Carlota Pérez
Catedrática honorífica, Institute for Innovation and Public Purpose (IIPP), University of Sussex
La revolución de la información sigue avanzando con un sistema tecnológico tras otro. Pero mientras los cambios en el mundo financiero y productivo han sido profundos y masivos, los gobiernos siguen sin sumarse al proceso de cambio. Esto es preocupante porque las épocas doradas que ha conocido el capitalismo dependieron siempre de la modernización del Estado en la misma dirección que las empresas.
Durante la Segunda Guerra Mundial e inmediatamente después de ella, los gobiernos adoptaron las mismas estructuras divisionales, con funciones claramente demarcadas, que se enseñaban en las escuelas de negocios. Al mismo tiempo, favorecieron claramente dos grandes vectores para la innovación: la suburbanización y la Guerra Fría. Se transformaron muchos servicios en productos, a través de innumerables aparatos eléctricos, se industrializaron los alimentos y se convirtió el hogar en un centro de entretenimiento gracias a la radio, la televisión y los discos. Todo ello estableció el modo de vida al que aspiraban todos. Fue un modo inteligente y adecuado de lograr que las tecnologías de la producción en masa permitieran un modelo win-win entre el mundo de los negocios y la mayoría de la sociedad en los países avanzados. La energía y materias primas baratas permitieron un comportamiento consumista y desperdiciador, así como la civilización del plástico desechable, la obsolescencia programada por parte de los fabricantes y la eliminación del mantenimiento. Ese modelo está hoy obsoleto, además de ser responsable de las amenazas de cambio climático y la sobreexplotación de los recursos naturales.
El colapso de una o dos burbujas financieras hizo emerger todo el daño social de la transformación tecnológica y llevó a la sociedad a comprender la necesidad de cambiar el paradigma institucional. Es tiempo de modernizar el Estado, abandonando las viejas políticas obsoletas e inadecuadas, y de adoptar un nuevo rumbo y una organización moderna, que oriente las nuevas tecnologías hacia el bienestar social.
La revolución de la información exige, al igual que las anteriores, una revolución en las políticas
Ya estábamos en ese momento crucial cuando apareció la covid-19. Así como en la Segunda Guerra Mundial el Estado tuvo que convertirse en director de una inmensa movilización militar y productiva, la amenaza del virus ha puesto fin al Estado mínimo y austero. Y cuando esto pase, la experiencia de haber protegido a la economía y la población deberán convertirse en acicate para el desarrollo tecnológico. Tal como en la Guerra Fría, las actuales amenazas ambientales, el descubrimiento de la precariedad del empleo y las migraciones pueden hoy llevarnos al crecimiento verde inteligente, al rediseño de la red social de seguridad y al pleno desarrollo global.
Las tecnologías de la información son intangibles por naturaleza y permiten transformar muchos productos en servicios. Ya no haría falta producir y mantener inventarios de piezas de repuesto, sino “imprimirlas” en las empresas de alquiler, con una copiadora 3-D, cuando hagan falta. Este sistema crearía centenares de miles de empleos estables para reponer los muchos puestos de trabajo perdidos por el cambio tecnológico y la globalización.
En una nueva época dorada global y sostenible de la sociedad de la información, aspiraríamos a un modo de vida centrado en la salud, el ejercicio, las experiencias, el aprendizaje, la comunicación con otros y la creatividad en lugar de acumular posesiones. Los jóvenes ya van en esa dirección, pero sólo la modernización de las burocracias gubernamentales y un cambio profundo en los impuestos y la reglamentación convertiría el crecimiento ambiental y socialmente sostenible en el mejor modo de obtener ganancias, innovando y creciendo para servir a las nuevas aspiraciones.
Al mismo tiempo, necesitamos hacer posible el pleno desarrollo global, para mejorar la vida de los habitantes del planeta y que no se vean forzados a emigrar, y para crear mercados para bienes de capital y equipamiento. Su diseño y fabricación en los países avanzados, con miras a innovar en un modelo sostenible de producción, sería otra fuente de creación de empleo. Un impuesto a las transacciones financieras contribuiría a financiar el proceso, logrando de paso reducir la evasión de impuestos a paraísos fiscales.
Estamos en una encrucijada y la pandemia lo ha puesto de manifiesto. Es tiempo de pensar en grande. Es un momento equiparable a Bretton Woods y la creación del Estado del Bienestar. Les corresponde a los líderes actuales reconocer el nuevo contexto y dar un salto al futuro, creando un juego de suma positiva entre los negocios y la sociedad, entre los países desarrollados, emergentes y en desarrollo y entre la humanidad y el planeta. La revolución de la información exige, al igual que las anteriores, una revolución de las políticas.