Dídac Gutiérrez-Peris
Docente en Sciences Po Paris e investigador asociado de CIDOB
¿Cómo explicar el actual estado de la opinión pública francesa? La pregunta siempre ha tenido un interés particular en el país galo, cuna de la duda cartesiana llevada a su extremo. Brice Teinturier, el presidente de IPSOS —histórica casa de encuestas en Francia—, es probablemente el que mejor define la evolución y el momento en el que se encuentra l’humour francés. Teinturier explica en su último libro, publicado antes de la victoria de Emmanuel Macron en mayo de 2017, que los franceses, a fuerza de dudar constantemente, han perdido una cierta esperanza en la capacidad regenerativa de la política. Los gobiernos de Nicolas Sarkozy (2007-2012) y François Hollande (2012-2017) dejaron un intenso sabor lacerante, hasta el punto que hemos alcanzado un estado de ánimo que bien podría definirse, como dice Teinturier, con el acrónimo de PRAF del francés Plus Rien À Faire (“Nada Más Que Hacer”) -en su versión más resignada y crítica. Y en su versión más preocupante, Plus Rien À Foutre, expresión coloquial que se refiere a la sensación de hastío llevado al extremo. En esa segunda versión, la PRAF ya no es una actitud crítica, sino de hartazgo, desconexión e indiferencia hacia la política y los políticos.
En ese contexto, mediante las cifras agregadas de las encuestas de opinión presentadas por Teinturier en su último libro, sabemos que el 18% de los franceses tienen una opinión positiva de la política, mientras que el 82% restante tiene opiniones negativas, las cuales se dividen de la siguiente forma: 9% sienten indiferencia, 40% decepción, 13% enfado y 20% asco. En otras palabras, 8 de cada 10 franceses piensan que el problema es la política per se. Sin embargo, 2017 ofrece algunas lecciones a la francesa. Algunas pistas que permiten escudriñar cómo la sociedad gala ha respondido a este particular estado de ánimo.
La primera de estas lecciones es el fenómeno de Emmanuel Macron, y más específicamente las razones por las cuales el electorado francés se decantó por él. El estudio sociológico del voto confirma que su elección es en realidad una respuesta a la ola crítica y antisistema enunciada anteriormente. En una encuesta publicada por Libération el 26 de abril de 2017 aprendimos por ejemplo que el 41% de sus electores le votó por “por defecto”. Cuando se preguntaba a los franceses cuáles eran las tres principales motivaciones para su voto, el primer criterio citado entre los electores de Macron era “para cambiar la política”, un criterio que curiosamente también ocupaba la primera posición entre los votantes de Jean-Luc Mélenchon y Marine Le Pen.
La segunda enseñanza que nos deja 2017 es que por primera vez las primarias de los partidos han sido utilizadas como un instrumento de castigo y de re-empoderamiento. Ser el favorito de los sondeos, de los medios de comunicación e incluso de la opinión pública ha acabado por generar lo contrario, hasta el punto de provocar el efecto totalmente inverso. Los propios electores de cada campo ningunearon a aquellos que representaban el antiguo régimen: Alain Juppé, Nicolas Sarkozy, François Hollande, Manuel Valls, Cécile Duflot…
¿La opinión pública francesa se dará por satisfecha con la renovación del último año o nos deparará alguna sorpresa más?
La tercera lección es el interés popular por políticas públicas infravaloradas durante los últimos meses y años. La campaña presidencial estuvo marcada por debates amplios en materia de educación, política comunitaria, medioambiente, más allá de las temáticas de seguridad, lucha contra el terrorismo o desempleo. La campaña tuvo, por momentos, tintes “futuristas”, dejando entrever que la opinión pública francesa avanza a marchas forzadas hacia la nueva agenda política en construcción: perturbadores hormonales, robotización, formación profesional continuada, renta universal, nueva forma jurídica para las empresas “con vocación” (entreprises à misión)… temas que en solo 12 meses están ocupando el espacio público a nivel continental.
En definitiva, una opinión pública antisistema pero anti-extrema, re-empoderada frente al favoritismo mediático, y sensible a la innovación política. La pregunta es si dicha opinión pública se dará por satisfecha con la renovación efectuada durante el último año o si de lo contrario Francia deparará alguna sorpresa más. ¿Estamos ante una actualización del software (logiciel), como dice a menudo la columnista Françoise Fressoz en Le Monde, o ante la enésima versión de un programa en desuso?