson, Arturo Pérez–Levy, Lennier López y Carlos Alonso Zaldívar analizan diversos aspectos de la actualidad política y social cubanas. Una actualidad que vislumbra el horizonte en la celebración del el octavo congreso del PCC en abril de 2021, tras el cual, tal y como subraya Reinaldo Escobar, la generación histórica de la Revolución ya no tendrá la capacidad para seguir al frente del poder político.
En esta introducción, hemos tratado solamente una pequeña parte de los temas y los autores que contribuyen con sus más de 100 reflexiones y análisis, a retratar el actual panorama de las relaciones internacionales de manera coral y proyectar sus principales tendencias hacia el futuro. Desde hace tres años, el tradicional Anuario en papel se acompaña de una versión digital (disponible en el enlace www.anuariocidob.org) que brinda acceso completo a los contenidos de manera libre y gratuita, y que contiene además contenidos propios como especiales temáticos, mapas e infografías, además de brindar acceso a los contenidos de las ediciones anteriores de un modo rápido y permanente, a modo de archivo.
Todo ello viene a reforzar la principal vocación del Anuario: facilitarle las claves de interpretación de la agenda global a un público amplio, diverso e interesado por las cuestiones internacionales.
Barcelona, junio de 2018