Thomas Carothers
Vicepresidente de Estudios del Carnegie Endowment for International Peace y coeditor (con Andrew O’Donohue) de Democracies Divided: The Global Challenge of Political Polarization (Brookings Press, 2019)
Viviendo en Washington, una capital política profundamente dividida entre bandos políticos rivales, es difícil no verse afectado por la fuerza de la polarización política. Pero Estados Unidos no es ni mucho menos una excepción. Fuertes divisiones sociopolíticas están fracturando la democracia en muchas partes del mundo, desde democracias occidentales consolidadas como Gran Bretaña, Francia y Polonia, a democracias en vías de desarrollo como Brasil, India y Turquía.
Cuando la polarización política se vuelve extrema, las diferencias entre grupos enfrentados ya no se centran exclusivamente en desacuerdos relativos a las políticas. La política se vuelve entonces un choque entre identidades contrapuestas, con los ciudadanos adhiriéndose a “tribus” políticas, a menudo dirigidas por líderes que practican una política de suma cero del tipo “nosotros contra ellos”.
La polarización severa no es nueva en las democracias, pero es un hecho claramente al alza. ¿Por qué? Resulta tentador echar la culpa a las redes sociales, dada su tendencia a magnificar los puntos de vista extremos y a fragmentar a las sociedades en burbujas de información autosuficientes. Pero el cambio tecnológico es más un acelerador de las divisiones que la causa original de las mismas. Factores más profundos parecen estar en juego.
Uno de ellos es el creciente papel de la religión en la vida sociopolítica de muchos países. Los enfrentamientos entre un punto de vista más fundamentalista de la religión y un punto de vista más secular e inclusivo pueden llegar a ser muy intensos. Estas diferencias están en la base, por ejemplo, de la polarización cada vez mayor que se da en India, Indonesia, Israel y Turquía.
Otro factor es el estrés y la dislocación económica, especialmente la creciente desigualdad que ensancha la brecha entre grupos de pertenencia (in-groups) y grupos ajenos (outgroups), y que incrementa el nivel de indignación social. La reciente oleada de protestas en América Latina, como en Chile, Colombia y Ecuador, ha sido impulsada por la indignación producida por la marginalización incluso en países con niveles relativamente buenos de crecimiento económico.
Otra fuerza divisoria es la contrarreacción que se da en algunos lugares ante la ola de progresos socioculturales que se ha propagado profusamente durante las dos últimas décadas. Nuevos movimientos conservadores hostiles a cuestiones como los derechos de colectivos gays y lesbianas, o los derechos de las mujeres o al ecologismo, a menudo provocan fuertes divisiones. Polonia, por ejemplo, está experimentando una grave fisura en este sentido, y lo mismo puede decirse de Brasil.
Resulta tentador echar la culpa a las redes sociales (…) pero el cambio tecnológico es más un acelerador de las divisiones que la causa original de las mismas
Diversos factores internacionales también están fomentando una mayor polarización en las democracias. Actores transnacionales de diferentes tipos contribuyen a la propagación de ideas políticas y sociales radicales que pueden impulsar la polarización. La desinformación transfronteriza intencionada promovida por diferentes gobiernos y por algunos actores no estatales contribuye a la fragmentación del espacio público virtual en muchas democracias. Ideas políticas nocivas que contribuyen al divisionismo político, como la denuncia de informaciones objetivas como si fuesen fake news, se están convirtiendo rápidamente en virus transfronterizos que infectan a otras sociedades.
La polarización severa no es un sino inevitable de la democracia. Garantías institucionales como los sistemas judiciales y los medios de comunicación independientes contribuyen a mantener a los actores políticos dentro de ciertos límites. Los grupos cívicos pueden desempeñar un papel crucial de puente entre comunidades divididas. Los partidos políticos pueden buscar más el compromiso que la confrontación. Es imprescindible reconocer el peligro que representa la polarización severa y actuar para reducir las divisiones antes de que se vuelvan sólidas y se enquisten. Esta es una tarea para todos los que están preocupados por el futuro de la democracia.