Antonio Calleja-López
Coordinador del área de Tecnopolítica del grupo de investigación sobre Redes de Comunicación y Cambio Social del Instituto Interdisciplinario de Internet (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)
La digitalización es un campo de batalla en el que se definen las sociedades presentes y futuras. Un número creciente de procesos sociales están mediados por plataformas digitales controladas por corporaciones y estados. Así, nuestras vidas personales y colectivas se ven expuestas a su vigilancia e influencia. Numerosas autoras perciben en el modelo actual de digitalización el avance del autoritarismo, en términos políticos, y de la mercantilización, la explotación o la financiarización, en términos económicos. Pero no está todo perdido. Diferentes actores sociales impugnan esos procesos, se resisten a ellos, o tratan de construir alternativas. En contraposición al autoritarismo tecnológico y al capitalismo de plataforma, delinean un horizonte de democratización tecnológica, uno que define proyectos como Decidim, en el que hemos trabajado los últimos años.
¿Qué significa esto en la práctica? En primer lugar, por “democratización” entendemos un proceso de transformación de una realidad social (un partido, una fábrica, una empresa, una institución pública, una tecnología), no una forma de gobierno real o ideal. Es un proceso que implica una igualación del poder (la capacidad de decisión y agencia), un aumento de la potencia (las prácticas y posibilidades personales y colectivas, por ejemplo, la deliberación o los derechos efectivos) o un incremento en el número o en la diversidad de las personas que se relacionan con esa realidad social.
En segundo lugar, para articular una visión sistemática del rol actual de la tecnología, son útiles los modelos del “reloj de arena” (hourglass model) y “la pila” (the stack), que interpretan Internet y la sociedad digital como una serie de capas interrelacionadas: infraestructuras físicas, protocolos, plataformas, datos… y formas sociales construidas sobre ellos.
En tercer lugar, la democratización tecnológica debe ser un proceso bidireccional: por un lado, como democratización de las mencionadas capas tecnológicas de la sociedad digital, y, por otra, como alineamiento y movilización de esas capas tecnológicas para democratizar otras realidades sociales.
En contraposición al autoritarismo tecnológico y al capitalismo de plataforma, varios actores delinean un horizonte de democratización tecnológica
Hay diversas estrategias disponibles a la hora de promover esta democratización. Una de ellas consiste en construir alternativas a las tecnologías e instituciones existentes. Las alianzas para lograrlo pueden ser, también, diversas. Mencionaremos dos: por un lado están las alianzas autónomas, promovidas desde el ámbito del trabajo y la producción económica (organizaciones de la economía cooperativa, social y solidaria, sindicatos, universidades…) o la acción social y política (movimientos sociales, fundaciones, oenegés…). Por otro lado están las alianzas público-comunes, que buscan la cooperación entre los actores mencionados e instituciones estatales, algo complejo pero potencialmente clave a la hora de impulsar proyectos tecnológicos.
Volvamos sobre el autoritarismo tecnológico y el capitalismo plataforma, antes de concluir con ejemplos de democratización tecnológica. Un gigante como Facebook ha expresado su deseo de colaborar con diversos estados para ofrecer a sus ciudadanías no solo sus conocidos servicios de red social, sino también otros que abarcan desde la conexión a internet a instrumentos de democracia digital. Es solo un ejemplo de cómo corporaciones, Estados o partenariados público-privados buscan maximizar su beneficio económico o su poder social aumentando su capacidad de intervenir en diferentes capas de la sociedad digital, de la plataforma o los datos a la acción política. Es decir, construyendo un stack oligárquico.
Al mismo tiempo, encontramos iniciativas contrapuestas a este modelo, algunas en ciudades como Barcelona. Proyectos autónomos como Guifinet proveen de servicios de internet. Otros como Mastodon ofrecen servicios de comunicación en red. Por último, un proyecto público-común como Decidim pone su software de democracia participativa a disposición de organizaciones políticas, sociales y económicas, desde estados hasta cooperativas. Con ello trata de facilitar su democratización. Estos proyectos y plataformas ofrecen funcionalidades comparables a las que podría ofrecer Facebook, pero el diseño y la gobernanza de su código, de los datos que se producen en ellas y, en última instancia, de las formas sociales construidas sobre su base, están guiados por criterios democráticos (participación, privacidad, soberanía…) y orientados a promover bienes comunes (sostenibilidad, florecimiento personal y colectivo…). Incluso con sus límites actuales, son tecnologías que contribuyen a construir una alternativa, un stack democrático.
Ante las advertencias sobre las posibles derivas totalitarias del Estado y la sociedad digital, proyectos como Decidim aspiran a democratizarlos, luchan por construir –por decirlo recordando a Lincoln– una sociedad digital “de todas, por todas y para todas”.