Gilles Babinet
Asesor en materia digital, Institut Montaigne
Las metaplataformas están cuestionando el rol de los servicios públicos y de los gobiernos. Si previamente la noción de soberanía estaba estrechamente vinculada a la de territorio, hoy la tecnología ha hecho posible que agentes privados como Google, Amazon o Facebook se liberen de las restricciones geográficas. Explotando datos, estas plataformas han desarrollado unos poderes técnicos y económicos que les permiten hacerse cargo de las funciones generalmente realizadas por el Estado-nación. Los análisis y las predicciones de comportamiento que llevan a cabo basándose en los datos de los consumidores les permiten entender mejor a la gente, y las colocan en una mejor posición para abordar aquellos temas de interés común que los estados se esfuerzan en resolver. Esencialmente, sin embargo, la toma de decisiones que llevan a cabo se supedita a los intereses de los accionistas de los que depende su sostenibilidad económica.
Los roles de cada actor —tanto privados como públicos— tendrán necesariamente que redistribuirse, porque es poco probable que los estados sean capaces de ponerse al corriente de la revolución digital hasta el punto de convertirse ellos mismos en plataformas. Un posible enfoque regulador sería permitir que los datos recogidos por las plataformas fuesen utilizados en beneficio del interés general, libre y gratuitamente, o incluso que fuesen accesibles a los competidores para descentralizar el mercado. Es cierto que no es fácil ni para los gobiernos ni para los entes regulado-res encontrar la actitud óptima con respecto a las plataformas. Creo que hay cuatro escenarios posibles para la cohabitación:
El escenario de la inacción. Los estados seguirían llevando a cabo su cometido pero transfiriendo masivamente sus funciones soberanas a las plataformas. Ello implicaría no solo una notable transferencia de valor, sino también una transferencia igualmente importante de soberanía. Este es el escenario que está actualmente en marcha en muchos países, incluida Francia.
El escenario tecno-soberano democrático. En él las funciones del estado y la regulación socioeconómica se adaptan para permitir el desarrollo de una oferta completa de servicios públicos dirigida por el gobierno. De momento, este escenario parece fuera de alcance para el Estado francés, particularmente si se tiene en cuenta que los funcionarios no están ni preparados ni sensibilizados respecto a estos temas.
El escenario tecno-soberano totalitario. Los agentes privados y los gobiernos se pondrían de acuerdo para cooperar plenamente y para intercambiar información con el objetivo de controlar mejor el país.
El escenario libertario. Guiado por los valores de Silicon Valley, este escenario considera la emergencia de un mundo post-estatal en el que la naturaleza misma de las tecnologías, los sistemas de información y las redes parecen estar inexorablemente descentralizados, hasta el punto de hacer que no sean ni comprensibles ni controlables por los estados. Este escenario implica riesgos sociales importantes, en la medida en que los principales beneficiarios del modelo serían las clases económicas dominantes.
La mayoría de países desarrollados permanecen inactivos ante la emergencia de los imperios digitales
Las fuerzas que están en juego, por consiguiente, son inmensas. Sin embargo, la mayoría de países desarrollados permanecen inactivos ante la emergencia de los imperios digitales. En el seno de la Unión Europea, las discrepancias entre estados impiden demasiado a menudo la creación de una dinámica positiva que les permitiría recuperar el control. Un estado moderno debería estar de acuerdo en facilitar la emergencia de nuevas ofertas de servicios públicos por parte de terceros, centrándose al mismo tiempo en su responsabilidad verdaderamente soberana. Sin embargo, este reparto de tareas requeriría que el estado adquiriese una sólida cultura de datos y se centrase únicamente en determinadas responsabilidades.