Pere Vilanova
Catedrático de Ciencia Política (UB) e investigador sénior asociado de CIDOB
Parece extenderse la opinión de que “estamos saliendo” de la crisis iniciada a finales de 2008. Incluso algunos expertos apuntan, a comienzos de 2017, que durante 2016 hemos dejado atrás la crisis. Habrá que ver si la tendencia se confirma. Pero hay un hecho de difícil refutación a escala europea e incluso internacional: aun admitiendo que se ha salido de la crisis, ello no significa que “volveremos a estar como antes (de la crisis)”. En absoluto; pues con el tiempo veremos que hemos asistido a un reajuste estructural de proporciones históricas, a escala global. En el momento actual convergen algunos indicadores de tipo macroeconómico que confirmarían el final de la crisis, pero, también, con una serie de indicadores de costes sociales de grandes proporciones, cuyo monto a largo plazo aún no estamos en condiciones de precisar.
Uno de los peores síntomas de esta deriva de desajuste social y desvanecimiento de lo político, es el de la fragmentación de los “campos de reacción y de protesta” protagonizados por la ciudadanía, la emergencia de un temible “populismo trasnacional” y las consecuencias de ello sobre la consistencia de nuestros sistemas democráticos, tal y como los hemos conocido en Europa occidental desde 1945.
El lado más oscuro de la crisis es haber instalado en el ambiente una turbia dinámica de acusaciones y sospechas entre sectores sociales
En suma, el lado más oscuro de la presente crisis es haber instalado en el ambiente una turbia dinámica de acusaciones y sospechas de unos sectores sociales contra otros, pero añadiendo, muy sutilmente, la melodía de fondo: “de todas maneras, no se puede hacer nada”. Es decir, no se consigue ni establecer ni restablecer el mínimo de reacción social colectiva transversal para establecer contrapesos. ¿Dónde están los mercados? ¿De dónde viene su legitimidad? Médicos y profesores, parados y empleados, jóvenes (¡en España, se llegó a alcanzar el 45% de paro entre los menores de 30 años!) piensan que la protesta debe ir contra el Gobierno, los gobiernos, pero, ¿es verdad?, ¿es realista? ¿Es el Gobierno (o los gobiernos) el creador (o los creadores) de la crisis? Sí y no. Pero sobre todo, ¿pueden los gobiernos dominar la crisis y sobre todo sus efectos sociales? La crisis iniciada en 2008 es mundial, sus causas son globales, y durante años la indignación creciente, dispersa, fragmentada, frente a un fenómeno como el que está sucediendo debería ser global, internacional. Y hemos ido pasando del movimiento de los “indignados” del 15-M a las expresiones políticas del tipo Podemos o Syriza. Sin embargo, lo que ha acabado cristalizando al final son movimientos ultraconservadores, ultranacionalistas-estatalistas, que abonan el racismo, la xenofobia y que tienen una vigorosa base social que recuerda lo peor de los años treinta en Europa.
En última instancia, ¿han muerto las ideologías? ¿Seguro que no está ganando terreno solo lo peor de ellas? El problema es que las ideologías nunca mueren, siempre las ha habido y siempre las habrá, y como la energía (según las leyes de la física), ni se crean ni se destruyen, solo se transforman. Pero lo propio de toda sociedad moderna es dotarse de instituciones, normas y formas de legitimidad social, y que las contradicciones sociales entre clases, grupos, facciones, etc, transcurran por cauces no destructivos. Y esto está siendo pulverizado por la crisis, y en concreto por las consecuencias que la crisis está teniendo sobre nuestros sistemas políticos y sociales, así como sobre nuestro “contrato social”. Hemos de repensar profundamente una de las mayores mutaciones de los últimos veinte o treinta años: la verdadera complejidad de nuestras sociedades contemporáneas, sus líneas de fractura, sus líneas de confrontación, la fragmentación de sus campos de reivindicación, y sobre todo, cómo han cambiado sus múltiples modos de representación de intereses.