Rafael Vilasanjuan
Director de Análisis y Desarrollo Global de ISGlobal
Escribo estas líneas cuando la crisis de la covid-19 sigue golpeando el corazón de Occidente, cuando la amenaza del virus flotante provoca un pánico similar a la invasión alienígena de La Guerra de los Mundos. Lo que ha sucedido como consecuencia de la epidemia parecería ciencia ficción si hubiera sido descrito solo unos meses antes. Por esa misma razón no estábamos preparados para hacerle frente.
Pero la crisis de la covid-19 se ha ido cocinando a fuego lento. Intuíamos que estaba ahí. Había signos suficientemente claros mucho antes de que apareciera en China. Desde que en el año 1979 se erradicó la viruela, la carrera por erradicar todas las enfermedades infecciosas dividió el mundo en dos: a un lado los países con recursos donde no había grandes epidemias, al otro el resto, donde la gente muere por enfermedades infecciosas perfectamente tratables. Pero esa ilusión se acabó.
Ni la población ni, en consecuencia, los políticos sintieron la amenaza y no se tomaron medidas, pero como el fuego del volcán, todas la crisis, por lentas que se presenten, acaban teniendo manifestaciones abruptas. ¿Deberíamos haber actuado de otra manera? Sabiendo lo que iba a ocurrir, seguro; pero tampoco lo hubiéramos hecho porque hasta que el virus no llegó a nuestras casas nadie hubiera aceptado el confinamiento. En la mayoría de países occidentales con sistemas sólidos de salud, sencillamente todo eso sonaba a ciencia ficción.
Ya no hay que esperar al futuro. El anuncio de que algo va mal está aquí y no deberíamos tardar tiempo en aprender alguna de esas lecciones, que por mucho que se aleje la amenaza no hay que aparcar.
La salud, convertida en estrategia de seguridad global, puede ser la vanguardia de un mundo (...) que necesita estructuras de decisión nuevas
La primera apunta a la necesidad de una estrategia compartida de salud global. Para nuestra sorpresa, ya podemos estar seguros que la principal amenaza a nuestras sociedades no son las guerras o el terrorismo global, sino la salud. Aunque a veces se ha querido equiparar la lucha contra al virus con una guerra, lo cierto es que el enemigo no tiene un estado mayor que planifique incursiones, ni es fruto de alianzas de estados que batallan entre ellos. El enemigo es un virus y no dejará de ser una amenaza cuando solo lo sea en un único país, sino cuando lo hayamos vencido en todos. El primer paso será una vacuna; hoy por hoy lo único que puede frenarlo y hacerlo desaparecer, sin una cantidad de bajas que se cuente en centenares de miles de vidas. Una vacuna que si no es universal y accesible tanto para las economías más avanzadas como para los países de renta media y baja, será inútil y dejará la puerta abierta al regreso del virus, en forma de mutaciones tal vez incluso más violentas. Pero no es suficiente. Si hasta ahora se tenía la salud global como una estrategia de solidaridad con los más desfavorecidos o como ayuda al desarrollo, tenemos que empezar a mirarla como factor de seguridad global.
Hacer frente a este enorme reto de seguridad global requerirá un segundo nivel de acción par a crear un nuevo multilateralismo, iniciado en el campo de la salud, pero que tendrá que reforzarse. El papel relevante pero insuficiente de la Organización Mundial de la Salud tiene que dar paso a nuevas organizaciones capaces de actuar sobre el terreno aportando soluciones directas y los recursos necesarios para hacerle frente. Hablamos de nuevos consorcios internacionales para el desarrollo de vacunas y tratamientos de acceso universal y de organizaciones que no respondan únicamente a estados, sino al interés común, incluyendo a actores del sector privado, expertos y representantes de la sociedad civil, al mismo nivel. No es una utopía, en el ámbito de la salud global algunas organizaciones ya responden tímidamente a este esquema, como el Fondo Mundial para el Sida, la Tuberculosis y la Malaria o la Alianza para la Vacunación (GAVI, por su sigla en inglés). Su finalidad no debe medirse en términos políticos, sino de impacto, y ahora que de ello depende la seguridad de todos, es más fácil establecer indicadores.
La salud, convertida en estrategia de seguridad global, puede ser la vanguardia de un mundo en el que persisten otros retos como el cambio climático, que necesita estructuras de decisión nuevas. No se trata de crear un gobierno global, sino más bien de volver a definir la lista de los principales retos a los que solo podemos hacer frente de manera global y alcanzar compromisos capaces de darles respuesta conjunta y rápida. O eso, o acabamos con la economía global, todos encerrados de nuevo.