
Roberto Toscano
Investigador senior asociado, CIDOB
Irán sigue en el centro de la atención internacional. Dos fechas son especialmente importantes: 14 de Julio de 2015 (conclusión en Viena del acuerdo nuclear) y 16 de enero 2016 (“Implementation Day”; la fecha en que, sobre la base de un informe de la AIEA, se deja constancia de que Irán ha cumplido con sus compromisos asumidos en el momento de la conclusión del acuerdo).
Se abre así el camino para la eliminación de las sanciones y el regreso de Irán a relaciones menos conflictivas con el resto del mundo. Relaciones económicas, pero también políticas, con un potencial impacto muy significativo, sobre todo en lo que se refiere a la situación en Oriente Medio, empezando por el atroz conflicto sirio.
Vale la pena en este punto preguntarse si acaso este resultado no sea revelador de lo que Teherán perseguía desde el comienzo en este tan controvertido asunto.
Es profundamente erróneo pensar que la principal finalidad del régimen iraní fuera construir una bomba atómica (y más aún usarla contra Israel, con inevitables consecuencias suicidas), y no utilizar el problema para obtener que Estados Unidos aceptara a Irán como interlocutor, y fuera dispuesto a negociar directamente con él. En este sentido, aun sin mirar a los contenidos del acuerdo nuclear en sí, se puede decir que Irán ha conseguido un éxito importante.
Esto explica el entusiasmo de los iraníes: en parte porque ha desaparecido el peligro de un desenlace militar (“Bomb, bomb, bomb Iran”, como una vez –con dudoso sentido del humor– entonó John McCain), pero sobre todo porque están convencidos que Irán puede ser reconocido, por fin, como un país “normal”. Al mismo tiempo, esto explica también las preocupaciones de los que se definen como los defensores del legado de Jomeini y de la revolucion de 1979, pero que en efecto tendrían que ser definidos, en el sentido mas correcto del término, como reaccionarios. Otro grupo que es minoritario, pero que está enquistado en puntos muy vitales y poderosos del régimen, es el Consejo de Guardianes, el sistema judiciario, los Pasdaran. ¿Cómo justificar las limitaciones de las libertades de los ciudadanos si la amenaza externa afloja?
Jamenei sabía muy bien que el aislamiento de Irán era peligroso en términos de seguridad, y desastroso del punto de vista económico
El Líder Supremo, el ayatolá Jamenei, es el arbitro de la lucha de tendencias que siempre ha caracterizado la República Islámica, un sistema oligárquico más que una dictadura clásica. Su preocupación fundamental es preservar el sistema y su poder. Esto explica por qué ha apoyado al presidente Rouhani en la negociación nuclear: Jamenei sabía muy bien que el aislamiento de Irán era peligroso en términos de seguridad, y desastroso del punto de vista económico. Pero ahora se preocupa por el impacto político, y quiere frenar el avance de la liberalización, a la que aspiran la mayoría de los iraníes. No quería la guerra, pero ahora le preocupa la paz.
Todo esto se va a reflejar en la doble convocatoria electoral de febrero: la parlamentaria y la de la Asemblea de Expertos, el órgano clerical del que dependerá la importantísima elección del próximo Líder Supremo. Justificadamente temerosos de un posible éxito electoral de los que apoyan a Rouhani, los conservadores más radicales están tratando de excluir de las elecciones, con el filtro del Consejo de Guardianes, a los candidatos más progresistas, y hasta a algunos conservadores moderados. Sin duda, en 2016 seguiremos hablando de Irán.