Sunita Narain
Directora General del Centre for Science Environment, India
En los albores de las negociaciones hacia un acuerdo sobre el cambio climático, el concepto de equidad era simple: compartir los bienes comunes globales –la atmósfera, en este caso– entre todos, y por igual. En aquel momento la idea no generaba ansiedades, ya que no existían demandantes reales. Un grupo reducido de países llevaba más de un siglo quemando combustibles fósiles y en paralelo acumulando una enorme riqueza. Paradójicamente, era este club el que tenía la capacidad de reducir las emisiones y lo que planteó fue que todos los países eran coresponsables de las emisiones. Fue gracias a las visiones alternativas –entre las que se cuentan las que realizamos Anil Agarwal y quien escribe en el libro Global Warming in an Unequal World: A case of environmental colonialism– que en 1992 se reconoció el principio de las responsabilidades comunes, aunque diferenciadas en la reducción de las emisiones.
Aquel año, en Río de Janeiro, el mundo habló de reducciones drásticas –de hasta un 20% respecto a 1990– para facilitar el crecimiento y garantizar la seguridad climática. Pero incluso en aquella “edad de la inocencia” de las negociaciones estas fueron correosas y desagradables. EEUU alegó que su estilo de vida era innegociable y se negó a aceptar un acuerdo que implicase reducciones profundas. En 1998, el Protocolo de Kioto estableció el primer objetivo legal para estos países, muy por debajo del umbral óptimo.
Veinte años después, la idea de equidad resulta aún más incómoda. Mientras que los países más desarrollados no han reducido emisiones, los emergentes emiten más –China pasó del 10% al 27% entre 1990 y 2010–. Esto explica por qué, sin prácticamente haber reducido sus emisiones, los países desarrollados hoy suponen tan solo el 43% del total.
El mundo se ha quedado sin espacio atmosférico y también sin tiempo. ¿Querrán los ricos reducir sus emisiones?
El mundo se ha quedado sin espacio atmosférico y también sin tiempo. ¿Querrán los ricos, los que más contribuyeron a las emisiones en el pasado y que todavía ocupan una parte desproporcionada de este espacio según su población, reducir sus emisiones? ¿O exigirán a los países emergentes que asuman ellos la carga?
Como sabemos, el cambio climático no obedece a las emisiones actuales, sino a las del pasado. La presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera tiene una vida larga, y esto debería contemplarse a la hora de repartir el pastel de las emisiones. Así, mientras hoy China es responsable del 27% de las emisiones anuales, en términos acumulativos (desde 1950) lo es solamente de un 11%. De un modo similar, India aporta el 6% anual pero solo el 3% del acumulado. Los países ricos, con menos del 25% de la población, responden por el 70% de la carga histórica. Este stock de gases es responsable de un aumento medio de la temperatura global de 0,8 0C, y de otro 0,8 0C en el futuro, que ya no podrá evitarse. Para contener el aumento de la temperatura por debajo de 2 0C en 2050, el mundo deberá reducir sus emisiones entre un 50% y un 80% respecto al año 2000. Ahora la equidad ya no es una idea moral, sino un reto de futuro. EEUU y sus asociados están decididos a eliminar cualquier referencia a las emisiones históricas y descalifican la necesidad de desarrollo de China e India como la búsqueda de un obcecado “derecho a contaminar”.
La equidad cuenta con pocos adeptos hoy en un mundo que desconfía del idealismo y de cualquier noción de justicia distributiva. Ni siquiera los mismos negociadores del cambio climático confían que este “socialismo del clima” pueda convertirse en realidad. Sostienen que el mundo nunca cederá espacio, que es demasiado mezquino para transferir dinero o tecnología a las naciones pobres para que puedan realizar la transición hacia un crecimiento menos dependiente del carbón.
Sin embargo, olvidan que el cambio climático es el mayor fracaso del mercado y no podemos utilizar el mercado para solucionar el problema. Para evitar cambios catastróficos es esencial alcanzar un acuerdo de colaboración que sea efectivo.Y la cooperación no es posible sin justicia ni equidad; es un requisito previo. Y tenemos la obligación de asumirlo.