Richard Javad Heydarian
Profesor de Ciencias Políticas y analista de relaciones internacionales del canal de noticias ABS-CBN News y del Manila Bulletin
Con tan solo seis meses en el cargo, el contundente presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, ha llevado a cabo una reconfiguración de la política exterior del país sin parangón en gobiernos anteriores. Filipinas, pura y llanamente, no ha tenido nunca un líder como él. Duterte es el primer presidente filipino originario de la isla meridional de Mindanao, la más pobre e inestable del país y se autodefine como un “socialista”. También ha jurado desplegar una política exterior realmente “independiente”, lo que para él significa menos dependiente de Estados Unidos y más comprometida con centros de poder alternativos.
Tan pronto como sus aliados y las Naciones Unidas empezaron a ser críticos con su falta de respeto a los derechos humanos, el líder filipino empezó, primero retóricamente pero más tarde de manera operativa, a desligar a Filipinas de sus tradicionales aliados y en un intercambio cada vez más duro con Occidente y la comunidad internacional; a raíz de su campaña de “tierra quemada” contra las drogas ilegales, no tuvo reparos en insultar de una tacada a Barack Obama (la Casa Blanca), a Bruselas (la UE) y a Ban Ki-Moon (la ONU). Apodado ya por algunos como el “Trump de Oriente”, ha roto un día sí y otro también con la senda diplomática y estratégica de Filipinas, tomando por sorpresa tanto a partidarios como a detractores.
En la misma jugada, ha tendido una rama de olivo a sus antiguos rivales. Tan pronto como llegó al gobierno, Duterte dejó claro que no quería confrontación con China. En consecuencia, dejó a un lado la histórica sentencia a su favor del Tribunal de La Haya sobre la disputa en el Mar del Sur de la China. A cambio, una China exultante le ofreció miles de millones de dólares en acuerdos comerciales e inversiones, incluyendo un acuerdo de venta de armamento a Manila que se prolongará varias décadas. Sin embargo, el “giro al este” de Duterte no se ha limitado únicamente a China. Por primera vez en la historia moderna, barcos de guerra rusos han visitado en tiempos de paz el puerto de Manila, y el presidente filipino ha sugerido una alianza militar con Moscú. Es más, en diversas ocasiones, Duterte ha llegado a afirmar que Putin es su “héroe favorito” y podría visitarlo en 2017 para culminar un acuerdo de asociación estratégica. En 2017, Filipinas presidirá la ASEAN, lo que llevará a Duterte a ser uno de los invitados a la Cumbre Anual de los BRICS en China.
Un análisis reposado de política exterior sugiere que Duterte persigue más una redefinición estratégica que una verdadera ruptura con el pasado
Un análisis reposado de política exterior sugiere que lo que Duterte persigue es más una redefinición estratégica que una verdadera ruptura revolucionaria con el pasado. Está adoptando una estrategia de “equilibrio equilateral”, enfrentando a una superpotencia con la otra y, con ello, ganando más margen de maniobra para su país.
Hasta el momento y para ser justos, las amenazas de Duterte a EEUU no han sido solo aspavientos: las patrullas conjuntas en el Mar del Sur de China han sido canceladas, y varios ejercicios militares conjuntos han sido pospuestos.
De todos modos, los cimientos de la relación bilateral, articulada en torno al Acuerdo de Cooperación de Defensa Mejorado (2014) y el Tratado de Defensa Mutua de 1951, permanecen intactos. Para contrarrestar la creciente influencia de Beijing sobre Manila, Japón, un aliado clave de los norteamericanos, ha ofrecido incentivos económicos, y un compromiso diplomático proactivo bajo la administración de Shinzo Abe. No hay nada grabado en piedra, y la situación es susceptible de cambio.
El acercamiento a China, ha advertido Duterte, también podría revertir bruscamente si Beijing realiza acciones agresivas o unilaterales en el Mar del Sur de China contra sus intereses. La llegada de Trump a la Casa Blanca podría augurar menos presión en materia de derechos humanos y quizá más posibilidades de volver al acercamiento. Lo cierto es que casi en solitario, Duterte ha situado a Filipinas en el mapa geopolítico como nunca antes lo había estado, y las superpotencias sondean la buena voluntad del hombre fuerte de Manila.