FRANCESC FÀBREGUES
Coordinador del Anuario Internacional CIDOB
ORIOL FARRÉS
Coordinador del Anuario Internacional CIDOB
La crisis de la Unión Europea es un ejemplo de la citada implosión de las instituciones comunitarias, que han perdido tanto el control del discurso como su atractivo frente a sus ciudadanos. La Unión ha sido un ejemplo de la voluntad de los europeos por cohesionar el continente y dejar atrás lamentables siglos de guerras y violencia. Sin embargo, como nos recuerda Pol Morillas en su balance sobre Europa, “el principio de una Unión cada vez más estrecha” ha llegado a su fin. El europeísmo ya no domina el relato, que se ha desplazado a la diatriba entre lo global y lo local, a lo que por cierto han contribuido los estados miembros, reticentes a ceder cuotas de poder. Para relanzar la UE –del mismo modo que para relanzar las democracias liberales– es tan peligroso destruir sus esencias como conformarse con meros apaños. Hace falta visión estratégica y mayor flexibilidad, con la adopción de una “integración diferenciada”, es decir, que los diversos estados puedan aspirar a distintos grados de membresía, y en definitiva, de integración. La lógica de la “talla única” deberá quedar atrás, lo que sin duda añade complejidad a las dinámicas institucionales, pero quizá también las haga más fieles a la realidad. Las medidas en este sentido son apremiantes, ya que como nos recuerda Carme Colomina al hablar de la Primavera Populista, el malestar social por la desigualdad económica y la desorientación de la clase media se encarna en las distintas frustraciones que alimentan los populismos (austeridad, inmigración, la defensa de la soberanía y la identidad, la lejanía de Bruselas) y es precisamente esa diversidad de formas lo que le permite arraigar tanto en países económicamente fuertes, como Austria, como en países que son receptores netos de fondos europeos, como Polonia o Hungría. El discurso euroescéptico es el nuevo fantasma que recorre Europa, y ocupa el vacío dejado por, no solo el discurso, sino también la política europeísta. El fracaso en la gestión del drama de los refugiados a las puertas de Europa es un ejemplo sintomático de la descoordinación y la falta de visión estratégica y una muestra de quién cuenta con el poder real en la Unión.
¿Asistimos al final de la globalización?
Esta es la pregunta que se formula Barry Eichengreen, profesor de Economía y Ciencias Políticas de la Universidad de California-Berkeley, al reflexionar sobre la lenta salida de la crisis económica iniciada en EEUU en 2007. El modelo de crecimiento económico parece agotarse y no está claro que las economías emergentes cuenten con la vitalidad suficiente como para tirar por sí mismas de la economía global, lo que nos lleva a replantearnos los patrones de producción y crecimiento económico internacional. El tiempo de la globalización como propulsora del progreso económico mundial parece tocar techo, lo que nos invita a buscar nuevas fórmulas y mecanismos que den lugar a un crecimiento más estable y duradero. La globalización tiene que buscar nuevos argumentos para ser política, y no solo económicamente, viable, y debe desarrollar mecanismos de compensación para los que resulten marginados o perjudicados por sus dinámicas.
En este contexto, la aparición de un nuevo discurso económico sobre crecimiento inclusivo parece una buena alternativa, que nos invita a repensar el progreso económico al servicio de la sociedad en su conjunto; una globalización más política y humanamente sostenible.
Nuevos conflictos, quizá no tan nuevos
Tristemente, hemos seguido registrando los avances de conflictos violentos en todo el mundo; entre sus consecuencias, se cuentan algunas de las crisis humanitarias hoy en curso. Peter Maurer, presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, nos invita a reflexionar acerca de los elementos “nuevos” de estos conflictos, como la diversificación de los actores en una suerte de “red de contendientes asimétricos” o su falta de respeto por las leyes internacionales humanitarias, que tienden a prolongar los guerras en un limbo de choques y avances violentos. Sin embargo, Maurer nos recuerda que lo que no es nuevo es la dimensión y la naturaleza de las crisis humanitarias, y basta con volver la vista atrás cien años para encontrarnos con las dos guerras mundiales, los procesos de descolonización o la Guerra Fría. En este sentido, resulta particularmente útil la aportación de Johan Galtung, fundador del SIPRI de Estocolmo, que repasa los principales conflictos abiertos en el mundo actual y sobre los que propone un enfoque alternativo, una acción política positiva u optimista, basada en el sentido común y que según el autor: “es más triste si cabe, ya que a menudo podría hacerse realidad con un simple bolígrafo y una hoja de papel”.
