TRUNG DUNG NGUYEN
Máster en Relaciones Internacionales en el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI)
En su tránsito por la senda del siglo XXI, las ciudades se han convertido en los grandes polos de atracción de la población mundial y en los grandes centros de innovación y crecimiento económico. Sin embargo, la irrupción de la pandemia del coronavirus ha puesto de relieve algunos de los riesgos que también entraña la globalización, en especial, para las zonas urbanas con una elevada internacionalización.
Antes de la pandemia, la política internacional asistía ya a la proliferación de movimientos nacionalistas –entre los que se cuentan el «America First» del presidente Donald Trump o el Brexit del Reino Unido–, que se postulaban en contra de la globalización y el internacionalismo. Sin embargo, la pandemia ha acelerado el proceso, subrayando algunos de los déficits principales del neoliberalismo, que en las últimas décadas ha sido el principal motor de la globalización económica. Entre ellos, destacan la creación de una mayor desigualdad, dentro y entre las naciones, la destrucción a gran escala de los ecosistemas o la omnipresente corrupción política. También a raíz de la pandemia hemos asistido a un cortocircuito del sistema multilateral; organizaciones internacionales como la OMS, el FMI y la OMC se han mostrado ineficientes a la hora de gestionar y proveer a los países de los recursos y el material sanitario necesario. Por su parte, el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que era muy dinámico en términos de crecimiento, ha sido también uno de los que ha pagado más severamente el coste de la pandemia, humana y económicamente, por lo que la esperada influencia de estas economías emergentes se ve ahora estancada. En el contexto de emergencia, los decisores políticos también han tomado decisiones que eran impensables antes de la pandemia, como el cierre de fronteras o la limitación de las importaciones, en la línea de lo que anuncia la teoría de la «ventana de Overton», según la cual durante un estrecho margen de tiempo –en este caso, la duración de la pandemia– el contexto se transforma de tal forma que hace viables –e incluso deseables– algunas soluciones o políticas que de otro modo habrían sido inaceptables para la opinión pública. La conjunción de estos y otros muchos factores ha agravado la sensación de que la globalización se acerca a su fin, o incluso para algunos, de que es agua pasada. El repliegue de los países en la lucha contra la pandemia a nivel doméstico ha reducido su voluntad de integración y de cooperación internacional. A ello debemos sumar también el retorno de la geopolítica, y de dinámicas como la rivalidad comercial entre Estados Unidos y China, o a la enorme brecha existente entre las ciudades del Norte Global y las del Sur Global. ¿Cómo repercute todo esto en el encaje de las ciudades en el mundo globalizado?
El impacto de la COVID-19 en las ciudades
Las ciudades han sido y son fuerzas impulsoras del crecimiento nacional, al tiempo que crean un mercado laboral de alta calidad, desarrollan infraestructuras y son fundamentales para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Son también una parte esencial de la recuperación tras la COVID-19, ya que en estas circunstancias críticas las ciudades globales pueden crear valor mediante intercambios informales, oportunistas y ad hoc, y también mediante compromisos más valiosos, duraderos y formales con las redes ciudadanas[1].
Sin embargo, muchas de estas fortalezas se han visto dañadas por la pandemia en una magnitud que aún no podemos calibrar, ya que hablamos de impactos multidimensionales y que se alimentan los unos a los otros. Algunos autores[2] han propuesto dividirlos en cuatro grandes temáticas: medio ambiente, socioeconomía, gobernanza y administración y, finalmente, transporte, movilidad y diseño urbano.
Algunos de los efectos económicos y sociales de la COVID-19 son ya más obvios que otros, como por ejemplo la recesión económica global, la pérdida de puestos de trabajo y la caída del nivel de vida de los migrantes, así como un cierto retorno de población del entorno urbano hacia el rural. Parece también que ciertos hábitos y estilos de vida surgidos en la pandemia se trasladarán al mundo poscovid, como por ejemplo la expansión masiva del teletrabajo en aquellas ocupaciones que lo permitían; también la limitación de las compras a un radio de cercanía transitable a pie, que coincide con el despegue de las compras en línea y del e-commerce, o un aumento de los servicios de envío a domicilio. Surge entonces una pregunta clave: ¿cómo podemos lograr que nuestras ciudades sean más resilientes?
