Silvio Falcón Rodríguez
Profesor asociado de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona y analista de política latinoamericana
El fin de la década progresista en América Latina –y el agotamiento del recorrido político del socialismo del siglo XXI– abrió un nuevo ciclo en la región. En el 2019 la derecha política llegó al gobierno en países tan importantes como Brasil o Argentina, al tiempo que el relato de la izquierda en clave regional se deterioró definitivamente. Las diversas iniciativas de integración regional –política o económica– reorientaron sus objetivos o moderaron su actividad. El caso de la Unión de Naciones Suramericana (UNASUR) es paradigmático: la falta de proyectos comunes y de confianza en la estructura del organismo acabó derivando en un proceso de desmantelamiento: el año 2019 fue retirada la estatua de su primer secretario general, el expresidente argentino Néstor Kirchner, de sus oficinas situadas en Quito (Ecuador), todo un síntoma del final de una época.
La posición de los países latinoamericanos sobre el controvertido conflicto venezolano también ha servido como termómetro del grado de evolución política de la región. La mayor parte de gobiernos se han situado contra las posiciones de Nicolás Maduro, reconociendo incluso el gobierno interino proclamado por Juan Guaidó y los grupos opositores1. Hace una década, en cambio, el grueso de los gobiernos apoyaba –con mayor o menor entusiasmo– al ejecutivo de Hugo Chávez y su revolución bolivariana. La etapa progresista se caracterizó por un avance social generalizado, acompañado de una reducción global de las desigualdades. Gracias a ello, el índice Gini en Bolivia descendió de un 0,60 a un 0,47 durante el período 2004-2014. En Brasil, en el 2001 el mismo índice era de 0,584 y en el 2015 de un 0,513. La tendencia fue clara y esperanzadora, aunque tal vez insuficiente. El freno al crecimiento económico de la región y la desconfianza generalizada hacia el desempeño de estos gobiernos frenó definitivamente esa progresión y dio paso a una nueva etapa.
En definitiva, la superación de la década de izquierdas en Latinoamérica ha comportado, así, el advenimiento de nuevos gobiernos de centro-derecha, la descomposición de las iniciativas de integración regional y la construcción de una nueva relación con los Estados Unidos de Donald Trump.
El surgimiento de nuevos liderazgos regionales de clara tendencia progresista, casos de México y Argentina, se puede interpretar en clave de oportunidad
Inestabilidad política acrecentada por las protestas sociales
Esta década ha dado lugar a un ciclo más corto, complejo y controvertido. Liderazgos como el de Mauricio Macri o Jair Bolsonaro han sufrido tempranas derrotas –en el caso argentino– o un desgaste importante en un corto período de tiempo –en Brasil. En el ámbito social, el año 2019 también estuvo marcado por una agenda de manifestaciones y protestas en las calles en Bolivia, Ecuador y Chile especialmente, pero también en Perú, Venezuela o Colombia, entre otros.
Las movilizaciones sociales y las protestan denotan un descontento generalizado con el liderazgo y la gestión política del gobierno. Aunque existen protestas de diferente signo, se puede observar un patrón compartido: la mayor parte se dirigen a cuestionar elementos estructurales del sistema político y exigen un diálogo bilateral entre las entidades de la sociedad civil y las autoridades gubernamentales. La demostración de fuerza de la oposición en Bolivia, forzando a Evo Morales a huir al exilio en México y tomando el poder del Estado es un ejemplo de la relevancia de las protestas, de su fuerza y del estado de desgaste de la etapa progresista anterior. Cabe añadir, que en algunos casos el papel de la comunidad internacional –como demuestran los casos de Venezuela y Bolivia– ha tenido una influencia determinante en el desarrollo de los enfrentamientos.
La oposición organizada y el descontento ciudadano expresan una voluntad de influencia institucional y una noción generalizada de fatiga sistémica. El ejemplo paradigmático es el de Chile. El socio más relevante y estable de los EEUU en Sudamérica, con una influencia ideológica innegable en su entorno, que ha enfrentado unas reivindicaciones presididas por una idea: No se trata de 30 pesos, se trata de 30 años. El origen del descontento no era tanto la subida del precio del transporte público, como una insatisfacción generalizada con el esquema institucional del país y la orientación global de sus políticas sociales.
La resaca de la etapa progresista ha dado lugar, por tanto, a un panorama plural, donde predominan los gobiernos de signo conservador, aunque conviven con el nivel de respuesta y resistencia popular más importante de los últimos años.
¿Hacia una nueva etapa constituyente?
El 2019 y el 2020 han visto los últimos coletazos de la década progresista y un corto ciclo donde predominan los gobiernos liberal-conservadores; todo ello en un contexto de fuerte contestación popular. Podríamos concluir que todos esos elementos contribuyen a esbozar una lógica de-constituyente, de fin de etapa con múltiples y diversos escenarios. Esa enmienda a la totalidad se muestra a través de un social plural, que es previsible que alumbre una recomposición de carácter plenamente constituyente. Todavía es temprano para aventurar cuáles serán las consecuencias deinitivas del proceso constituyente chileno o la resolución definitiva de las crisis venezolana o boliviana.
Bajo la aparente ilusión de una América Latina con multitud de caras y gobiernos se encuentra una agenda compartida que va más allá de sus diferencias. El populismo de derechas de Jair Bolsonaro en Brasil, el peronismo de Fernández y Fernández en Argentina, el progresismo de amplio espectro de López Obrador en México o el uribismo de Iván Duque en Colombia afrontan un periodo de impasse, lleno de incertidumbres. Por esta razón, cabe esperar diferentes propuestas y soluciones políticas, pero bajo una lógica común.
