
Comfort Ero
Directora del Programa para África del International Crisis Group
La audaz decisión tomada en diciembre de 2015 por el Consejo de Paz y Seguridad de la Unión Africana (UA) de autorizar una Misión Africana de Prevención y Protección en Burundi (MAPROBU) de 5.000 efectivos parecía, a primera vista, personificar las esperanzas de los padres fundadores de la UA para un enfoque más de principios y más intervencionista en la paz y la seguridad. Frente a la escalada de la violencia en Bujumbura, la invocación sin precedentes, por parte del Consejo de Paz y Seguridad (CPS), del artículo 4(h) de la Ley Constitutiva, que permite a la UA intervenir en un Estado miembro en caso de crímenes de guerra, genocidio y crímenes contra la humanidad, parecía constatar la voluntad de la organización de adoptar una postura clara.
Sin embargo, los jefes de Estado africanos decidieron no aprobar la misión MAPROBU. Esto perjudicó la credibilidad de la UA, y puso de manifiesto la existencia de una fisura entre la Comisión, más activista, y los líderes de los estados miembros que, en su mayoría, se mostraron reacios a intervenir en la crisis constitucional de Burundi. También mostró lo que muchos ya sabían: que el celo panafricano de la primera década del nuevo milenio –ejemplificada por los presidentes Thabo Mbeki, Olusegun Obasanjo y Paul Kagame, y por el primer ministro Meles Zenawi– había pasado a mejor vida, enterrado bajo la losa de una mayor sensibilidad por la soberanía, el retroceso democrático en partes del continente, la debilidad de algunos líderes, esos mismos dirigentes enfrentados a retos internos, y un compromiso un tanto ambiguo con el multilateralismo.
El principio de subsidiariedad, en virtud del cual las organizaciones subregionales, como la Comunidad Económica de Estados de África Occidental y la Comunidad de África Oriental, son el primer recurso cuando estalla un conflicto, ha complicado en cierto modo la capacidad de actuar de la UA. El principio ha sido explotado por algunos líderes hegemónicos regionales, que no se fían del ascenso de un organismo continental independiente que algún día podría poner el foco en ellos. La UA, como cualquier otra organización multilateral, es solo lo fuerte que sus estados miembros le permiten ser. Esto no significa que la UA no haya tenido éxitos desde sus comienzos en julio de 2002. Somalia se habría visto desbordada por el movimiento islamista radical Al-Shabaab sin la AMISOM (la misión de la UA en Somalia), una intervención que tuvo un costo enorme en vidas y en dinero. En la República Centroafricana, una misión internacional encabezada por la UA puso freno al baño de sangre posterior a un conflicto que había adquirido dimensiones religiosas. La organización y sus estados miembros han mostrado su disposición a asumir riesgos mucho mayores que las Naciones Unidas, que son muy reticentes y están muy condicionadas por mayores restricciones en sus mandatos que les impiden implicarse en actividades destinadas a hacer cumplir la ley por la fuerza.
La UA se basa excesivamente en soluciones militares para resolver crisis que en muchos casos son de naturaleza política
Sin embargo, la UA se basa excesivamente en soluciones militares para resolver crisis que en muchos casos son de naturaleza política. Debería centrarse en construir y en desplegar de manera más efectiva las herramientas diplomáticas, de mediación y políticas que tiene a su disposición.
A finales de enero, los líderes tienen que elegir un nuevo presidente para dirigir la Comisión, el secretariado de la organización. La relación del presidente con los estados miembros será vital, igual que su habilidad para trabajar en colaboración con determinados agentes clave, como la Unión Europea y las Naciones Unidas.Trabajar conjuntamente con estas instituciones, especialmente en labores de prevención, ayudará a la UA a retomar impulso para alcanzar los objetivos que ella misma se ha planteado.