Trita Parsi
Fundador y presidente del National Iranian American Council
Hace dos años pocos creían que un acuerdo con Irán pudiera superar una votación en el Congreso de los EEUU. La animosidad contra Irán era tan intensa en el Capitolio que incluso en los capítulos más agrios y partidistas de la historia política estadounidense un proyecto de ley de sanciones contra Irán podría superar la votación en el Congreso con un abrumador apoyo bipartidista. De hecho, en épocas en que casi todo dividía a republicanos y demócratas, lo único que parecía poder darles un espíritu de propósito común era el deseo de castigar a Teherán.
No debería extrañar, pues, que cuando la Administración Obama intentó en primer lugar plantear un alivio de las sanciones contra Irán (como parte de un acuerdo nuclear), el gesto no conllevara ninguna iniciativa de los congresistas. Una vez quedó claro que esas medidas punitivas, por sí solas, no bastarían para obligar a Teherán a limitar su programa nuclear de forma significativa, la Administración Obama tuvo que tragarse la amarga píldora de tener que urdir un plan que tanto Irán como el Congreso pudieran aceptar o, al menos, no rechazar.
Llevar al Congreso, en ese clima adquirido de casi completa desconfianza hacia Irán, la idea misma de que un acuerdo con Teherán pudiera o debiera alcanzarse, no era tarea fácil. A ese respecto, una amplia coalición de organizaciones –de grupos defensores de la no proliferación, organizaciones de paz y seguridad, a grupos judíos e iraníes– trabajó con diligencia para cambiar el discurso sobre Irán y crear el espacio político para una solución diplomática.
Mientras la cuestión se planteó cada vez más como una cuestión de guerra y paz –un marco defendido en primer lugar por grupos partidarios del interés público que abogaban por la diplomacia, que más tarde fue la opción elegida por la Casa Blanca–, la presión pública a favor de un acuerdo creció de modo importante y la mayoría de los congresistas demócratas lo consideró un riesgo por percibirlo como una propuesta de guerra contra Irán.
No solo el acuerdo con Irán era cuestión de guerra y paz; era, asimismo, una cuestión de partido
Posteriormente, intervino una ayuda crucial desde un actor inesperado. El primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu –uno de los críticos más encarnizados del acuerdo– adoptó la desastrosa decisión de maniobrar a espaldas de Obama y dirigirse al Congreso sobre esta cuestión. Nunca con anterioridad un líder de un país aliado se había dirigido al legislativo estadounidense para apremiar a los congresistas que se opusieran al presidente de los Estados Unidos de América.
Está claro que a Netanyahu no le importó ser el primero. No obstante, esta connivencia con los líderes republicanos del Congreso distanció a los demócratas. Desde su punto de vista, Netanyahu se ponía del bando republicano y de su esfuerzo de socavar todas las políticas de Obama. No solo el acuerdo con Irán era cuestión de guerra y paz; era, asimismo, una cuestión de partido. Cada vez era más difícil que los demócratas votaran contra Obama sobre esta cuestión ahora que tal voto sería visto en la práctica como un voto a favor de los republicanos.
Gracias a Netanyahu, en gran parte, Obama ganó la lucha en el Congreso el verano pasado. Sin embargo, ¿Puede el Congreso liquidar aún el acuerdo con Irán? ¿Será fiel Estados Unidos al acuerdo en cuestión… incluso cuando Obama haya dejado su cargo?
Sin duda alguna, habrá interminables esfuerzos en el Congreso en 2016 para alzar barreras contra el acuerdo. Se alzarán muchos obstáculos, pero probablemente ninguno de ellos liquidará el acuerdo. E incluso teniendo en cuenta las promesas de los candidatos republicanos de que anularán el acuerdo el primer día de gobierno, es más fácil decirlo que hacerlo.
La realidad es que si el acuerdo es puesto en práctica con éxito en 2016 y la AIEA certifica que Irán ha cumplido sus obligaciones, tal acuerdo será consolidado. Ningún presidente republicano, por más que se deje llevar por sus impulsos ideológicos, adoptará una postura tan descabellada como para finiquitar el acuerdo y, en consecuencia, aislar a Estados Unidos y crear una crisis con la UE. Por supuesto, si el acuerdo tropieza con problemas su puesta en práctica se verá comprometida y aflorarán las diferencias entre Occidente e Irán y, a partir de ahí, la durabilidad del acuerdo se pondrá en tela de juicio, aunque el próximo presidente de Estados Unidos sea una persona tan comprometida como Barack Obama para lograr que funcione.