Srdjan Vucetic
Profesor asociado de la Graduate School of Public and International Affairs (GSPIA-ÉSAPI) de la Universidad de Ottawa
En noviembre de 1964 la respetable revista norteamericana The Atlantic publicó un suplemento especial sobre la política y la sociedad canadienses. Incluía varios excelentes artículos, casi todos ellos escritos por autores canadienses y con una introducción del historiador John Conway titulada “What is Canada?”.
La recopilación es una valiosa incursión en el discurso dominante entre las élites del país sobre los significados de Canadá durante el período previo a la celebración, en 1967, del centenario del país. Fue una celebración de los orígenes —en una convención local y en un artículo de la legislación británica— de la Confederación Canadiense. Para Conway, Canadá era fundamentalmente un condominio construido por unos pragmáticos franco-británicos, y no por unos revolucionarios del Nuevo Mundo, como sucedió en la superpotencia del sur. Esto equivalía a considerar políticamente inmaduros a los canadienses, sostenía. “Hemos de dejar de vivir en un estado de dependencia psicológica y emocional respecto a una estructura de símbolos que ya no expresa nuestra experiencia común”, argumentó Conway. El entonces gobierno liberal, encabezado por Lester B. Pearson, galardonado con el premio Nobel de las Paz en 1957 por defender la creación en las Naciones Unidas como fuerza para el mantenimiento de la paz, estaba de acuerdo con esta forma de pensar. Para el primer ministro, “God Save the Queen” ya no parecía el himno apropiado, ni la Red Ensign la bandera adecuada. La mayoría de los canadienses no veían en ello ningún problema. Una encuesta Gallup de 1964 puso de manifiesto que la nueva bandera tenía el respaldo de la mayoría de encuestados en Quebec, pero de apenas un tercio de los encuestados en otras zonas del país. El que entonces era líder de la oposición, el ex primer ministro conservador John Diefenbaker, hizo de hecho una intervención en la televisión canadiense (CBC) hablando mal de la Maple Leaf (la Hoja de Arce) que acabaría convirtiéndose en lo que hoy es la bandera del Canadá: “Podría ser la bandera peruana. A una distancia de cien yardas es imposible distinguirlas. Si alguna vez llegamos a adoptar esta bandera, veríamos seguramente que también los peruanos la saluden”.
Desde la perspectiva actual, entrados ya en el sesquicentenario, estos debates parecen muy pintorescos. Si bien la mayoría de los canadienses abrazan con entusiasmo la iconografía oficial y oficiosa del hashtag #Canada150, una importante minoría lo contrapone al #Colonial150, un conjunto de símbolos que expresa “nuestra experiencia común” desde el punto de vista de los pueblos indígenas de Canadá. El contraste con la década de 1960 no puede ser mayor. Las élites que en aquel momento hablaban en nombre de Canadá y de los canadienses ni podían ni querían reconocer que existiesen entidades políticas indígenas en TurtleIsland, ni que hubiesen existido mucho antes de la Confederación, y mucho menos querían o podían aceptar que la identidad del país tuviese algo que ver con una colonia despiadada. El actual gobierno liberal, encabezado por Justin Trudeau, ha demostrado que es posible festejar tanto #Canada150 como #Colonial150, es decir, ensalzar “la paz, el orden y el buen gobierno” de Canadá, lamentando al mismo tiempo la sórdida historia y el legado permanente del colonialismo.
Según Trudeau la tarea más urgente del país, junto al cambio climático, es “una nueva relación de nación a nación”
A Trudeau le gusta decir que la tarea más urgente que tiene el país, junto con los esfuerzos para mitigar el cambio climático es “una nueva relación de nación a nación” como componente esencial de la “reconciliación” con los pueblos indígenas. Lo que esto implica no está muy claro, pero el nuevo discurso llega muy lejos en el reconocimiento de varios derechos aborígenes, incluidos el derecho a la igualdad, la autodeterminación, la autonomía cultural, la compensación financiera por las tierras confiscadas, y el derecho a consentir libremente las decisiones que les afectan, como la construcción de oleoductos, por ejemplo. Efectivamente, Canadá está cambiando, de un modo lento pero fundamental, tan fundamental que solo una minoría de canadienses creen que les apetecerá celebrar el bicentenario de la Confederación en un remoto 2067.