
Georg Diez
Escritor y periodista
Era una de las historias que a los alemanes, tanto políticos como periodistas, les gustaba contarse a ellos mismos: puede que el resto de Europa tenga un problema con la extrema derecha, pero nosotros no; nosotros provocamos la guerra y aprendimos la lección.
Esto parecía cierto durante la última década del siglo XX y la primera década del siglo XXI, pero solo superficialmente. Por supuesto, y especialmente en Alemania, la extrema derecha nunca había desaparecido. Simplemente estaba oculta, contenida, pacificada por el éxito económico y la estabilidad social, domesticada en el proceso democrático. Hoy esto ya no es verdad.
Una constante en muchos países: hay siempre un porcentaje bastante considerable de ciudadanos de mentalidad autoritaria, muy autoritaria, racista o directamente fascista, alineada en su oposición a la democracia y a los valores liberales. Una democracia que permite salir a estas fuerzas a un primer plano es una democracia débil. Es una democracia que crea ella misma sus propios enemigos.
El declive democrático –en Europa y más allá– ha sido muy analizado y descrito; recientemente por el profesor de Ciencia Política norteamericano Roberto Foa, que ha establecido una conexión explícita de este declive con la crisis financiera del 2008 y las políticas subsiguientes encaminadas a “salvar” la zona euro, que al mismo tiempo ponían potencialmente en peligro a aquellas sociedades cuyos mercados habían sido salvados.
Las investigaciones de Foa sugieren que la austeridad está en el centro de muchos de los factores que alimentan el enojo de la extrema derecha; y, profundizando un poco más, que está conectada con una forma de capitalismo, la de Friedman, Hayek y Reagan, y también la del neoliberalismo de Schröder, Blair y Obama, que se sintió cada vez menos limitada por las normas y regulaciones de las democracias que funcionaban, y que se acabó desatando.
El ascenso de la extrema derecha es el resultado de un fracaso del mercado
Esto nos llevó a donde estamos ahora, en Alemania y en otros muchos países europeos. Pero cada país tiene una historia distinta, una versión diferente de la amenaza de la extrema derecha: la historia alemana está conectada con una historia mucho más antigua, la asesina Alemania nazi, así como con una más reciente, la unificación de 1989 y 1990, que pareció un triunfo histórico; podríamos decir que se había ganado la Guerra (Fría) pero que quizá se había perdido la paz.
Chemnitz, Halle, Erfurt, Hanau: estos son algunos de los nombres asociados con el ascenso y la amenaza de la extrema derecha en Alemania, todas ellas, excepto Hanau, son ciudades del este del país, y probablemente no por coincidencia. Mientras que el racismo se encuentra en todas partes, el Este tiene una historia más larga de regímenes autoritarios y antidemocráticos que el Oeste –desde 1933 a 1989; el Este también ha sufrido una transformación más radical, para decirlo suavemente, debido a los acontecimientos de 1990, y las pérdidas y ganancias de ellos derivadas han sido distribuidas de manera muy desigual.
Los problemas creados por un capitalismo victorioso como el que describe el politólogo búlgaro Ivan Krastev para una buena parte de la Europa del Este, son igualmente relevantes para analizar el ascenso de la extrema derecha en Alemania. El resentimiento canalizado en los musulmanes, los inmigrantes y los refugiados se vio impulsado por el sentimiento de una OPA hostil por parte de las fuerzas del mercado, con la consiguiente migración interna, que llevó al abandono de muchas zonas rurales.
Un análisis honesto del ascenso de la extrema derecha necesita tener en cuenta estos factores si no quiere quedarse en un nivel superficial. Los cambios políticos, combinados con una nueva ideología económica llevaron a una retirada del Estado en grandes áreas de la sociedad, y el resultado ha sido una masa de “singularidades” –como las llama el sociólogo alemán Andreas Reckwitz, que no llega al extremo de una sociedad atomizada, pero sí de una sociedad carente de la cohesión como elemento necesario –y también como consecuencia– del proceso democrático.
Para decirlo en pocas palabras, el ascenso de la extrema derecha es el resultado de un fracaso del mercado, igual que lo fue en los años treinta del pasado siglo.