
Arseni Sivitski
Director del Centro de Estudios Estratégicos y de Política Exterior de Minsk y oficial militar en la reserva de las Fuerzas Armadas Bielorrusas
Las tensiones entre Belarús y Rusia han ido en aumento en los últimos meses, con el Kremlin ejerciendo una creciente presión económica, política, militar e incluso informativa sobre Minsk, para ejercer un mayor control político y militar sobre Belarús. La naturaleza de esta presión responde al deseo del Kremlin de convertir a Belarús en un puesto avanzado de la Guerra Fría, intensificando su estrategia de “dominio de la escalada” (escalation dominance) frente a Occidente y de generación de amenazas convencionales e híbridas a los estados miembros de la OTAN y a Ucrania.
Moscú también debe estar seguro de que cuenta con pleno acceso al territorio de Belarús llegado el caso de un conflicto militar a gran escala con la OTAN (debido a Kaliningrado). Esto es difícil mientras el estado bielorruso sea fuerte y Aliaksandr Lukashenska se mantenga neutral en la confrontación entre Rusia y la OTAN, motivo por el cual niega la presencia de bases militares rusas en suelo bielorruso. Esta posición, obviamente, contradice las intenciones estratégicas del Kremlin y podría conducir a Moscú a activar un escenario de crisis.
Lamentablemente, como otros estados postsoviéticos, Bielarús es rehén de cómo el Kremlin concibe las relaciones internacionales, esto es, como un juego de suma cero. A juzgar por las declaraciones de Aliaksandr Lukashenska, parece claro que los dirigentes bielorrusos no se plantean normalizar sus relaciones con Occidente en detrimento de sus obligaciones estratégicas con Rusia o con la integración euroasiática. Pese a ello, el Kremlin insiste en tratar cualquier atisbo de normalización entre Occidente y Belarús como una amenaza a su influencia.
Existen indicios de que Moscú ya ha desarrollado un plan de contingencia ante una posible pérdida de influencia en Belarús. Parece que el Kremlin considera la posibilidad de desplegar tropas para “estabilizar la situación y restaurar el orden constitucional” como respuesta a posibles disturbios en Belarús, algo que se desprende de las maniobras militares conjuntas de “interacción” y de “hermandad eslava”, celebradas en 2015.
En este contexto, Moscú ha desplegado ya dos brigadas mecanizadas de las Fuerzas Armadas rusas en Yelnya (en la región de Smolensko), y en Klintsy (en Briansk), a 80 y 40 kilómetros respectivamente de la frontera bielorrusa. Convenientemente para Moscú, estas brigadas están estratégicamente situadas para llevar a cabo una hipotética intervención de crisis so pretexto, por ejemplo, de una operación antiterrorista conjunta.
El año pasado se desvelaron datos logísticos referidos a un cargamento militar ruso compuesto por 4.162 vagones ferroviarios, que dan pistas claras de los ambiciosos objetivos estratégico-militares del Kremlin. Según parece, Moscú planearía desplegar un gran número de unidades rusas en territorio bielorruso —al menos una o dos divisiones mecanizadas dependiendo del método de cálculo utilizado— lo que supone un contingente que supera con mucho cualquier objetivo declarado del Zapad-2017, las maniobras militares conjuntas con Rusia que tendrán lugar en territorio bielorruso en septiembre de 2017.
Además, Rusia sigue reforzando la infraestructura y los controles aduaneros en la frontera bielorrusa, desplegando dos formaciones operativas del Servicio Federal de Seguridad. En febrero de 2017 también hicieron acto de presencia unidades del Servicio Federal Aduanero. Oficialmente, el objetivo es proteger el mercado ruso del embargo de productos alimenticios occidentales introducidos desde Belarús y otros estados miembros de la Unión Económica Euroasiática, pero esto podría convertirse fácilmente en un bloqueo económico.
Los indicios apuntan a que el conflicto Rusia-Belarús puede desembocar fácilmente en una nueva fase crítica
Los indicios apuntan a que el conflicto Rusia-Belarús puede desembocar fácilmente en una nueva fase crítica, de mantenerse la actual escalada. La cuestión principal es si el Kremlin se prepara realmente para una crisis con Belarús o simplemente, utiliza las amenazas como medio para lograr otros objetivos políticos y concesiones a través de un brutal chantaje.
Lo cierto es que ambas opciones conllevan consecuencias dramáticas y de largo alcance para la seguridad regional. Porque solo una Belarús fuerte, soberana e independiente puede frenar la escalada de la estrategia rusa de dominación y contribuir a la seguridad y a la estabilidad regional, impidiendo al mismo tiempo una confrontación militar entre Rusia y la OTAN.