El miedo a las urnas
Una muestra del malestar de los ciudadanos con sus gobiernos han sido los diversos reversos que han recibido en referéndums que han dejado perpleja la comunidad internacional. El primero, fue la victoria del Leave en el referéndum del Brexit en el Reino Unido en junio, que negó la posición defendida por el primer ministro Cameron y forzó su dimisión. No fue el único en abandonar el cargo. Por sorpresa, también los líderes de la opción vencedora, como Nigel Farage y Boris Jonhson, se retiraron de la primera línea, dejando a la nueva primera ministra, Theresa May, el calvario de la negociación, que se prevé dura y doliente para la parte británica. No es solamente que Bruselas quiera desanimar futuras salidas, sino que el proceso no tiene precedentes y es de una enorme complejidad técnicojurídica, como demuestra el hecho de que según información publicada por The Independent, el gobierno británico deberá contratar 35.000 funcionarios extra solamente para dedicarlos al proceso de la desconexión. El proceso no solamente será largo, sino que da nuevos argumentos a los independentistas escoceses que defienden su permanencia en la UE y que presionarán para la celebración de un nuevo referéndum de independencia del Reino Unido.
Por su parte, en Colombia, la población votó “No” en el plebiscito celebrado en octubre sobre el Acuerdo de Paz rubricado por el gobierno y la guerrilla de las FARC-EP. La negativa se produjo por un estrecho margen de 54.000 votos, y vino a reflejar la polarización de la sociedad colombiana, no tanto en su esperanza de paz –que es compartida– sino en su visión de la justicia y las condiciones propias del Acuerdo. Colombia recibe una atención especial en esta edición del Anuario, con tres artículos temáticos y diversas columnas de opinión, que nos aportan una visión privilegiada a los pasos que condujeron al acuerdo de paz, así como los condicionantes económicos, sociales y políticos que modelaron el resultado del plebiscito. Todo ello se incluye en el espacio del Perfil de país.
Del mismo modo que sucedió en las presidenciales de EEUU, ambos resultados se produjeron contra pronóstico y desmintiendo los sondeos, lo que demuestra que tiempos del Big data y los macrosondeos, no es más fácil que antes acertar en los pronósticos, preguntando a la gente. En espera de que los algoritmos informáticos se encarguen de solventar esta molesta cuestión –para desgracia nuestra– podemos afirmar sin grandes dudas que la ciencia de la demoscopia no ha vivido su año más glorioso.
En tiempos de fragilidad, políticos duros
Otra constante que también resuena en la elección de Trump en EEUU es la preferencia de algunos votantes por líderes –políticos o no– que transmiten una imagen de dureza casi violenta, confrontacionales y que “dicen las cosas por su nombre”. Ciertamente, el análisis de este fenómeno supera con mucho el espacio de esta introducción, pero vemos y hemos analizado en el Anuario, su emergencia en países como EEUU, Francia, Filipinas, Turquía o Rusia.
No todos, pero sí algunos de estos “políticos duros” hacen referen cia a un pasado idealmente “glorioso” que debe ser recuperado. Esto sucede abiertamente en Francia y EEUU, pero también en Rusia, donde el presidente Vladimir Putin fía su capital político a la recuperación de la idea imperial, jugando a la lógica de los grandes poderes en Eurasia y al capital militar heredado de la URSS. Paradójicamente, esto coincide con una Rusia debilitada económica y políticamente, cada vez más autoritaria y nada transparente, que en el corto plazo deberá enfrentar grandes interrogantes acerca de su futuro. Andreas Kraemer analiza la situación y dibuja un escenario en el cual este Estado, subordinado a sus exportaciones de hidrocarburos, va a padecer la transferencia global a las energías renovables. El peor escenario en un mundo post-fósil, sería según Kraemer, el de una Rusia convertida en una suerte de “compañía minera con ejército” que saca réditos de la exportación de inestabilidad. Buen ejemplo de ello son los episodios de interferencia rusa en elecciones fuera del país o directamente, interviniendo en Georgia o Ucrania. A este respecto, en la presente edición del Anuario contamos con dos autores, como Carmen Claudín y Arseni Sivitski, que llaman nuestra atención sobre la presión creciente del Kremlin en las fronteras de Belarús, y el potencial real de un nuevo conflicto armado a las puertas de Europa.
