Jeremy Rifkin
Presidente de la Foundation on Economic Trends
El modelo de sociedad que tenemos hoy, todas sus normas, estructuras y patrones de productividad fueron modelados por –y son un resultado de– la Segunda Revolución Industrial. El marco que siguió a esta transformación disruptiva influyó en nuestro estilo de vida y estaba basado en unas estructuras formidables pero destinadas a volverse obsoletas, máquinas propulsadas por energías derivadas de combustibles fósiles, barreras a la producción (como costes marginales y recursos naturales limitados), y la forma exclusiva en que compartimos nuestros bienes y utilizamos los recursos como si fuesen ilimitados. La dinámica de la Segunda Revolución Industrial asignó la organización de las sociedades a las naciones-estado, que crearon las disponibilidades legales, físicas y emocionales para desarrollar la comunicación, la energía y el transporte desde los mercados locales a los nacionales.
Desde entonces, una de las fuerzas impulsoras de nuestra historia ha sido el esfuerzo por controlar los recursos limitados de la energía no renovable. La quema masiva de combustibles fósiles ha conllevado el crecimiento económico y demográfico, pero, como ahora sabemos, a un coste muy alto para el medio ambiente. Los eventos climáticos que antes tenían lugar al ritmo de uno cada mil años se están convirtiendo en algo normal; está cambiando el ciclo hidrológico y eso constituye un desafío a la vida humana en las próximas décadas. No tenemos la certeza de que este proceso masivo sea efectivamente revertido, pero deberíamos hacer todo lo posible para mitigar nuestro impacto sobre el clima. Necesitamos una nueva visión económica y un nuevo ideario ético si queremos sobrevivir.
Necesitamos una nueva visión económica y un nuevo ideario ético si queremos sobrevivir
En este sentido, el cambio a la Tercera Revolución Industrial será un disruptor enorme: la revolución digital y en la comunicación, la energía, el transporte e internet de las cosas nos permitirán, por primera vez y como sociedad global e interconectada, crear un cerebro global externo capaz de sentir, procesar, reflexionar y actuar a una escala global para hacer frente efectivamente a los retos globales, transnacionales, que nos depara el futuro.
La paradoja es que este incremento en empatía irá paralelo a un incremento proporcional en entropía. Las mismas tecnologías que nos permitirán ser más empáticos e interactuar nos desconectarán de nuestros vecinos más cercanos. La conciencia espacial y los patrones de la comunicación cambiarán espectacularmente, y esperemos que ello nos lleve a una biosfera de mayor conciencia y empatía con la raza humana. A la Tercera Revolución Industrial no le gustan las fronteras. Los estados-nación no desaparecerán, pero es evidente que la digitalización desafiará las estructuras físicas centralizadas; la emergencia de una red de regiones liberaría todo el potencial de un agregado de intereses interconectados y espacialmente contiguos, mientras que el rol de los estados-nación será proporcionar códigos de regulación y normas.
Se supone que la revolución digital ha de ser distribuida, colaborativa, abierta y transparente. Así, el principal desafío será cómo desconectar a nuestras sociedades de las infraestructuras de la Segunda Revolución Industrial y reconectarlas a las de la Tercera. Los obstáculos serán, de lejos, más políticos que tecnológicos. Surgirán unos cuantos filtros decisivos destinados a modular la velocidad y el alcance de la revolución digital, que plantearán una serie de cuestiones: ¿Cómo protegeremos la neutralidad de la Red? ¿Cómo garantizaremos que los gobiernos no la utilicen para conseguir sus objetivos políticos? ¿Cómo garantizaremos que las empresas no la monopolicen para sus objetivos comerciales? ¿Cómo garantizaremos la privacidad? ¿Cómo garantizaremos la seguridad de los datos para prevenir el delito cibernético y el ciberterrorismo cuando todo el mundo esté conectado? Esta será la tarea política fundamental de las próximas tres generaciones.
Los millennials, los miembros de la generación que ha llegado a la edad adulta después del año 2000, serán actores importantes en este nuevo ideario ético. Ellos tienen concepciones diferentes de la libertad, el poder y la comunidad; se consideran a sí mismos como parte de una red interconectada globalmente, y tendrán un espíritu cooperativo mucho más fuerte. Se sienten emocionalmente menos ligados a unos estados-nación y pueden gestionar más fácilmente una identidad multifacética capaz de saltar de lo local a lo global. Las acciones individuales tendrán un impacto en el resto del planeta; necesitamos hacer una transición rápida al nuevo paradigma y aprovechar todo su potencial. Muchos se preguntan si ya es demasiado tarde. La respuesta es que no hay alternativa.