Guy Standing
Investigador asociado, School of Advanced Study, University of London
Nos encontramos en un momento crítico de la transformación global, afrontando ocho retos mayúsculos que bloquean el camino hacia una buena sociedad: la desigualdad, la inseguridad, la deuda, el estrés, los robots, la precariedad, la extinción y el populismo neofascista. Como escribió William Beveridge en el informe histórico de 1942 Social Insurance and Allied Services, que fijó el rumbo del capitalismo del estado del bienestar después de 1945 “se trata de hacer una revolución, no unos cuantos retoques”. Hacer la revolución no significa violencia; significa un gran cambio estructural.
Ahora, como antes de 1945, el sistema económico está fuera del control de la sociedad, por eso la catástrofe ecológica se nos está echando encima, y por eso el sistema de distribución de la renta se ha desplomado. El porcentaje de ingresos para el trabajador ha caído, y cada vez es mayor el que va a la plutocracia en forma de renta. Necesitamos un nuevo sistema de distribución que reduzca la desigualdad, que garantice una seguridad básica universal y que promueva actividades ecológicamente sostenibles en lugar de un crecimiento del PIB que agota los recursos disponibles.
Una renta básica, pagada a todas las personas como un derecho, independientemente de sus medios de vida y sin condicionantes, tiene que ser un pilar de este sistema. No es una panacea; es una parte necesaria de una estrategia progresista junto con un estado social más fuerte. Las objeciones se abordan en G. Standing, La renta básica: Un derecho para todos y para siempre (Barcelona: Pasado y Presente, 2018). Aquí quiero reiterar que las razones a favor de una renta básica son éticas o morales, no instrumentales. En primer lugar, una renta básica es una cuestión de justicia social. Nuestra riqueza individual tiene mucho más que ver con los logros de generaciones pasadas que con nada que hayamos hecho nosotros mismos. Si la sociedad acepta la herencia privada de la riqueza, también tendría que hacer posible la herencia pública de la riqueza social. La mejor forma de hacerlo es distribuir unos “dividendos” iguales a cada ciudadano residente y a cada migrante legalmente reconocido.
Otra forma de plantearlo es pensar en el “procomún”, nuestros recursos públicos compartidos: la tierra, el agua y el aire; y los equipamientos y servicios sociales y el corpus de ideas heredados. A través de los siglos, las élites y los intereses comerciales se han apropiado de —o han heredado— una parte considerable de nuestro procomún, y deberían estar obligados a compensar por ello a las “personas comunes”. Una renta básica sería una expresión de ello, pagada a partir de gravámenes aplicados a los usos comerciales del procomún, como las ecotasas. Este tema se trata en profundidad en G. Standing, Plunder of the Commons: A Manifesto for Sharing Public Wealth (Londres: Pelican, 2019).
Otra justificación, basada en la noción de justicia, a favor de la renta básica es el hecho de que, dado que hemos nacido con talentos desiguales, una renta básica sería una forma de compensar a los menos talentosos.
El valor emancipador de cualquier renta básica es mayor que su valor monetario
La segunda justificación ética es que una renta básica potenciaría la libertad: reforzaría la capacidad de los individuos para decir “no” a las relaciones opresivas o de explotación por parte de patronos, cónyuges, burócratas y otros. Fortalecería la libertad moral y republicana, la capacidad de tomar decisiones libres sin las trabas puestas por personas impunes. Y sobre todo, como puso de manifiesto nuestro programa piloto de una renta básica en la India, el valor emancipador de cualquier renta básica es mayor que su valor monetario, todo lo contrario de los subsidios y prestaciones dependientes de los recursos económicos o del comportamiento del beneficiado.
La tercera justificación ética es que incluso una renta básica, aun siendo modesta o “parcial” proporciona una seguridad básica a la gente. De hecho es un bien público superior, dado que su valor aumenta si todo el mundo lo tiene. Los psicólogos han descubierto que la seguridad básica incrementa el cociente intelectual de las personas y las hace más altruistas, tolerantes, cooperadoras y productivas como trabajadores y como ciudadanos. Desgraciadamente, la mayor parte de economistas y decisores políticos no han dado valor a la seguridad básica. Una renta básica sí se la daría.
Respecto a los citados ocho retos gigantes, una renta básica sería de ayuda en la lucha contra todos ellos. Uno de sus aspectos más positivos sería que alentaría a la gente a dedicar más tiempo a trabajos asistenciales no remunerados, comunitarios y susceptibles de desarrollar nuestras capacidades humanas, incluida la capacidad de reducir la marcha para considerar más las cosas y para razonar más. ¿Qué tiene todo eso de malo?