Es el momento de que las ciudades globales demuestren su solidaridad y su capacidad de resiliencia para progresar en medio de esta y otras futuras crisis
Una «economía sin contacto» para el entorno urbano
Los gobiernos locales son claves a la hora de prestar servicios básicos, como la asistencia sanitaria y la social, a la población más vulnerable. Las ciudades están además preparadas para ser proactivas en la lucha contra las causas y las consecuencias de la desigualdad. El objetivo de muchas de las políticas sociales de las áreas urbanas es mantener la cohesión social centrada en las personas, con iniciativas como los Resiliencie Hubs, mediante los cuales los gobiernos locales y las organizaciones de base comunitaria proporcionan servicios como formación profesional y guarderías, programación comunitaria, distribución de recursos y coordinación de las comunicaciones (un ejemplo de ello son los centros de vacunación sin cita previa u hospitales móviles para aumentar el acceso a la atención médica, reducir la posibilidad de contagios o minimizar el transporte en ciudades como Seattle, Beijing o Tokio). Además, algunos modelos de ciudad inteligente añaden a los citados objetivos el del desarrollo sostenible, como por ejemplo el plan de la «ciudad en 15 minutos» de París, que propone la creación de múltiples centros urbanos, cada uno de los cuales puede desempeñar de manera autónoma actividades administrativas, económicas y comerciales, y ofrece servicios, cultura, deportes y ocio, lo que tiene un impacto directo sobre las necesidades de movilidad interna en la ciudad y revierte en una mejor calidad de vida de los ciudadanos. Es por ello que resulta imprescindible que se redistribuyan responsabilidades, y que se busque un nuevo reparto de competencias entre los gobiernos centrales y los locales; y también, entre las autoridades y fuerzas del orden, y los ciudadanos[3].
Llegados a este punto, es evidente que la resiliencia de las ciudades globales facilita una mejor gestión de los retos que la COVID-19 ha planteado a la dinámica de la globalización económica. Y es en este contexto que propongo la apuesta decidida por una «economía sin contacto» (contactless economy) para el entorno urbano, que debería pivotar sobre tres aspectos principales: el comercio digital, la telemedicina y la automatización –con un énfasis especial en el papel de los robots y las máquinas–.
Es posible que la adaptación de las instituciones a este nuevo entorno sea todavía difusa, pero el citado impacto de la pandemia sobre las actividades cuotidianas –con la consolidación del trabajo remoto, las clases online y la digitalización de muchos procesos habituales, como el pago de productos y servicios– parece cada vez más claro que se trasladará al entorno poscovid. En esta «economía sin contacto» las ciudades deben jugar un papel decisivo
Ante los déficits del neoliberalismo, es el momento de que las ciudades globales demuestren su solidaridad y su capacidad de resiliencia para progresar en medio de esta y otras futuras crisis. Las ciudades son el símbolo de una cooperación global que se basa primordialmente en el pragmatismo y el intercambio de soluciones a los problemas comunes, más de lo que lo hace en el multilateralismo tradicional.
Es por ello que, para las ciudades, resulta imperativo que se establezca un sistema económico flexible, que fomente las cadenas de suministro globales diversificadas, los tratados de libre comercio y que fortalezca el sistema comercial multilateral y, en último término, la resiliencia de las ciudades frente a las crisis. Solo así los ciudadanos podrán creer en un futuro aún basado en la noción de la «aldea global» y en la mejora constante de las condiciones de vida, gracias a las valiosas lecciones aprendidas de la presente crisis.
NOTAS
[1] Véase Pipa, Anthony y Bouchet, Max. «How to make the most of city diplomacy in the COVID-19 era». Brookings Institution-Up Front, 2020.
[2] Véase Sharifi, Ayyoob. «The COVID-19 pandemic: Impacts on cities and major lessons for urban planning, design, and management». Science of the Total Environment, Vol. 749, (2020), p. 3.
[3] Véase Dunn, Myriam et al. «Resilience and (in)security: Practices, subjects, temporalities». Security Dialogue, Vol. 46, Issue 1, (2015) p. 7.