¿Cuál será el resultado de este período entre lo que aún no ha desaparecido totalmente y lo que está por surgir? ¿Qué factores determinarán el orden regional que está por venir? ¿Cómo finalizará este impasse para dar lugar a un nuevo escenario social y político?
Una primera cuestión que determinará el nuevo tiempo en América Latina será, sin duda, el rol que juegue EEUU en la región. Es evidente que Donald Trump ha mostrado un mayor interés –y voluntad de intervención– en Latinoamérica. Las próximas elecciones presidenciales de noviembre del 2020 determinarán el grado de intervencionismo estadounidense, especialmente en Venezuela, donde Trump se ha significado de manera muy importante después de la asunción de Juan Guaidó como presidente encargado. La candidatura demócrata ha vivido unas primarias plurales, donde candidatos moderados y socialdemócratas han planteado visiones antagónicas sobre Latinoamérica. Es de esperar que la tendencia centrípeta del sistema presidencialista estadounidense lleve a una moderación pragmática al candidato demócrata. En cualquier caso, una presidencia demócrata tendría incentivos para seguir la estela de Barack Obama –con los avances en el diálogo con Cuba, por citar un ejemplo, marcando distancia con la agenda de Donald Trump.
En segundo lugar, debemos hablar de la cuestión migratoria y el reto para los países de Centroamérica y México a la hora de afrontarla. Desde el 2018 se han sucedido una serie de éxodos a los que los medios de comunicación se han referido como “caravanas migratorias”. El objetivo de estas personas procedentes de Honduras, Guatemala y El Salvador es llegar a los Estados Unidos –principalmente– atravesando México. Más allá de la crisis humanitaria y los problemas de origen –seguridad, desigualdad, actividad de bandas, etc.– la cuestión migratoria puede ser una amenaza para la estabilidad geopolítica y puede generar nuevos conflictos. El rol de México ante este fenómeno es complejo; habrá pasado de país emisor de migrantes a receptor neto de ciudadanos de los países de Centroamérica.
En tercer lugar, debemos referirnos al gran elefante en la habitación: Venezuela. El principal elemento de polarización política de Latinoamérica, más allá de la propia situación interna del país, ha sido un obstáculo para la integración y la gobernanza regional. El resultado de las elecciones legislativas convocadas por Maduro y la recomposición de la oposición –Guaidó a parte– pueden clarificar el panorama y facilitar la mediación internacional o, por contra, agudizar el conflicto. Ante esta situación la gran cuestión es: ¿cuándo serán los nuevos comicios presidenciales fijados, en principio, para el año 2024?
Si Venezuela es sinónimo de tensión y polarización entre los países de América Latina, el surgimiento de nuevos liderazgos regionales progresistas se puede interpretar en clave de oportunidad. Estos son los casos de México y Argentina, dos potencias latinoamericanas con clara influencia en su entorno lideradas ahora por Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández. La propuesta de AMLO es más grandilocuente y crea un cierto espacio para el surgimiento de una alternativa similar en el espacio de centro-derecha –especial atención merece la propuesta México Libre del expresidente Felipe Calderón. En cambio, el peronismo ha sabido coser viejas heridas, situando de nuevo a figuras clave del peronismo federal al lado del kirchnerismo. Alberto Fernández recoge la herencia de Néstor y Cristina pero asume un rol, en lo internacional, más moderado y pragmático. La victoria del centro-derecha en Uruguay podría dar lugar a una tendencia similar, de cambio político que huya de la política de bloques.
Por último, en este viaje de la protesta social a la acción política Chile juega un papel relevante. El resultado de su proceso constituyente puede llevar a una decepción o, al contrario, establecer un precedente importantísimo, habida cuenta del perfil ideológico de su gobierno y la intensidad de las protestas vividas en el país.
Conclusiones
Todas estas cuestiones e incertidumbres encontrarán respuestas a corto y medio plazo. Pronto sabremos cómo se concreta ese impasse latinoamericano, cuál es el rol de Estados Unidos después del primer mandato de Donald Trump o qué papel jugarán los actuales gobiernos de México y Argentina. A estas incógnitas se sumarán otros retos de futuro como la cuestión urbana –en una región con cada vez mayor cantidad de megaciudades– o la independencia judicial, que pone en cuestión la salud democrática de los países latinoamericanos. Aún es pronto, además, para analizar qué consecuencias tendrán en el panorama regional los efectos de la covid-19 y su impacto económico.
Muchas dudas impregnan este momento político. ¿Será capaz de imponerse una óptica constituyente a lo largo y ancho de la región? ¿Será posible relanzar iniciativas de integración regional? ¿Cómo se acabará la crisis de Venezuela? ¿Regresará la voluntad de diálogo con Cuba en EEUU? El tiempo dirá si se impone una lógica constituyente o si las protestas han sido incapaces de colocar de manera estable sus reivindicaciones sociales y políticas en las instituciones. El nuevo orden en Latinoamérica se configurará alrededor de estas y otras claves relevantes para decidir en qué sentido avanza la región y el conjunto del continente.
- A mayo del 2020 los gobiernos latinoamericanos que habían apoyado al ejecutivo de Nicolás Maduro eran Bolivia, Cuba, El Salvador y Nicaragua. México y Uruguay llamaron al diálogo político para solucionar el conflicto. Los demás estados apoyaron el gobierno de Juan Guaidó.