Los robots ya están aquí
Rusia no será el único país que va a sufrir en la transición a la nueva economía post-fósil. Estamos en los albores de una nueva revolución industrial (la tercera o cuarta, dependiendo de los autores) que como en las precedentes, transformará completamente la estructura social y productiva. En esta edición, dedicamos todo un capítulo a abordar las múltiples dimensiones de la nueva revolución industrial y contamos para ello con algunas de las voces más cualificadas del panorama internacional.
En su artículo de panorama, Henning Meyer realiza una excelente aportación para comprender el contenido y los límites de la revolución digital, matizada por una serie de filtros (como el ético, el social, el de la gestión corporativa, el legal o el de la productividad). Lejos de ser una cuestión económica, el debate es profundamente político ya que dicha revolución amenaza con poner en peligro el futuro del trabajo, y explica en buena parte, la desorientación de la clase media trabajadora y la desconfianza en el futuro. Asistimos ya a una doble dinámica de sustitución e intensificación del trabajo, pero ¿seremos capaces de crear nuevas ocupaciones?
¿Es la renta básica universal una panacea para un mundo sin trabajo? ¿Cómo afectará eso a la movilidad social?
Sin querer inquietar a los apolíticos, nos encontramos frente a tres décadas de intensa lucha política, en las que los ciudadanos deberán movilizarse para retener derechos y libertades. Como en las anteriores revoluciones industriales, la “reinvención” del sistema de producción nos situará en posiciones extremadamente desiguales, en las que solo algunos poseerán los medios y otros muchos quedarán fuera del mercado de trabajo, temporal o permanentemente.
Sin embargo, la próxima revolución también ofrece un contexto sin precedentes que cuestiona los límites tradicionales de la producción, acercándonos a lo que el economista Jeremy Rifkin ha denominado “la sociedad del coste marginal cero”, en la que los bienes digitales pueden ser replicados indefinidamente, a un coste ínfimo. A ello se añade la emergencia de nuevas formas de producción distributiva o cooperativa, que forjan un nuevo entendimiento en torno a lo común. Existirán pues, y en teoría, oportunidades sin precedentes para que los trabajadores expulsados puedan reinventarse dentro de la economía digital, y “en su propio garaje”, crear el nuevo producto digital que lo convierta en millonario (o millonaria). Según afirma irónicamente el filósofo Alain de Botton el problema no será precisamente “que no todo el mundo tiene garaje”, sino que muy posiblemente, no todos los trabajadores estarán capacitados e incentivados para reinventarse en la economía digital, donde existe un profundo abismo generacional.
Y mientras tanto el reloj del clima sigue contando
En esta edición, hemos querido dar un protagonismo central a las cuestiones ambientales, que entendemos que ganarán cada vez mayor peso en nuestra interpretación de las relaciones internacionales. La amenaza ya palpable que supone el cambio climático es una oportunidad inmejorable para forjar las alianzas internacionales que se requieren para dotarnos algún día de un gobierno global efectivo, capaz de gestionar eficientemente los problemas transnacionales que nos acucian y que resuenan en todas y cada una de los puntos expuestos en este artículo. La mitigación del cambio climático no es una opción, aunque algunos estados-nación se atrincheren en ceder sus prerrogativas a entes supranacionales. El activismo ambiental es la oportunidad de articular todos los niveles del poder, desde la acción individual más pequeña a la firma de un acuerdo internacional de emisiones. La coordinación de todos los niveles a escala global será necesaria y podría ser la semilla de una organización supranacional superior y más ambiciosa. Recordemos que la UE nació inicialmente en torno al carbón y el acero.