Leila Alieva
Fundadora y presidenta del Centro de Estudios Nacionales e Internacionales
Durante las últimas dos décadas las autoridades azeríes han usado sus recursos energéticos y su ubicación geográfica como su principal activo, tanto en sus relaciones internacionales como a nivel nacional. Debido al papel cada vez más importante que desempeña en la seguridad energética de la UE y de EEUU, se ha movido hábilmente por la compleja red de intereses no coincidentes de las potencias regionales y extrarregionales; el autoritarismo creciente del líder Ilham Aliyev, alimentado por el dinero del petróleo, ha sido justificado por la necesidad de preservar la estabilidad política en una región muy volátil. Azerbaiyán es, en efecto, el único país de la región que tiene frontera con las tres principales potencias regionales: Rusia, Turquía e Irán, y hasta ahora ha sobrevivido a las presiones derivadas de su papel clave como proveedor de energía desde el Caspio a los mercados occidentales evitando el paso por Rusia.
Sin embargo, últimamente estos dos activos han empezado a menguar. La producción de petróleo empezó a caer después de alcanzar su punto máximo en 2012, y además en 2014 el precio del petróleo cayó en picado. El relajamiento de las relaciones EEUU-Irán tuvo un doble significado para el país: por un lado, representó el retorno de Irán como actor en la seguridad energética de Occidente, con lo que disminuyó la importancia de Azerbaiyán; por otro lado, abrió nuevas oportunidades para maniobrar y cooperar con sus vecinos, oportunidades que Azerbaidzhán aprovechó para firmar importantes acuerdos económicos con Irán.
Pero la economía no es el único problema del país: en los 22 años de negociaciones para la resolución del conflicto de Nagorno Karabaj, la parte de Azerbaiyán ocupada por la vecina Armenia, no se han producido ningún progreso. Además, en julio de 2016 se produjo la violación más grave del alto el fuego desde la firma del mismo en 1994, y puso de manifiesto la fragilidad del statu quo, así como los múltiples intereses que influyen en el conflicto. El más relevante, el de Rusia, que inmediatamente declaró su disposición a mediar en un nuevo alto el fuego.
Las ambiciones del país para integrarse en la UE también han disminuido durante estos últimos años y han sido sustituidas por un intento de “cooperación estratégica”. Los intereses energéticos de la UE, por un lado, y las peculiaridades de la élite gobernante rentista de Azerbaiyán, por otro –que se resiste al proceso de reformas– ha acabado finalmente con el abandono del Acuerdo de Asociación y con la búsqueda de un nuevo modo de relación.
Los dirigentes de Azerbaiyán confían en el dinero del petróleo para mantener sus privilegios y protegerles de las consecuencias de la violación de derechos humanos
La evolución interna del país sigue alejándolo cada vez más de Occidente. El poder político azerí, afianzado hasta ahora en el dinero del petróleo y en la importancia geoestratégica más que en la legitimidad popular ha intensificado la represión de todas las formas de disidencia, persistentes en respuesta a la actitud cleptocrática y no democrática del régimen. La política del país se ha ido desviando claramente del modelo del Estado-nación establecido hace un siglo, cuando fue el primer y único ejemplo de modernización democrática y liberal en el mundo musulmán. Aun así, los dirigentes postcomunistas de Azerbaiyán siguen confiando en que el dinero del petróleo pueda mantener sus privilegios y protegerles de las consecuencias de la violación de los derechos humanos. En este sentido, la liberación el pasado verano de periodistas y de destacados defensores de los derechos humanos que habían sido arrestados en 2014 con acusaciones falsas durante una gran campaña represiva contra la sociedad civil parece ser una maniobra para disimular la naturaleza inmutable del régimen. Las enmiendas constitucionales de carácter reaccionario destinadas a imponer más centralización del poder, adoptadas mediante un referéndum controlado, y que fueron acompañadas de detenciones de activistas, no dejaron ninguna duda acerca de los métodos elegidos por el presidente para responder a la crisis. La reciente sentencia condenando a diez años de cárcel a Giyas Ibrahimov, autor de graffitis políticos en el monumento del expresidente Heydar Aliyev, es una muestra de que la naturaleza y las intenciones del régimen siguen sin cambiar.
La reciente visita de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, parece más lógica, pues pone de manifiesto similitudes en los puntos de vista y en los retos a los que tienen que hacer frente los líderes autocráticos de unos estados ricos en petróleo.