Lorenzo Vidal
Investigador del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador asociado del CIDOB
Hace ya tres décadas, tras la caída del “telón de acero” en 1989, el capitalismo ganó espacio y tiempo. Se abrieron nuevos ámbitos y territorios para la inversión rentable mientras que se postergaron los problemas de sobreproducción y sobreacumulación de capital. Tanto se habían ampliado los horizontes que parecía que se había llegado al “fin de la Historia”.
Releído hoy, sin embargo, el postulado de Francis Fukuyama adquiere tintes oscuros, que evocan la catástrofe ecológica y civilizatoria en ciernes. La expansión geográfica del capitalismo de hace hoy tres décadas queda empequeñecida por la del capital, que ha seguido ampliando sus ramificaciones hasta topar con los límites mismos de la reproducción de la vida.
El crecimiento exponencial que requiere el capital para su propia reproducción está detrás de esta frenética dinámica expansionista. La obtención de beneficios necesita de más valor al final de un periodo del que había al principio del mismo. Para ilustrar lo que implica esta dinámica, el geógrafo David Harvey propone tomar como norma una tasa de crecimiento anual para la economía mundial del 3%, la que permite que la mayoría de capitales obtengan una tasa de rendimiento positivo. Mientras que en 1970 el incremento de capital en busca de inversión rentable era de 6.000 millones de dólares, en el 2014 ya era de casi 2 billones de dólares. En el año 2030, cuando las estimaciones indican que el total de la economía global superará los 96 billones de dólares, se requerirán oportunidades rentables de inversión para cerca de 3 billones adicionales.
¿Cómo colocar de forma rentable esta creciente masa de dinero excedente? Incorporando cada vez más espacios a los circuitos mercantiles y acelerando su rotación. De los territorios tras el “telón de acero”, a la exploración extractiva de subsuelos marinos y el círculo ártico, pasando por la esfera doméstica y el material genético. Con nuevas tecnologías del transporte y la comunicación, la obsolescencia programada y la efímera economía del espectáculo, entre otras vías, se ha puesto a rotar cada vez más capital y de manera más acelerada. El gran proceso urbanizador que recorre el planeta también ha permitido absorber grandes masas de capital y aparcarlo para la captación de rentas. La esfera de las finanzas, por su parte, ha facilitado el intercambio casi instantáneo de títulos de propiedad y la expansión hacia el futuro mediante la dinámica crédito-deuda. Sin embargo, canalizar el crecimiento a través de las finanzas tiene riesgos implícitos debido a su carácter especulativo y propenso a las crisis.
El capitalismo sigue expandiendo sus horizontes espaciales y temporales más allá de la capacidad de sostenimiento de los ecosistemas
Paradójicamente, es mediante las crisis y otras dinámicas parejas de destrucción y devaluación del capital que se generan las condiciones para acumular capital de nuevo. En el mejor de los casos, esto se produce mediante lo que Joseph Schumpeter denominó la “destrucción creativa”: cuando la aparición de tecnologías innovadoras, eficientes y económicas destruye a otras que quedan obsoletas. En el peor de los casos, la destrucción corre a cargo del “complejo industrial-militar”, en el transcurso de una guerra y la posterior reconstrucción. Incluso las catástrofes ambientales pueden alimentar el emergente “capitalismo del desastre”.
Los confines materiales de la Tierra sí representan un límite para la expansión del capital, al tiempo que la esperada desmaterialización de la economía no acaba de llegar. Además de las contradicciones ya señaladas de la financiarización, la digitalización y el creciente mundo online necesitan aún de amplias infraestructuras físicas. Es por ello que el espacio exterior deviene así la próxima frontera del capital. Las mentes más prospectivas de Silicon Valley ven en la minería espacial una solución a largo plazo a la escasez y en el establecimiento de colonias en otros planetas una salida a la desestabilización social causada por el cambio climático. Mientras tanto, la élite global busca refugios climáticos en lugares como Nueva Zelanda, que ha tenido que restringir la compra de propiedades residenciales por extranjeros debido a su impacto sobre el mercado de vivienda local.
El capitalismo sigue expandiendo sus horizontes espaciales y temporales más allá de la capacidad de sostenimiento de los ecosistemas. Nuestra recién descubierta vulnerabilidad a las pandemias es una consecuencia más de ello. La destrucción de hábitats naturales y la ganadería industrial generan condiciones propicias para la mutación de microbios de origen animal en agentes patógenos humanos. Frente a los diferentes retos por venir, la élite global piensa ya en extravagantes vías de autosalvamento. Quizá venga siendo hora de que la mayoría, los que nos quedaremos atrás, como diría el filósofo Walter Benjamin, tiremos del freno de emergencia.