Naika Foroutan
Directora del Berlin Institute for Integration and Migration Research (BIM), Humboldt University-Berlin
Alemania es hoy un país de inmigración. Según la ONU, en el 2019 la mitad de los 272 millones de inmigrantes en todo el mundo viven en sólo diez países, y Alemania está en segundo lugar, detrás de los EEUU. Esto no ha ocurrido de la noche a la mañana, ni se debe al hecho de que Alemania acogió a cerca de 1,5 millones de refugiados en 2015-2016. Según el último censo de la Oficina Federal de Estadística de Alemania, 20,8 millones de personas tienen antecedentes migratorios, considerado el criterio que al menos uno de los progenitores no nació con la ciudadanía alemana. En el 2019, esto significaba una de cada cuatro personas en Alemania. En el caso de la infancia, cerca del 40% tiene origen migrante. La migración es visible y omnipresente, especialmente en las principales ciudades de Alemania Occidental. En Hamburgo, casi uno de cada tres habitantes tiene antecedentes migratorios, y en Frankfurt la población en edad escolar que los tiene es de casi el 70%. En definitiva, una de cada tres familias en Alemania tiene raíces extranjeras.
Pero hay regiones en las que la migración sigue siendo una anormalidad: casi el 95% de todas las personas de origen inmigrante viven en Alemania Occidental, mientras que menos del 5% viven en Alemania Oriental. Sin embargo, el temor de una “infiltración musulmana” es mayor en Alemania Oriental, aunque sólo el 6% de la población total de Alemania es musulmana. Todo ello nos hace ver que la cuestión de la identidad alemana se articula hoy, y sobre todo, en relación con el multiculturalismo y la cuestión del islam. Ante esta compleja realidad, Alemania tendría que hacerse muchas más preguntas relevantes sobre la identidad colectiva, que ahora se ven silenciadas por la cuestión de la migración: ¿Qué papel juega el país en Europa? ¿Qué posición quiere tomar en la política exterior? ¿Cómo será la identidad de este país cuando la industria automovilística ya no se base en los motores de combustión?
A pesar de que los datos demuestran que Alemania necesita la inmigración, todavía hay quién sigue cuestionando este hecho. Una explicación la encontramos en que durante décadas no se llevó a cabo un debate de fondo sobre la inmigración y, de hecho, nunca se llegó a construir una narrativa inclusiva que tuviera en cuenta la realidad de la diversidad y la pluralización de la sociedad alemana. La generación de posguerra, que ahora tiene alrededor de 75 años, creció con el mito de que Alemania siempre había sido una construcción homogénea porque los nazis habían llevado a cabo una limpieza étnica sistemática del país.
Es importante que este país recuerde sus raíces pluralistas y deje de temer que es la inmigración la que impone una pluralidad ajena
En los debates sobre la pluralidad y la diversidad, siempre hay quien acusa a la migración de ser un lastre para el resto de la población. La pluralidad se presenta como una ocurrencia normativa postmoderna, mientras que la diversidad y el multiculturalismo son tildados de argumentos de una élite liberal cosmopolita y desarraigada. Lo que se olvida a menudo, es que el acto fundacional de Alemania fue precisamente una construcción pluralista: en 1849, 39 principados con gobiernos, idiomas y religiones diversos crearon una entidad que más tarde se llamaría Alemania. La idea de Alemania fue concebida como una afiliación plural, que no estaba ligada ni al origen étnico ni a la exclusividad. En las negociaciones de la Asamblea Nacional constituyente en la Paulskirche de Frankfurt se afirmó una visión del futuro bastante inclusiva: “Todos los que viven en Alemania son alemanes, aunque no sean alemanes de nacimiento y de lengua. Decretamos que así sea, elevamos la palabra ‘alemán‘ a un significado más alto, y la palabra ’Alemania‘ se convierte en un término político de ahora en adelante”1.
Los alemanes legítimos eran católicos, protestantes y judíos de habla alemana, polaca, lituana, soraba o francesa. Fue más tarde, en 1887, cuando Johann Gottfried Herder vio en el idioma común la posibilidad de constituir una comunidad que permitiera en última instancia la existencia de la nación alemana, más allá de un marco estatal. Sin embargo la búsqueda de lo que finalmente definió el hecho de ser alemán culminó en definiciones raciales y genéticas, lo que dificultó el acceso a la cuestión pluralista a largo plazo.
Para (re)definir la identidad alemana, es importante que el país recuerde sus raíces pluralistas y deje de temer que es la inmigración la que le impone una pluralidad ajena.
NOTAS
- Wigard, Franz (1848): Informe taquigrafiado sobre las deliberaciones de la Asamblea Nacional Constituyente en Frankfurt. Leipzig: Breitkopf & Härtel. P. 737