Tras décadas de expansión, los índices de democracia en el mundo revelan un retroceso sostenido. No obstante, no hay que confundir la regresión de la democracia (en aquellos lugares donde existe un sustrato democrático) con el recrudecimiento de los regímenes autoritarios. También se deben diferenciar los factores que lo aceleran (como las redes sociales y la tecnología, la influencia exterior de potencias no democráticas, como China o Rusia; o factores internos, como la polarización, el populismo o la incapacidad de satisfacer las necesidades esenciales de los electores) con los verdaderos impulsores de la regresión. Autores como Thomas Carothers y Benjamin Press han señalado la importancia del liderazgo político como principal motor del retroceso, y lo han tipificado en tres grandes modelos de liderazgo: a) el iliberalismo alimentado por la frustración (Trump, Órban, Bolsonaro o Modi); b) el autoritarismo oportunista, que destruye instituciones una vez electo democráticamente y c) el revanchismo de parte, que se da por ejemplo en los golpes militares (como en Myanmar o Egipto). Los tres liderazgos buscan activamente el desmantelamiento de los mecanismos de fiscalización institucional (como las comisiones, la judicatura, la constitución o el parlamento) y no  institucional (como la prensa, la universidad o el sector empresarial).