Rana Foroohar
Columnista de temas económicos y editora adjunta del Financial Times
Cuando uno busca dónde estará la siguiente crisis financiera tiene que buscar dónde está la deuda. Los incrementos grandes y particularmente rápidos de la deuda son el mayor predictor de dónde se producirá la próxima crisis financiera. Razón por la cual es muy preocupante que los estudiantes estadounidenses deban actualmente casi 1,5 billones de dólares en deuda estudiantil, cantidad que incluso supera la deuda en tarjetas de crédito en su importe en dólares. El incremento ha sido particularmente agudo desde la crisis financiera. De hecho, la situación se ha vuelto tan preocupante que la pasada primavera el Banco de la Reserva Federal de Nueva York hizo sonar la alarma por el tema de la deuda estudiantil, y Bill Dudley, presidente del NY Fed, declaró que los elevados niveles de deuda entre los jóvenes podían ser un motivo para reducir los tipos de interés. En palabras de Wilbert van der Klauuw, vicepresidente sénior del departamento de estadística e investigación del NY Fed: “El fuerte incremento en la deuda estudiantil y en el impago de la misma es el cambio más importante que ha tenido lugar en el panorama de la deuda del consumidor en los últimos diez años.”
La deuda estudiantil no es como la deuda inmobiliaria; todavía no ha sido cortada y troceada como la de las explosivas CDO (Obligaciones de Deuda Garantizada) que hicieron saltar por los aires el sistema financiero en 2008. Pero ya se ha convertido en la mayor área de impago de los consumidores de EEUU. Y es muy probable que provoque una crisis en el consumo, una crisis que podría ser bastante prolongada. Globalmente, los millennials se vieron afectados por el triple efecto post-2008 de un mayor nivel de desempleo juvenil, un incremento en el precio de las matrículas universitarias y una subida en el precio de la vivienda. Esto significa que los millennials están cargados de deudas y que carecen de recursos.
Si tenemos en cuenta que estos jóvenes son actualmente el grupo demográfico individual más grande de Estados Unidos, esto tiene un gran efecto desactivador en el consumo de bienes como la vivienda, con todos los bienes de consumo caros que la acompañan. Hay 45 millones de estudiantes prestatarios —el 60% de todos los graduados universitarios— que deben de promedio 27.975 dólares en préstamos, con una cuota típica mensual de unos 409 dólares. Esto es una cantidad considerable de dinero, que podría dedicarse a compras al consumo que impulsarían globalmente la economía. El ciclo se agrava por el hecho de que los precios del mercado inmobiliario y los alquileres son superiores a la media en las ciudades universitarias (donde un número cada vez mayor de padres ricos hacen inversiones inmobiliarias para que sus hijos vivan en ellas mientras están estudiando, lo que provoca una subida de precios) y en aquellos lugares en los que el mercado laboral es más “caliente” (los índices de desempleo son todavía más altos que su promedio histórico, lo que atrae a los jóvenes a los lugares donde hay trabajo). Como no pueden comprar una vivienda en estas ciudades, los millennials optan por el alquiler. Pero los alquileres están subiendo y el resultado es que no pueden crearse un patrimonio cuando son jóvenes.
La movilidad social en descenso de los millenials no les augura nada bueno para el futuro
Todo esto hace que estén menos preparados para la jubilación (los índices de ahorro en planes de pensiones son mucho más bajos que en pasadas generaciones) y es menos probable que acumulen los activos necesarios para ascender económicamente en la escala social; la rentabilidad de los activos siempre supera los ingresos, que han permanecido estables en términos reales durante décadas. Si pensamos que las economías de la mayor parte de los países ricos se basan en un 60-70% en los gastos en consumo, la movilidad social en descenso de los millenials —que indudablemente seguirá en alza— no les augura nada bueno para el futuro.