Juan Garrigues
Investigador sénior asociado, CIDOB
El 2015 será recordado, entre otras cosas, por la barbarie asociada a la organización Estado Islámico (EI), y por la crisis de los refugiados en Europa. El papel de Libia ante estos dos fenómenos –tanto como punto de partida de barcos llenos de personas intentando alcanzar territorio europeo, como por ser sede norteafricana del EI, ha resultado decisiva en la evolución de la prolongada crisis que ha sufrido el país desde la caída del régimen de Gaddafi en 2011.
La decisión de la ONU del 17 de diciembre de 2015 de anunciar un gobierno de unidad nacional ha sido la mejor prueba de ello. Poco más de un mes después de los ataques del EI en París, en el contexto del Pentágono avisando de que la presencia del EI en Libia crecía de manera significativa, y con la crisis de refugiados en auge, se forzó desde el ámbito internacional un acuerdo entre representantes políticos libios de escaso peso político.
Estados Unidos, Reino Unido, Francia y otros estados clave consideraron que un nuevo gobierno libio débil pero con la legitimidad internacional para atacar a EI y frenar la llegada de refugiados a costas europeas era mejor que continuar las negociaciones mediadas por la ONU. Aunque sin duda las perspectivas de acordar un verdadero gobierno de unidad nacional entre los dos bloques enfrentados eran improbables, las presiones internacionales han socavado la legitimidad tanto del nuevo gobierno como de la ONU en su tarea de mediador imparcial.
En parte se ha llegado a este punto por la lectura simplificada de una Libia dividida en dos bloques que controlan el oeste y el este del país: el Congreso General Nacional “islamista”, con sede en Trípoli y, por otro lado, la Cámara de Representantes de tendencia “liberal”, recluida en la pequeña ciudad de Tobruk.
Es posible que en el 2016 los numerosos grupos libios que se oponen al nuevo gobierno decidan aceptar su autoridad finalmente
Cabe tener en cuenta que siempre han existido importantes divisiones dentro de cada bloque (definidas por tribu, ideología y/o lugar de origen), que las alianzas militares entre las poderosas milicias locales surgidas del conflicto en 2011 han demostrado ser muy fluidas, y que países como Egipto, EAU y Qatar han alimentado el conflicto de manera decisiva en diferentes momentos.
Aunque la ONU intentaba mediar entre todos los actores relevantes, las prisas internacionales por detener el avance del EI y la crisis de refugiados han resultado en un comienzo poco prometedor. A día de hoy, el futuro del nuevo gobierno libio reconocido internacionalmente es incierto. El ‘gobierno de acuerdo nacional’ cuenta con importantes divsiones dentro de su Consejo Presidencial y su apoyo local es tan frágil que todavía ni ha consolidado su presencia en la capital, Trípoli, ni ha avanzado en persuadir a ninguno de los otros dos gobiernos para que reconozcan su autoridad. Libia ha pasado de tener dos a tres gobiernos.
No obstante, es posible que en el 2016 los numerosos grupos libios que se oponen al nuevo gobierno decidan finalmente aceptar su autoridad. Sin duda las presiones internacionales –sobre todo el reconocimiento del gobierno de ‘acuerdo nacional’ como único gestor del banco central libio y las importantes fuentes energéticas del país- reforzarán la capacidad de acción del nuevo gobierno.
Pero también resulta igualmente factible que poderosos grupos libios como los islamistas en Trípoli o las tribus del este decidan que tienen demasiado que perder y busquen mantener algo parecido al statu quo, o peor, intenten fracturar el país. Cuál de estos escenarios veremos en 2016 y qué efecto puede tener en la respuesta internacional al EI y a la crisis de refugiados -que tanto ha condicionado la estrategia internacional en Libia en el 2015- está aún por ver.