Thierry Chopin
Director de estudios en la Fondation Robert Schuman y profesor asociado en la Université Catholique de Lille (European School of Political and Social Sciences).
Francia, motor y freno de la construcción europea desde sus orígenes, mantiene una relación ambivalente con la Unión Europea. El país, debilitado desde hace más de diez años en los planos político, económico y social, parece buscar ahora un nuevo relato europeo.
La elección de Emmanuel Macron a la presidencia de la República constituye una oportunidad de redefinición de un discurso francés sobre Europa, que a su vez, y con vistas a la reforma de la Unión, pudiera ser compartida con el resto de socios. En tal caso, ¿cuáles son las condiciones para que el “regreso de Francia a Europa” sea eficaz?
Considerando que una “refundación” de la Unión Europea es indispensable, las prioridades del nuevo presidente francés deben atender, prioritariamente, a los asuntos que afectan la soberanía y al reto de reforzar la integración de la zona del euro. Aún cuando Angela Merkel parece compartir este objetivo, es ineludible que Francia recupere su credibilidad económica; es más, Alemania expresará reticencias ante todas las transferencias financieras que, a esta escala, pudieran lastrar el presupuesto común.
En un contexto internacional en el que los retos de seguridad se multiplican para los europeos, el proyecto de Emmanuel Macron que persigue una “Europa de la soberanía” cuenta con ventajas estructurales, gracias a la evidente conexión entre la dimensión interna de los retos para Europa (inmigración, justicia, policía, información, lucha contra el terrorismo) y su dimensión externa (regulación de los flujos migratorios, control de las fronteras exteriores de la Unión, diplomacia, defensa). En estos ámbitos, Francia cuenta con una posición estratégica a nivel europeo y cuenta con una sólida credibilidad. Del mismo modo, los asuntos de soberanía son potencialmente los que el motor franco-alemán puede desarrollar mayor capacidad de arrastre. Este proyecto puede, por fin, recabar el apoyo de países tradicionalmente menos favorables a la integración y responde a una demanda de los europeos en su conjunto.
Sin embargo, Francia solo regresará a Europa si se cumplen determinadas condiciones y, para empezar, mediante la obtención de resultados en materia económica y social. Obtener tales resultados le permitiría reforzar su crédito ante sus socios y desempeñar plenamente su función inspiradora. Sin embargo, para ello es también necesario romper con la “preferencia francesa por el gasto público”. La capacidad de Francia para respetar sus compromisos presupuestarios y las futuras discusiones sobre el próximo “marco financiero” europeo constituirán, en este sentido, una prueba importante. Francia debe por tanto aprender a “desfrancificar” su discurso para hacerse oír y conseguir que el discurso llegue con eficacia a sus socios.
Desde esta perspectiva, la elección de Emmanuel Macron pone de nuevo en cuestión la influencia y el liderazgo político que Francia podría ejercer en Europa, algo que depende de la visión y la organización francesas de los poderes públicos. El funcionamiento institucional europeo rompe con la práctica francesa del poder centralizado y vertical. Emmanuel Macron deberá por tanto encontrar el equilibrio correcto entre su capacidad de liderazgo y su voluntarismo político en el seno de la Unión y la defensa de ambiciones realistas ante sus socios europeos, con los que debe aprender la búsqueda paciente de compromisos negociados.
El “regreso de Francia a Europa” solo podrá tener éxito, en resumidas cuentas, si se produce “un regreso de Europa a Francia”
Por último, en el plano exterior, solo la escala de la Unión puede permitir a los estados europeos seguir ejerciendo una influencia en el escenario internacional, incluso si se plantea la cuestión de saber cómo articular, en el marco de una Unión de los 27 (después del Brexit), esta exigencia de unidad a partir del carácter ineludible de la diferenciación entre grupos de estados, que pueden variar en función de una u otra política con efectos sobre asuntos de soberanía. No tener en cuenta la realidad de la Unión de 27 podría dar lugar a la prolongación de un malestar latente respecto de la Europa ampliada que impediría a Francia desempeñar plenamente su función en el seno de la Unión. El “regreso de Francia a Europa” solo podrá tener éxito, en resumidas cuentas, si se produce “un regreso de Europa a Francia”, lo que supone una apropiación por parte de la opinión pública francesa de la realidad de la Unión Europea, condición sine qua non para que Francia y Europa encuentren el lugar que les corresponde en un mundo brutal e incierto, en pleno proceso de transformación.