
Josep Maria Coll
Investigador sénior asociado, CIDOB
El 2016 fue un año de ciudades. Cuarenta años después de la primera conferencia, celebrada en Vancouver, Quito albergó la 3ª conferencia de ONU-Habitat sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible. Por primera vez esta convención tuvo lugar en un momento en el que la población mundial ya habita mayoritariamente en ciudades. Estamos inmersos en un proceso de urbanización imparable, que evoluciona paralelamente al son de la globalización y el cambio tecnológico. El resultado de la conferencia fue el acuerdo histórico materializado en forma de la primera Agenda Global Urbana, circunscrita en el marco de la Agenda de Desarrollo 2030 y los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Más allá de discutir sobre el contenido del manifiesto, una oda políticamente correcta sobre la ciudades, el desarrollo del evento estuvo marcado por dos grandes cambios de paradigma. En primer lugar, reflejó un cambio generacional; los asistentes eran jóvenes e idealistas. Y es que los millennials reflejan un espíritu urbano regenerado. Son urbanitas y cosmopolitas, y ven el mundo con ojos renovados. Rechazan la visión derrotista hacia las ciudades y la vida urbana que caracterizó las dos conferencias anteriores, abruma das por la magnitud de la tragedia. Derrochan optimismo, pero lejos de la ingenuidad; son conscientes de los retos titánicos globales del cambio climático, la pobreza y la desigualdad, el terrorismo y la resurgencia de los populismos, entre otros. Pero en lugar de afrontarlos con miedo, ven en ellos la oportunidad para cambiar. Y ambicionan las ciudades como la gran herramienta de transformación de su generación. Las ciudades pasan de ser un problema a una solución. Las ciudades se han convertido en protagonistas del crecimiento económico sostenible, el desarrollo y la prosperidad. Abrazan ecosistemas abiertos de innovación y concentran el consumo y la inversión a lo largo y ancho del globo. Este cambio de enfoque conlleva profundas implicaciones en la gestión de espacios urbanos en materias de energía, gobernanza, seguridad alimentaria y progreso humano. A pesar del efecto positivizador del cambio, una mala planificación y gestión urbana pueden revertir este proceso y generar desorden económico, congestión, polución y estrés civil.
Las ciudades fusionan lo local y lo global en espacios que agrupan intereses compartidos y trascienden la jerarquía política
El segundo cambio de paradigma se enmarca en que se contrarresta el peligro de la excesiva centralización de la gestión urbana; es la era del empoderamiento ciudadano. Este cambio de liderazgo está en sintonía con la energía transformadora del cambio generacional. La activación de los ciudadanos es una respuesta a la crisis política de una democracia cansada por las falsas promesas, la corrupción y la falacia de la meritocracia. Las ciudades tienen el atractivo de fusionar lo local y lo global en espacios tangibles que agrupan intereses compartidos y trascienden la jerarquía política. El ethos de este cambio integra la ética y la economía, lo que hasta ahora era un oxímoron. Ensalza la horizontalidad, el intercambio, la consciencia medioambiental y el espíritu emprendedor como factores que coexisten y se retroalimentan en el proceso de desarrollo urbano. Los huertos urbanos, los fablabs, las nuevas economías colaborativas y circulares, las cooperativas de crédito, el vehículo eléctrico, la ”bicificación”, la conectividad ubicua, la inteligencia artificial y la robotización tienen lugar en espacios urbanos de gran densidad creativa. La experimentación cruzada es la gran seña de identidad del postcapitalismo, y parece que las ciudades son su laboratorio vivo. Veremos por dónde acaban las prácticas. Pero en cualquier caso, como diría el filósofo Vaclav Hável, “la esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo va a salir bien, sino la seguridad de que algo tiene sentido, sin importar su desenlace”.