Diego Muro
Investigador asociado, CIDOB
En los últimos 15 años el número de ataques terroristas no ha dejado de aumentar. Si en el año 2000 se registraron 3.329 víctimas mortales en ataques terroristas, ese número llegó hasta los 32.658 en el año 2014. Eso supone un incremento del 900% o, lo que es lo mismo, que hoy haya nueve veces más muertos a causa del terrorismo que a principios de siglo. En espera de confirmar los datos del año 2015, todo apunta a que la tendencia no ha cambiado.
El terrorismo está en alza, pero los ataques de esa índole no se distribuyen de forma homogénea sino que se concentran en unas pocas zonas geográficas. Según el índice global de terrorismo elaborado por el Institute for Economics & Peace (IEP) hay cinco países –Irak, Nigeria, Afganistán, Pakistán y Siria– que concentraron el 78% de las vidas perdidas por esta causa en 2014. La mayoría de los 162 países analizados en el índice no sufrieron ningún atentado; sin embargo el número de países afectados sigue aumentando año tras año.
También es cierto que los países occidentales no acostumbran a ser víctimas de ataques terroristas. Si se excluyen los ataques del 11 de septiembre del 2001, solo el 0,5% de las muertes por terrorismo han ocurrido en Occidente en los últimos 15 años (2,6%, si se suman las del mencionado 11-S). Las democracias ricas son bastante inmunes al terrorismo y son los Estados en situación de conflicto o postconflicto los que tienen más probabilidades de ser víctimas de un ataque de esta naturaleza.
El autoproclamada organización Estado Islámico (EI), conocida también por el acrónimo árabe Daesh, ha sido el protagonista indiscutible de 2015 y dicha organización ha señalado a los países occidentales como objetivos preferentes, en especial Francia, Reino Unido, España, Estados Unidos, Canadá o Australia. Aunque EI es el principal causante de muerte y destrucción, hay que recordar otros grupos altamente letales que desestabilizan sociedades y regiones: Boko Haram en Nigeria, los talibanes en Afganistán, los Militantes Fulani en la República Centroafricana o Al Shabab en Somalia. La justificación de los actos por alguna variante radical del Islam es el punto en común para cuatro de esos grupos.
Si se excluyen los ataques del 11 de septiembre del 2001, solo el 0,5% de las muertes por terrorismo han ocurrido en Occidente en los últimos 15 años
EI es una organización terrorista (para unos) y un proto-estado (para otros), pero no cabe duda que su gran notoriedad pública se debe a la brutalidad coreografiada de sus ejecuciones de rehenes (decapitaciones, crucifixiones, fusilamientos, etc.). De hecho, el poder y alcance de EI es tal que le ha permitido disputar a Al Qaeda el liderazgo de la insurgencia yihadista global. Como ocurrió anteriormente con la organización de Osama Bin Laden, el liderazgo de EI se enfrenta ahora a la disyuntiva de sedimentar su poder en el territorio que controla en Siria e Irak, u optar por la creación de un sistema de franquicias locales que le permitan crear un califato transnacional.
Los líderes europeos ven con creciente preocupación la situación en Oriente Medio y el posible regreso de los “combatientes extranjeros” de la guerra civil siria, que podrían cometer más atentados contra civiles como los de París en noviembre de 2015. Un peligro aún mayor puede resultar de la radicalización a través de internet de los “lobos solitarios” (procedentes de la extrema derecha o antisistema) y de los islamistas y salafistas residentes en Europa. En ambos supuestos, la prioridad para la Unión Europea deber ser identificar (y tratar) las causas de la radicalización terrorista, tanto a nivel doméstico como internacional.