
Alexey Yusupov
Director de la Oficina en Myanmar de la Frederich-Ebert Shiftung y exdirector de la Oficina en Afganistán entre 2015 y 2016
Afganistán, 2017. Más de quince años después del 11-S y de la posterior intervención militar de la ISAF, el país sigue en busca de la paz y la reconciliación. Con independencia del desenlace, lo cierto es que Afganistán ha cambiado, pese a la turbulencia reciente. La militancia y el extremismo siguen vigentes y alejan toda perspectiva de estabilidad y prosperidad a corto plazo. De hecho, según datos de la Misión de Naciones Unidas en Afganistán el país atraviesa por su período más sangriento desde 2001. También es récord el número de refugiados que retornan al país, provenientes de Pakistán, Irán y de Europa, empujados por otros conflictos o por las deportaciones. El Gobierno de Unidad Nacional se enfrenta a la profunda contracción económica que siguió al cese en 2014 de la intervención militar de la ISAF.
Sin embargo, y contra lo que podría sugerir este sombrío panorama, existe la esperanza de que se produzcan pasos significativos hacia la paz. La situación militar permanece estancada pese a las ofensivas de los talibanes para capturar capitales regionales y, cada vez más, los países vecinos son conscientes del riesgo de una mayor desestabilización. Además, la sociedad afgana está más que hastiada del conflicto; en el último año se ha evidenciado que la situación doméstica en Afganistán no es tan terrible como temían los que pronosticaban el colapso total del país tras la salida de la ISAF.
El presidente Ghani ha conseguido ganar poder en detrimento de su socio de gobierno, Abdullah Abdullah, jefe del Ejecutivo, que ha amenazado en diversas ocasiones con romper el acuerdo entre ambos, una decisión que no se materializó gracias a la mediación del entonces secretario de Estado de EEUU, John Kerry. Washington también ha presionado a Ghani para que mantuviera cierta representatividad del gobierno, a lo que este ha respondido “puenteando” a Abdullah y entablando relaciones directas con otros personajes influyentes en el país. No se han visto progresos de la reforma constitucional y electoral, y hace tiempo que el parlamento debería haberse renovado. La cámara es cada día más un mercado de apoyos políticos, lo que daña la credibilidad institucional.
La emergencia del movimiento de la Ilustración, protagonizado por una nueva generación de líderes hazara, supone un primer indicio del cambio
La emergencia del movimiento de la Ilustración, protagonizado por una nueva generación de líderes hazara, supone un primer indicio del cambio que se aproxima, y nos recuerda que la fecha de caducidad de las élites de la guerra civil está cada vez más cercana. Esta es una tendencia que debería tomar forma y confirmarse en las elecciones legislativas que previstas para 2018 o 2019.
A pesar de la firma de un tratado de paz entre el Gobierno y el líder de la milicia Hizb-e Islami, Gulbuddin Hekmatiyar, lo cierto es que no se han dado progresos en el diálogo con los talibanes.Tampoco se ha llevado a cabo una discusión adecuada acerca de las líneas rojas y las condiciones de un posible acuerdo de paz. Segmentos importantes de la sociedad afgana no aceptarían una vuelta al gobierno religioso dogmático y aislacionista de los talibanes, y otros ya han perdido la fe en las promesas de un desarrollo pluralista que tenga en cuenta a las minorías y que sea respetuoso con los derechos humanos.
Aunque la población afgana está harta de la guerra y apoya la noción abstracta de paz, los detalles siguen estando borrosos.
¿Cuáles son los aspectos no negociables? ¿Será necesario hacer concesiones respecto al ordenamiento constitucional y a los derechos humanos? ¿Qué forma adoptará el nuevo Afganistán? ¿Conservará el país un sistema legal consuetudinario? ¿Cuál será la política económica de la nueva entidad política? La falta de una noción compartida de lo que significa la “paz” debilita a los promotores del diálogo, y envalentona a los halcones, tanto afganos como entre sus aliados.
Para los expertos cada año es “un año en la encrucijada” y 2017 promete ser otro año crucial. A pesar de todo, persisten las esperanzas de consolidación de una dinámica positiva si la ayuda internacional se mantiene constante. Afganistán no necesita más tropas; necesita más tiempo.