
Francis Ghilès
Investigador asociado, CIDOB
El ardid populista de a quienes gustaría ver al Reino Unido fuera de la Unión Europea es de una seductora sencillez basada en una colección de anti-, es decir, va contra: élites, grandes empresas, la globalización, Bruselas y, por supuesto, la inmigración. Si nos remontamos a 1975, quienes se oponían a la pertenencia británica a la UE concebían Europa como una conspiración papista. No es de extrañar que sus sucesores intenten evitar admitir la existencia de un país que pretende quedarse solo en un mundo peligroso. Tal circunstancia privaría al Reino Unido de un acceso preferente a decenas de terceros países y suprimiría la protección de la que goza la City londinense, dado que la competencia de la OMC no se extiende a los servicios financieros.
Quienes temían por el futuro del Reino Unido en Europa advirtieron en noviembre un cambio en la música de fondo, cuando David Cameron mostró su lado negociador; su plan de cuatro puntos era más modesto que el nuevo marco integral que él mismo había prometido anteriormente. El plan, sometido al presidente de la UE, confirmó el papel del Reino Unido como desmitificador y relator de duras verdades para mejorar la gestión de la UE.
Inscribir la competitividad en el ADN de Europa sigue siendo una prioridad para la canciller alemana, mientras se aprueba sotto voce por parte de muchos miembros de la UE el fortalecimiento de los parlamentos nacionales. Aquí no cabe hablar de ruptura de acuerdos. La petición Cameron de proteger la preeminencia de la City como centro financiero no fue desoída por Berlín y París. Su propuesta de restringir el acceso a ayudas para trabajadores inmigrantes topó con la tenaz resistencia de países del Este de Europa, aunque no es impensable algún tipo de amaño.
El desafío para David Cameron es que su lista de deseos en relación con Bruselas difícilmente modificará el ánimo de la gente, ya que carece de la sencillez de una campaña pro salida de la UE que razona que si el Reino Unido quiere controlar sus propias fronteras, debe abandonar la institución. Los referéndums son siempre engañosos pues los votantes tienden a expresar su descontento hacia el gobierno en lugar de responder la pregunta formulada. Cuando se vote el referéndum… ¿Estarán tan contentos con Cameron como parecen estarlo ahora?
El ardid populista de a quienes gustaría ver al Reino Unido fuera de la Unión Europea es de una seductora sencillez basada en una colección de anti-, es decir, va contra: élites, grandes empresas, la globalización, Bruselas y, por supuesto, la inmigración.
Lo que quedó claro el pasado otoño fue que una relación al estilo de Noruega en la que el Reino Unido no tendría nada que decir sobre las reglas del mercado único no figuraba sobre la mesa de negociación. Como tampoco favorecería los intereses del Reino Unido con respecto a la seguridad nacional. Algunos levantan el fantasma de la irrelevancia política del Reino Unido evocando las declaraciones de Dean Acheson en 1962, en las que declaró que el Reino Unido había perdido un imperio y no lograba encontrar su papel. Sin embargo, las cifras son más convincentes y elocuentes que las palabras: el compromiso del Reino Unido en materia de ayuda, defensa y costes de la UE de alrededor de 60.000 millones de libras esterlinas anuales difícilmente constituyen una señal de retirada en un momento en que su sistema de salud muestra un paso renqueante y sus trabajadores empobrecidos viven con menores rentas. La mayoría de países cumple el 0,7% de la renta nacional en ayuda extranjera que el Reino Unido incumple, y la mayoría de miembros de la OTAN ni siquiera pretenden gastar el 2% de su renta nacional en defensa. Así como consideran que algunas políticas promovidas por Bruselas no son de su gusto, los británicos siguen siendo pragmáticos. Los votantes pueden desconfiar de sus políticos pero de hecho, como muchos de los que votan al Frente Nacional, no les odian.
El hecho esencial de la política en el pasado reciente y el inmediato futuro es que no hay dinero. Y esto es cierto en todo el continente. Muchos políticos británicos han abogado recientemente por un enfoque interno y, aunque las críticas son adecuadas al decir que el primer ministro podría haber sido más enérgico acerca de Ucrania o en la crisis de los refugiados, así como en Oriente Medio, no parece que Francia muestre una trayectoria mejor. El Reino Unido podría haber desempeñado un papel más ágil forzando a Europa a adoptar un punto de vista más crítico sobre sus deficientes resultados en cuestiones como el crecimiento económico y los refugiados. La virtud británica de llamar a las cosas por su nombre no es bien recibida por la mayoría de políticos y medios de comunicación de la UE. Demasiados políticos del continente niegan todavía el tremendo lío que han causado a la hora de abordar la crisis financiera de 2008. Pese a su deseo de estar fuera de Europa, muchos tories rebeldes saben que si siguen en Europa su partido se perpetuará en el ejecutivo. Nada une tanto como el poder. El sentido común del votante medio nos confirmará o no que, aunque el Brexit fue un gran tema para los medios de comunicación, resultó ser una cuestión que aburrió a la mayoría del electorado.